Hay días en los que toca mirarse el ombligo y hacer un poco de autobombo. No quiero ni pensar lo que tiene que ser estar embarazado. En realidad, lo que hoy llega a este blog es otra clase de hijo. Anaya acaba de editar, en su colección Oberon Práctico, el libro «Ajedrez para torpes», escrito por el ajedrecista más torpe de todos, que casualmente es el autor de estas líneas. La idea no es ofender al aprendiz (la «broma» del título ha sido utilizada ya en decenas de obras sobre los asuntos más diversos), sino animar a sumarse a este juego fantástico a todos aquellos que no tienen ni idea, pero les gustaría aprender, y a los que sólo saben mover las «fichas» y querrían conocer algunos secretos. Primera lección: se dice «piezas».
En realidad, jugar al ajedrez es fácil. Nadie debería sentirse intimidado por un juego que, a primera vista, parece reservado para las mentes más brillantes. Es una falsa impresión. Todos podemos aprender y disfrutar. Hay manuales para expertos y cada vez más libros para niños, muchos de ellos excelentes. Pero al ajedrez se puede empezar a jugar a cualquier edad, incluso en la tercera y la cuarta, lo que nos traería de regalo grandes beneficios. No importa la ausencia absoluta de conocimientos previos. En muy poco tiempo se puede alcanzar un nivel más que aceptable. «Ajedrez para torpes» pretende ayudar a conseguirlo de una manera sencilla.
«El ajedrez es un mar en el que puede beber una pulga y bañarse un elefante»
(Proverbio indio)
Los motivos para aprender a jugar al ajedrez son incontables. Kasparov hizo hace poco una recopilación de algunos de ellos. Es un juego mágico, que tiene unos quince siglos de existencia, en los que ha superado guerras, modas y toda suerte de revoluciones. No necesita pilas, electricidad ni una buena conexión wifi, aunque cuando le permiten utilizar algunos de estos adelantos, los aprovecha como ningún otro juego. El ajedrez es barato y sofisticado, ideal para todas las épocas del año. Incluso se discute si debe entrar en el programa de los Juegos Olímpicos de invierno. En realidad, eso es lo de menos. Estimula el cerebro y cada poco tiempo se le descubren nuevas propiedades.
Sus practicantes pueden tener, siendo conservadores, entre 4 y 120 años. Pero lo mejor de todo es que puede ser tremendamente divertido. Ni siquiera hace falta tener mucho tiempo; las partidas pueden durar desde uno o dos minutos a varios meses, para quienes todavía juegan por correspondencia. Al ajedrez, en suma, sólo se le conoce una contraindicación: es adictivo.
Hay miles de libros dedicados a nuestro juego favorito, pero si te animas a comprar «Ajedrez para torpes», se vende al precio de 15 euros, IVA incluido.
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