Luis Miranda el 28 ene, 2014 Naranjos, esta semana, en los jardines de la Victoria. FOTO: VALERIO MERINO Quizá lo mejor fuera vivir al margen, despreocuparse de las fechas y los calendarios, hacer como que no importan los días que se descuentan y como que no se ven las señales que lo anuncian siempre un poco antes de tiempo. Estaría bien no pensar en lo que está por venir hasta que lo anuncia un escalofrío de inminencia, que siempre llega cuando tiene que llegar y no cuando la voluntad de un ser humano lo decide. No hay que repetirlo cuando está tan cerca el Via Crucis Magno en que se sacaron las espinas de tantos años de agua: se pueden ceñir fajas y costales en agosto y se pueden escuchar marchas de cornetas y tambores en noviembre, y la memoria, siempre caprichosa y voluble, llevará al alma a donde quiera, pero no anunciará que llega la Semana Santa. Estas noches de enero, todavía con la crudeza desabrigada del duro invierno, hay un presentimiento en el horizonte, tan remoto como casi engañoso. Para algunos es como si ya estuviera todo encima, aunque falte más de un mes para que empiece la Cuaresma y casi tres para que se ponga la primera en la calle. Sin todo el trabajo de estos días sin retórica ni temblores presentidos en la piel no sería posible la plenitud que llegará más tarde, cuando la luz embriague al alma y no haya más remedio que disfrutar de la tarde en la calle, pero en la sencillez de su esencia está la verdad misma de su callada grandeza. Ahora mismo los días crecen y el sol llega un poco antes y se marcha después, y la vida moderna de las cofradías, asaltada por la impaciencia de las redes sociales y los ordenadores, parece querer precipitarlo todo. Un naranjo, sin embargo, me puso ayer las cosas en su sitio. Todavía le faltaban muchas tardes para asomar ningún botón blanco, ni siquiera el verdor de las hojas lo esperaba. Era un árbol repleto de naranjas, orondas como “primadonnas” en su madurez, a la espera de la mano que las tiene que quitar antes de que terminen echadas a perder en el suelo, como ha pasado en muchos sitios. Es el ciclo de la naturaleza y a él se debe también la Semana Santa, porque cuando el fruto se marcha en el crudo invierno deja paso en las ramas al nacimiento del azahar, y la flor sí que no miente nunca ni obedece al arbitrio de los hombres. Hoy el calendario parece querer correr más de la cuenta, tal si al final todo dependiese de un arrebato, como en el salto de la reja de los rocieros, y las cosas no tuvieran su tiempo ni llegaran cuando el cielo lo dice. Podrán quienes quieran soñar con que precipitan las cosas, pero el fruto que recojan será en el fondo tan amargo como las naranjas orondas que estos días están a punto de caerse, tan distintas de aquellas que sólo abren la generosidad de su sabor y su zumo cuando llega el tiempo. Liturgia de los días Comentarios Luis Miranda el 28 ene, 2014