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#LasPeriodistasParamos

#LasPeriodistasParamos
Marisa Gallero el

 

A pesar del título de esta columna nunca he sido de etiquetas. Ni de movimientos. Ni de otras muchas cosas que no vienen al caso. Nunca me he calificado como feminista. Será porque ante todo me siento satisfecha con todas las connotaciones que derivan de la palabra mujer. Es la que mejor me define. Y en la que creo. Dicho esto, cuando este miércoles me llegó un mensaje de una compañera para preguntarme si me sumaba a un chat de Telegram para el 8-M no lo dudé. En un principio creí que era una convocatoria para estar informada de cómo sería la huelga general feminista que se celebra el próximo Día Internacional de la Mujer.

No entré de inmediato. Cuestión de compatibilizar el cuidado a mi niña de 9 años a quién se le había agarrado de una forma infame unas placas en la garganta elevando la fiebre hasta los 39º provocando una inflamación de los ganglios linfáticos. Un cuadro. Cuál sería mi sorpresa el jueves a mediodía cuando descubrí que tenía más de 500 mensajes sin leer y que el chat iba multiplicando a periodistas por minuto. Las organizadoras habían colgado un manifiesto que se podía firmar y que no se haría público hasta el próximo martes 6 de marzo. Esa era la idea inicial que se desbordó como un tsunami. La iniciativa #lasperiodistasparamos creció por encima de cualquier expectativa ante el asombro de todas las que íbamos firmando y leyendo las adhesiones.

No hay partidos políticos ni sindicatos ni asociaciones feministas detrás. Tan sólo mujeres vinculadas al amplio mundo de la comunicación. Porque ninguna podemos negarlo. Todas hemos sufrido el machismo en alguna de sus múltiples formas. No se me olvida ese profesor de Ciencias de la Información que me quiso dar clases particulares de otro estilo que no era el periodístico. Ni ese primer trabajo de becaria donde todos los días uno de los jefes me llamaba a gritos para que cruzase toda la redacción sin ningún motivo. Ni esa recomendación para entrar en un periódico de referencia insinuando que era más fácil saber a quién chupársela que pagar el máster. Ni la de veces que me ha llegado que si he conseguido determinado puesto sería porque a alguien me habría follado. Incluso hace poco me comentaron que todavía un directivo que trabajó conmigo hace diez años alardeaba de haberme cortado la cabeza porque quién me habría creído yo cobrando un sueldo de alta dirección. Hasta me han sugerido que quizá he conseguido alguna que otra exclusiva porque algo más habría entre medio. Son todos estos pequeños alfileres que antes ni echaba cuenta los que siguen prendidos como si estuvieran marcando eternamente el patrón sobre una tela.

Reconozco que no secundé la última huelga general del 14 de noviembre de 2012. Por entonces dirigía Las Mañanas de Cuatro y sacamos el programa en mínimos. Como dato significativo, éramos todas mujeres en el equipo directivo. De lo que más me siento orgullosa es de negarme a pasar un listado de los nombres de los compañeros que sí habían ejercido su derecho cuando me lo pidieron desde la producción ejecutiva del programa. No pensaba contribuir a crear listas negras. Esas presiones invisibles están a la orden del día.

Estoy orgullosa de pertenecer a esta ola que va creciendo imparable sin que tenga fin. Romper el silencio y luchar por una igualdad real buscando soluciones al abismo salarial, a ese techo de cristal invisible en la dirección de medios, a la precariedad acuciante y al exceso de cipotudos en todos los ámbitos es el mejor legado que podemos transmitir a las próximas generaciones. Por eso esta etiqueta sí que me representa.

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