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La post-verdad o la puta mentira

La post-verdad o la puta mentira
Marisa Gallero el

 

Estamos rodeados. La mentira gana terreno. Nos invade. ¿Acaso nos negamos a saber qué es verdad? O simplemente «los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». Es como define la palabra del año el Diccionario Oxford, la tan pronunciada post-verdad.

El multimillonario Donald Trump lo tuvo claro. Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Y potenció una realidad paralela a través de facebook, dándole carpetazo a la prensa de calidad, a la más influyente, que le ninguneaba y pronosticaba su derrota. El 2016 fue el año del revés. Nada de lo que decían que tenía que ser, fue. La victoria del Brexit y de Trump son los dos grandes acontecimientos que ha encumbrado a la post-verdad, cuando al electorado le mueve más la víscera que la racionalidad. Otros también quisieron asaltar los cielos, con sorpasso incluido, pero se quedaron al descubierto en un Parlamento que les aprieta.

Los medios de comunicación han perdido el monopolio del control de la información, mientras el mundo está cada día más globalizado, más hiperconectado, como si la ilusión de «Matrix» se hubiera convertido en realidad. Nuestros cuerpos se mueven gracias a la mente conectados a un programa de ordenador a través de miles de tubos que nos chupan la energía. No distinguimos que es real o ficticio, creyendo que lo irreal y falso es la verdad.

En la era de las redes sociales tenía que surgir un camino intermedio. La culpa no es sólo de google, que nos hace olvidar la memoria, del falso creador de amigos, o de twitter, donde el contenido se reduce a un titular, cuanto más sensacionalista, mejor. Nuestras redes muestran vidas paralelas, otros seres que sólo atrapan un trozo de nosotros, que vendemos como si fuéramos directores de marketing de nosotros mismos. Jugamos a tener amigos, relaciones y vidas impostadas.

La post-verdad ha estado presente siempre. Ya le dice el sacerdote a K en el «El Proceso»: «No, no hay que considerar que todo es verdad, solo necesario», a lo que responde K: «Una triste opinión, la mentira se convierte en principio universal». Es la palabra idónea que aceptamos sin rechistar. ¿Cómo no nos dimos cuenta de que nos pasaría factura? Esa ingenuidad tan aplastante de haber dejado campar las mentiras en las redes, como si no fueran a traspasar las pantallas e instalarse en la vida real.

¿Os imagináis que a las trolas de la teoría de la conspiración del 11M le llamen ahora post-verdad? ¿O esas armas de destrucción masiva que justificó la invasión de Irak? El futuro apocalíptico descrito por Ray Bradbury ha llegado. Y nos retrata como una civilización occidental idiotizada, esclavizada por las imágenes. Nadie lee ni piensa. Arderán los libros a 451 grados fahrenheit, mientras pasamos las páginas en un ebook.

Le llaman post-verdad, porque decir que es una puta mentira sonaría a realidad.

 

 

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