Escribía Javier Cercas en «El impostor» que «el pasado no pasa nunca, que ni siquiera –lo dijo Faulkner– es pasado. Es sólo una dimensión del presente». La realidad política se mueve en las mismas coordenadas que su novela sin ficción saturada de ficción. Parece que el pasado es muy difícil superarlo. Estamos ante una segunda Transición. Hemos vuelto a los años en la que todos los partidos, cohesionados, cediendo por un objetivo común, tejieron los artículos de nuestra Constitución. Pero ahora queremos destejer como si tuviéramos delante el telar de Penélope, sin ver que el centro de aquella UCD, no es el centro que proclama Ciudadanos, ni existe el espíritu de consenso para abordar su reforma.
El primer día tras convocarse las elecciones generales, la portada del ABC al estilo Warhol, rememoraba en el titular un clásico del wersten, porque el destino de España se juega entre cuatro hombres. Viendo la actualidad política con esa clave, que también refleja la exposición “La ilusión del Lejano Oeste” del Museo Thyssen, nos podría recordar la película dirigida por Sergio Leone. “El bueno, el feo, el malo”, añadiéndole un cuarto: el impostor. Jugando a pensar quién es quién y cuál de los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno se queda con el nuevo adjetivo, descubriremos que cada uno tiene algo de impostura.
Mariano Rajoy, el llanero solitario, convencido de que su «principal rival en las elecciones generales soy yo mismo», no tiene ningún pudor en presumir de «experiencia y bagaje», ante los «experimentos» de los partidos emergentes y de un PSOE que representa «la peor vuelta al pasado». Su principal baza sigue siendo la recuperación económica, aguantando todas las balas de la oposición que disparan sobre su legislatura: «Cuatro años basados en una gran mentira».
Pedro Sánchez, en plan épico, todo lo quiere presentar a lo grande. Ya sea en forma de cartel gigante colgado en la sede del PSOE en Ferraz o con las 300 páginas de programa electoral para «Un proyecto de país». Tanta grandilocuencia para un partido que algunas encuestas sitúan por primera vez en un tercer puesto. «El batacazo será monumental y lo peor es que internamente muchos lo desean», me cuenta un dirigente del PSOE que se siente «deprimido orgánicamente».
Pablo Iglesias, Coleta Morada, finge que es una persona moderada, que la casta es otra cosa, desenfundando más rápido, en plan dedazo, fichando a independientes o personas vinculadas a otros partidos, sin consultar con sus queridos círculos. Incluso cambia de discurso y se retracta de exigir un nuevo «proceso constituyente». Quizá porque eso de «tomar los cielos por asalto» era demasiado poético y ahora se contenta con «llamar al timbre» y acusar al presidente del Gobierno de estar «atrincherado en un búnker».
Albert Rivera quiere hacer historia, anunciando que tiene «un proyecto, que es nuevo y es común». Pero la realidad ha demostrado, que a la hora de pactar, apoya que el PSOE siga gobernando en Andalucía después de treinta y tres años y el PP en la Comunidad de Madrid tras veinte. No suena a que «Ciudadanos descompondrá el bipartidismo decadente» si esa es su hoja de ruta.
Dejemos pues todos a un lado tanta impostura. Es la hora de reflexionar, y no confundir el voto del 20 de diciembre con el número de cupón de la lotería. Son unas elecciones que muchos dejaremos de lado al corazón, roto con tantas promesas incumplidas, y votaremos usando una calculadora para deducir quién podrá ser nuestro próximo presidente.
¿Han decidido quién es el impostor?
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