Como un gladiador. Así se siente Oriol Junqueras mientras medita en la soledad de su celda en Estremera. «Condenado por su destino de esclavo a ponerse en la arena, sin que recele el César que haya este circo rodeado de estrellas», cita el republicano. La caída de ojos de Russell Crowe le habrá inspirado algunas de las líneas de su última carta antes de volver a pisar el Tribunal Supremo. Pide la libertad para «ejercer la representación política como presidente» planteándose así asistir a los plenos del Parlament desde prisión, si la sala decidiera mantener la preventiva. Es el plan B del independentismo, que duda de los fuegos artificiales del tránsfuga y que pueda ser investido telemáticamente. Ni entre ellos se ponen de acuerdo. Ni para negociar la Mesa ni para formar Gobierno.
Después de clavarse la espada —«Me clavo en el pecho la espada, que ya no me servirá para combatir. Si el vencido es quien muere y el vencedor quien mata, con ello, confesándome vencido, me instituyo vencedor»—, de sentirse como un gladiador en las arenas movedizas de Cataluña, se define como «hombre de paz que busca el diálogo». Junqueras intensifica su perfil de mártir, cultivando una «actitud estoica» ante la imagen frívola de Carles Puigdemont recibiendo el nuevo año desde Bruselas, con su sombrero de purpurina amarilla —¿era un guiño en honor a los presos?—, rodeado de matasuegras, ideal para su papel de prestidigitador del secesionismo.
Ser creyente no te exime de cumplir las leyes, aunque sean las de una España «imperial». Su propuesta de «diálogo bilateral» es igual que el «referéndum pactado» de los comunes. Palabras huecas. Quisieron instaurar una República amparándose en una promesa electoral y en un mandato divino de unas urnas opacas. Quizá el silencio de Pablo Iglesias después de los malos resultados del 21-D esté relacionado con su deseo de convertirse en la solución al desafío catalán. Ese plan que aireó el día de la Constitución de que Xavier Domènech fuera la llave. Ese pacto secreto con ERC podría estar todavía en marcha.
En «Gladiator», Crowe es traicionado por el ambicioso hijo del emperador, quién asesina a su padre para llegar al trono. En su República sin valor jurídico fue abandonado por un insaciable exalcalde de Girona, tras aniquilar políticamente a su mentor, Artur Mas. Todavía nos queda por saber quién es el César de esta historia y quién lo terminará apuñalando por la espalda. Quién será el vencido y el vencedor, mientras Cataluña se desangra.
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