Mariano Rajoy le ha brindado el liderazgo de la oposición a Pablo Iglesias. En un duelo dialéctico sarcástico sin eludir una de las cuestiones que más daño le hicieron, ha entrado al trapo del «Luis. Sé fuerte»: «En Twitter voy mejorando y con los SMS me manejé peor».
Iglesias se crece cuando tiene el altavoz en la boca. Llamando con insolencia «delincuentes potenciales» a muchos de los que están en la Cámara, con un tono de perdonavidas. Pero en el tú a tú, Rajoy casi se lo come. «¿Por qué cree que tenemos mas apoyos que ustedes, se ha parado a pensarlo, o es que tenemos suerte?».
La realidad no es sólo implacable, sino también tozuda. Con tanta demagogia parecÃa que el Gobierno progresista era un hecho, cuando en lugar de pactar, sentarse a dialogar, se han tirado los trastos a la cabeza. Podemos escenificó que pensaba más en la vicepresidencia y en dirigir cinco ministerios que en su «gente».
«El abstencionazo» es la excusa perfecta de Iglesias para presentarse como la única oposición frente a la «triple alianza». Su coherencia fue votar junto al Partido Popular que «no» a Pedro Sánchez. Si ahora hasta el Partido Socialista permite gobernar a Rajoy, es porque es un mal menor. Si fuéramos a unas terceras elecciones, sin duda volverÃa a ganar  y con mayor distancia de sus adversarios polÃticos.
Ciudadanos quiere ser la oposición útil. Será por ello que en su discurso no le ha mirado la cara al PP, sino a Podemos. Albert Rivera lo ha escenificado claramente exclamando «¡vaya gilipollas!» a Iglesias, alejándose del espÃritu de Adolfo Suárez en el que le encantarÃa reencarnarse.
Antonio Hernando tenÃa bastante con el sapo que se ha tenido que tragar con todos los «no» pronunciados en los últimos meses. Su travestismo polÃtico es el más difÃcil de sostener. Su credibilidad está por los suelos, por mucho que los suyos remarquen que ha toreado con soltura el giro a la abstención. El Partido Socialista, sin lÃder a la vista y con una escisión dolorosa, está completamente desaparecido. Podemos ya ha empezado a engullirlo. Aunque quizá el tiempo les de la razón.
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