Y salió Gabriel Rufián con las manos en los bolsillos y una sonrisa de pícaro como si estuviera en el escenario del Teatro Alcalá, que queda cerca del Congreso. «¡Dejen de hacer el ridículo!», exclamaba portando debajo del brazo una «impresora Samsung republicana», como símbolo de un referéndum de andar por casa. Como monologuista quizá pueda intentar abrirse camino o impartiendo un curso de manualidades en Bricomanía, porqué de portavoz le ocurre cómo cuando se acaba el tóner, que se va degradando hasta quedar en nada.
Rufián es un producto. Ideal para qué entre en ebullición las redes sociales, compitiendo entre los mejores tuits de la semana. Tiene su público. Era el que faltaba entre el liberal Oriol Junqueras, con su papel de moderado que se reúne con la misma vicepresidenta, y el izquierdista republicano de Joan Tardá. Un personaje guionizado en busca de un electorado concreto. No sólo charnegos. También votantes de Podemos. Sus diputados le ríen las gracias sin darse cuenta de que se mimetiza con ellos para atraer a esa izquierda, que no le gusta el doble juego de Pablo Iglesias en Cataluña. Su taimada ambigüedad.
«Este es el cuerpo del delito» decía con sorna, enviando un mensaje manipulado, una consigna más en su habitual propaganda. Aquí nadie persigue impresoras, ni siquiera si imprimen «billetes de 500», sino a quién se inventa nuevas normas de convivencia y las impone al resto. A los corruptos los están juzgando los tribunales o están en prisión preventiva. «Esta democracia que tanto le asfixia, le permite hasta sus teatrillos semanales, mientras lo que vimos en el Parlamento de Cataluña el otro día fue un ejercicio de tiranía que nadie puede defender. Si eso fue democracia, ¡qué venga Montesquieu y lo vea!», argumentó Soraya Sáenz de Santamaría.
En su ensayo Sobre la tiranía (Galaxia Gutenberg), Timothy Snyder recordaba que «el error consiste en presuponer que los gobernantes que han accedido al poder a través de las instituciones no pueden modificar ni destruir esas mismas instituciones». Exactamente lo que ha empezado a fraguarse en el Parlament. Han modificado su esencia para aprobar una legalidad falsa. Advirtiendo de que «podríamos caer en la tentación de pensar que nuestro legado democrático nos protege automáticamente», cuando «se trata de un reflejo equivocado». «No somos más sabios», sentencia.
Mientras los independentistas siguen ubicando su relato. «España nos roba». España, el Estado opresor, como si fuera una lucha entre David y Goliat, cuando realmente es la historia de Caín y Abel, de los dos hermanos enfrentados. Esas dos Cataluñas. La que sale a la calle en la Diada clamando votar y la mayoría silenciosa que no quiere independizarse ni seguir el camino de la ilegalidad. Ese fue el resultado de las últimas elecciones catalanas, un 52 por ciento frente al 48. Para superar su marca, no se les ha ocurrido mejor idea que una impresora para llenar de papeletas Cataluña como si lanzaran confeti. «Nos vemos en la urnas», concluía Rufián, aunque éstas sean de cartón piedra.
P.D. Quién tenga una impresora, tiene un tesoro «para consumo propio». ¡Ya puede convocar la República independiente de su casa!
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