
Melodía primera. El disco es ya una realidad en los oídos felices, pero también es un símbolo que refleja el momento de las cofradías de Córdoba y el organismo que las agrupa. Como si fuese una discusión de ideología política, hay liberales, incluso libertarios, que quieren reducir al mínimo el papel del Estado y dejar que la iniciativa privada, libre de impuestos y trabas, se maneje a su libre albedrío. Las cofradías harían lo que quisieran y la Agrupación se quedaría casi de árbitro para que así, dicen, las hermandades tuvieran más dinero para faldones y cuerpos de acólitos. Otros, cosa de sensibilidades, sí creen en la «res pública» para representar y estimular.
Fuerte de bajos. Los cofrades dividirían así su visión entre quienes piensan que el disco era innecesario, o que por lo menos no lo tenía que hacer la Agrupación, y los que creen que sólo lo podía hacer ella, porque además no le ha costado nada y le servirá para la obra social. Ganas de acaparar flashes o ganas de dejar algo para la historia, según las sensibilidades o el color del capirote con que cada uno mire las cosas, igual de respetable en todas las tonalidades hasta que las urnas hablen en junio.
Trío y coda. Pero una vez que está en las manos es un disco y dan ganas de reproducirlo una y otra vez hasta gastarlo. La destreza de la banda, inaccesible en su carácter profesional, y la portentosa instrumentación consiguen que la música, siempre espiritual y ascendente, lleve a las nubes del deleite estas doces estupendas obras. ¿O eran trece? En la selección hay otra metáfora más para un disco imprescindible.