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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Beato San Álvaro de Córdoba, el primer cofrade

Luis Miranda el

Los patronos y protectores, en una lectura superficial, pueden parecer una herencia del mundo clásico, contemporáneo al nacimiento del cristianismo. Las advocaciones con las que la Virgen María protege a tantas ciudades no serían entonces más que una adaptación de aquella Palas Atenea, la hija que le nació a Zeus de un hachazo en la cabeza, que protegía a la mismísima Atenas a la que daba nombre. Cuando el cristianismo se queda en cultura o antropología, la adscripción de una ciudad a su patrón puede quedarse vacía, como si no fuese más que un hito en el camino de los siglos que ha sobrevivido al tiempo.
El que vive la fe en serio y la acompaña de la reflexión no tiene más que mirar a los patronos para seguir su ejemplo, sea el de su vida, el de sus enseñanzas o el de aquel momento en que la ciudad que se acogió a su mandato. Quien dice ciudad dice también una profesión o un grupo de personas que se arropan con algo en común. El 19 de febrero es el patrón de las cofradías de Córdoba y por extensión también de los cofrades que las integran, y no pudo la Agrupación de Hermandades haber encontrado un ejemplo mejor.

En aquel momento era San Álvaro de Córdoba por defecto, como la calle desde la que escribo y como se le venera en Scala Coeli; ahora es el Beato Álvaro de Córdoba como la parroquia y como el Derecho Canónico dice, pero el ejemplo es el mismo. Una vez dije que Francisco Melguizo fue el primer capillita, pero San Álvaro, en aquel siglo XV en que las cofradías no eran más que una prefiguración, fue el primer cofrade. No vistió más hábito que el blanco con la capa negra de la Orden de Predicadores, pero fue un nazareno que siguió el camino de la Pasión de Cristo y meditó sin descanso las estaciones del Vía Crucis como en una estación de penitencia; no salía a cangrejear delante de los pasos y tendría pocas imágenes, pero rezaba a la Virgen María en la advocación de las Angustias que luego quedó en Córdoba para siempre gracias a él. Formó como el sacerdote que era y ejerció la caridad cuando llevó envuelto en la capa a aquel mendigo que después se convirtió en el Crucificado que hoy queda como testigo de su obra.

Por eso cada 19 de febrero los cofrades tienen que mirar al Beato San Álvaro de Córdoba, que es la forma en que muchos llaman a su parroquia, y pensar que no necesito tener imágenes en la calle para rezar las estaciones, porque para él la meditación y el ejercicio espiritual estaban antes que la plasticidad, aunque le importaran. ¿Qué habría pensado de quienes ahora piensan que el Vía Crucis es un Cristo en la calle, una ocasión para hacer fotografías y unas palabras que no hay que escuchar? El que quiera ser un buen cofrade tiene que mirarlo y aprender, y sabrá que encima ha ejercido su protección con diligencia y amor cuando se le ha pedido. Las cosas de Dios hay que saber mirarlas en la vida diaria y no esperando signos ni milagros espectaculares como números de magia. Hace veinte años las cofradías veían el mapa de las parroquias como un plano de puertas cerradas en cuyas feligresías no se podía crecer porque casi nadie las abría. Supongo que quien recuerde cómo se llamaba la parroquia por la que todo empezó a cambiar, y como cofrade sepa que la Providencia existe aunque escriba entre líneas, no pensará que es una casualidad ni un guiño del pagano destino.

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