Delante de las escalinatas señoriales del Consejo de Estado, situadas frente al portal flanqueado por columnas dóricas donde todavía reza el cartel de «Capitanía General», Miguel Herrero de Miñón bromeaba con Landelino Lavilla un mes antes de la publicación de «Una historia para compartir» (Galaxia Gutenberg), de lo difícil que ha sido que afronte poner blanco sobre negro su relato sobre la Transición.
«Los seguidores de Lavilla, tendremos al final un monumento como el de Castelar, alrededor de él como suplicantes, pidiéndole que nos des un papel escrito». Lavilla respondía riéndose: «¡Si todo se lo he contado a él antes! Todo está hablado. Siempre me sale lo mismo. Cuento la historia de ese año crucial».
Ese año «entre puntos suspensivos» recorre el primer Gobierno de Adolfo Suárez, al que llamaron despectivamente de los «penenes» por su poca experiencia, y «de playa» por formarse a primeros de julio de 1976, después de forzar el Rey la dimisión de Arias Navarro. Pero es sobre todo la historia de una relación de amistad entre Suárez y Lavilla, de confianza mutua, con sus acordes y desacuerdos.
Desde que ganó en 1959 las oposiciones al Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado, tras pasar 12 horas de encierro en su biblioteca para hacer un ejercicio práctico, la vida de Lavilla ha girado en el antiguo Palacio de Uceda. Fue allí donde Suárez le dijo enigmáticamente en la primavera de 1975 que «si fuera presidente, estaría en el Gobierno y no haciendo dictámenes». Cuando pronunció «¡ya era hora!» ante el Rey, no dudo en contar con él.
A pesar de no haber tomado notas, al contrario de uno de sus grandes amigos y compañero, Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, que revivió en su «Memorial de Transiciones» toda una época a base de anotaciones guardadas en cajas, Lavilla recuerda ese año como si fuera ayer, contándolo con inusitada energía. Cada despacho con Suárez, cada reunión para afrontar un calendario donde todo estaba por hacer. «Él decía mucho: “Soy un chusquero de la política. Sé los temas en términos políticos. Sé la manera de dirigir nuestros movimientos”. Su valor como presidente del Gobierno es que se conocía el tinglado que había que desmontar. Y me venía a decir: “Tú sabes mucho más cómo se hace, pero políticamente lo sé yo. De manera que ten cuidado».
Lavilla conoce los subterfugios de cada Ley. Maestro en darle la vuelta y buscar los recovecos para que lo imposible fuera fácil. Le decía a Alfonso Guerra cuando fue presidente del Congreso y le planteó que sólo tenían Ley para las primeras elecciones. «El derecho tiene que dar soluciones para los problemas, no crearlos. Lo que tú me estás planteando es un problema. No me puedes decir que existe y no tiene solución, porque el derecho tiene horror al vacío». Con esa premisa, y como buen fontanero, fue organizando jurídicamente las cañerías de la Transición.
«Me consultaba Adolfo: “Me tienes que buscar una fórmula en virtud de la cual, cuando diga que quiero presentarme, con la ley en la mano pueda hacerlo”. ¿Cómo lo hice? En el artículo relativo a los miembros del Gobierno que no se podían presentar a las elecciones del 15 de junio estaba redactado de tal forma que no afectaba al presidente, que fue elegido por la propuesta del Consejo del Reino. Hicimos las cosas con tal limpieza y generosidad, que nosotros que íbamos a convocar las elecciones y aprobar las normas electorales, introdujéramos el principio de que eran inelegibles todos los que tuvieran cargo público y en particular los ministros del Gobierno».
Les bastaba con una mirada cómplice, para situarse en el mismo plano. Hasta que Suárez dimitió y se creó un muro, donde uno y el otro se instalaron en la mutua desconfianza. Y aun en la desavenencia, continuaron las confesiones. «Cuando era presidente del Congreso, venía a hablar conmigo, y me lo contaba… “Pero, ¿por qué haces esto?”. Un amigo mío en el Gobierno me alertó de que todos los días en el Consejo de Ministros, siempre había alguien que decía algo respecto a mí. Más que manía personal, era una especie de hacer el caldo a Adolfo».
Lavilla relata con tono pausado sus recuerdos de aquel año, bajando la voz cuando llegan las confidencias, con énfasis los envites de Suárez, como si su llamada se hubiera producido hace pocos minutos. Y a pesar de su permanente sonrisa, no deja de ser categórico. «No me gusta hablar por hablar, lo que cuento en el libro es porque lo sé. Mi visión es necesariamente parcial y mi valoración subjetiva. Puedo asegurar, sin embargo, la veracidad de lo que expongo y la certeza de lo que relato».
ENTREVISTA A LANDELINO LAVILLA. http://www.abc.es/espana/abci-transicion-cierra-traspaso-poder-socialistas-201702060140_noticia.html
Actualidad