Tendencias estratégicas globales futuras

Uno de los procesos cognitivos fundamentales que abordan los especialistas en prospectiva estratégica o en estudios de futuros –forecasting o Strategic Foresight, en sus diversas denominaciones en inglés- es el de ser capaz de traer el futuro al presente para identificar las alternativas, elegir las opciones y, por último, guiar la adaptación al cambio necesario.

Los analistas de los gobiernos y de las Instituciones Militares que se ocupan de estos procesos prospectivos deben guiarlos mediante tres preguntas que examinen ese futuro por suceder: ¿cómo y por qué cambiará el mundo en las próximas décadas?, ¿cuáles son las incertidumbres más críticas del tiempo por venir? y ¿qué significa todo lo anterior para la seguridad global del mundo?

Este ejercicio reflexivo, para que cumpla su objetivo, debe escudriñar tendencias de largo plazo -con horizonte de unos 30 años- y no debe olvidar que su misión final es la de informar a los tomadores de decisiones en la formulación de estrategias y de políticas y en la asignación de sus correspondientes medios y recursos.

Por lo tanto, una vez realizado este ejercicio, los tomadores de decisiones en los gobiernos, en las organizaciones regionales o internacionales y en las fuerzas armadas, con el soporte de sus planeadores estratégicos, deben cumplir, como sucede en las empresas, con la que es su principal tarea como líderes: escoger.

Liderar es sinónimo de escoger, es decir, de decidir qué es a lo que debe hacerse frente y en qué orden de prioridad porque el futuro comienza hoy.

Cuatro son las grandes tendencias de cambio que pueden atisbarse desde hoy para muchos de los futuros posibles.

En primer lugar, se producirán significativos cambios de población y del hábitat de los seres humanos sobre los que habrá que actuar.

El crecimiento de la población en las próximas décadas será de 2.000 millones netos y nos acercará a los 10.000 millones de habitantes en el planeta.

En paralelo, y de forma, sólo aparentemente, contra intuitiva, esa renovación de la población no rejuvenecerá su edad media, que continuará envejeciendo.

Este factor, junto con el crecimiento de la automatización de los procesos productivos y de las actividades laborales y profesionales, multiplicará la tensión para redefinir los límites de las edades laborales, que deberán garantizar los servicios y las prestaciones universales en los estados del bienestar.

Sumado a lo anterior, no disminuirá, sino, más bien, lo contrario, aumentará la presión migratoria desde unas zonas del planeta a otras.

La competencia por la atracción de mano de obra altamente cualificada será feroz y los perdedores de dicha rivalidad serán aquellos que no hayan sabido adaptarse o adquirir los conocimientos y las habilidades para sobrevivir en un entorno tecnológico enormemente avanzado.

Además, las ciudades, como ya se está experimentando en muchos continentes, serán entidades más importantes que las propias naciones.

De hecho, están apareciendo numerosos nodos urbanos que retarán a los grandes centros financieros del último siglo.

Por otra parte, la información será central y crecerá vertiginosamente y habrá que explotarla y gestionarla.

La extensión de la tecnología quantum en los ordenadores multiplicará de forma exponencial su capacidad y su velocidad de procesar información, de tal forma que problemas altamente complejos podrán ser analizados a mayor velocidad y con mayor precisión que nunca, hasta ahora, gracias a las nuevas capacidades de esta tecnología.

La conectividad entre objetos físicos será más capilar gracias al despliegue del Internet de las Cosas -IoT, por sus siglas en inglés-, todo podrá ser medido -las métricas se utilizarán en tiempo real-, los datos que puedan ser procesados serán compartidos y las industrias se interconectarán.

En definitiva, el dominio digital será tan importante como el físico y las capacidades cíber multiplicarán su alcance e influencia.

En muchos casos, esas capacidades convertirán a los desarrolladores y a los propietarios de las tecnologías cíber, especialmente, en el caso de los malos actores no estatales del mundo del crimen organizado transnacional –transnational organised crime o TOC, por sus siglas en inglés-, en más poderosos que muchos estados.

Sumado a lo anterior, por tanto, los avances tecnológicos se acelerarán vertiginosamente y habrá que explotarlos y gestionarlos.

El aprovechamiento de la información y de los datos, el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), la extensión en el empleo de robots con capacidad para reemplazar determinadas actividades desempeñadas, hasta ahora, por el hombre y el uso de la biotecnología para incrementar las habilidades y las capacidades de los seres humanos –human augmentation, en inglés- obligarán a repensar, con límites, el papel de estos en la sociedad.

Todo ello, por supuesto, a sabiendas de que la creatividad del cerebro humano y su capacidad para albergar, expresar y compartir sentimientos no podrán ser sustituidas por la tecnología.

Por último, el mundo experimentará una transición de poder a la que habrá que adaptarse y equilibrar.

En estos momentos, se podría decir -sin más precisión, por ignorancia- que esa transición de poder será geográfica, ya que su centro de gravedad parece estar moviéndose desde el oeste hacia el este, y será distributiva porque se está difundiendo entre un mayor número de actores, estatales y no estatales, incluyendo el TOC y el terrorismo internacional.

Además, como en todo proceso de análisis de futuros posibles, quedaría por abordar la parte más compleja y sensible de este ejercicio, que es la de adentrarse en las incógnitas de aquellos asuntos que puedan tener un mayor impacto sobre las sociedades y sobre las naciones.

Para ello, las dos variables a tener en cuenta a la hora de seleccionar los retos más importantes e inmediatos deberían ser el grado de incertidumbre, por un lado, y el impacto sobre las sociedades, por otro.

Entre estas indefiniciones habría que situar -para ayudar a los líderes a prestar atención, ordenadamente y de forma jerárquica- asuntos como, por ejemplo, el desarrollo tecnológico, la automatización y la IA; la competencia creciente en nuevos entornos y espacios, geográficos y virtuales; la proliferación de armas de efecto masivo; la erosión de la soberanía de los Estados y la adaptación del orden internacional actual; la expansión del poder de las plataformas tecnológicas de transmisión de la información; la disrupción de los mercados; la demanda y la competencia crecientes por recursos; el incremento de la amenaza del crimen, del terrorismo y del extremismo internacionales; o los cambios demográficos.

Desgraciadamente, habría que aceptar, al menos, intelectualmente, la hipótesis de que la frecuencia y la velocidad de los cambios por venir y la incertidumbre que existe sobre ellos superarán la capacidad de los Estados y de los gobiernos para gestionarlos correctamente.

Si esto sucediera, Estados y gobiernos se verán, por tanto, desbordados y, con ello, las costuras de las sociedades contemporáneas acabarán estallando.