La solución a los problemas de la seguridad europea solo será posible como resultado de la alineación de los intereses y de la cooperación entre Estados Unidos (EE. UU.), Rusia y la Unión Europa (UE).
Si no se encuentra una fórmula cooperativa entre estos tres actores, no habrá, de ninguna manera, solución a la necesidad de forjar seguridad y estabilidad en el continente europeo.
El coste de oportunidad de no intentar encontrar ese compromiso serÃa altÃsimo.
Este arreglo es aún más necesario, dado el actual entorno de retos y de riesgos crecientes a la seguridad surgidos del impacto combinado del desarrollo tecnológico sobre la planificación y sobre el desarrollo de los conflictos armados, del papel creciente del crimen organizado transnacional –Transnational Organised Crime (TOC), en inglés- como actor estratégico no estatal, del imperativo de avanzar en el control pactado del desarrollo y de la proliferación de nuevos y, cada vez, más sofisticados sistemas de armas y de la aceleración de los movimientos migratorios en el mundo.
Una vez contextualizados los desafÃos de seguridad en Europa, los intereses de EE. UU., de Rusia y de la UE deberÃan empujar a que ambas potencias globales y esta organización regional -aunque la última esté en camino de convertirse, aceleradamente, en irrelevante- encontraran la ruta para primar el diálogo y la prevención de conflictos o de confrontaciones.
Para ello, las relaciones entre estos tres actores deberÃan coadyuvar a construir confianza y seguridad mediante la materialización de la predictibilidad en los comportamientos y delineando objetivos realistas, materiales y alcanzables en horizontes de corto y de medio plazo, sin ambiciones irreales.
En definitiva, se tratarÃa de gestionar las fricciones entre ellos, de tal forma que se evitara que escaparan a un control racional y manejable de los mismos o que algunos de estos actores pudieran adentrarse, sonámbulos, en riesgos e, incluso, en conflictos, como le ocurrió a la UE en Ucrania en 2013 y en 2014.
Los problemas para alcanzar este escenario deseable comienzan cuando se identifica la ausencia de perspectiva por parte de EE. UU. sobre las implicaciones cruzadas de la seguridad europea, que es, por ejemplo, directamente dependiente de la relación entre EE. UU. y Rusia, ya que esta es uno de los pilares para la seguridad futura de Europa.
Conseguir que EE. UU. sea receptivo a estos planteamientos exige de Europa, especÃficamente, que sea capaz de responder a EE. UU., de forma convincente, a sus dos preguntas iniciales y recurrentes, por otra parte, legÃtimas, cuando se habla con ellos de este asunto: ¿quién paga? y ¿merece la pena?
La diplomacia no es altruista o ingenua, sino, más bien, práctica, necesaria y precisa.
En la actualidad, aunque un marco nuevo para la seguridad europea es inexcusable, éste es un asunto que despierta poco interés en EE. UU., por más que el establecimiento de términos claros para la relación entre Occidente y Rusia sea el elemento decisivo para Europa y para su seguridad.
Dejar a Rusia fuera del alcance del debate sobre el futuro de la seguridad europea es un error profundo y monumental porque, por mucho que sea difÃcil crear un entorno de paz en Europa contando con el entendimiento de Rusia, la paz en Europa no se puede alcanzar, de ninguna manera, sin contar con Rusia.
La prueba de lo anterior es que, durante la reunión Putin-Biden, del pasado mes de junio, en Ginebra, los tres asuntos principales tratados por ambas partes fueron la restauración de las relaciones diplomáticas entre los dos paÃses, el control de armas estratégicas, es decir, nucleares, y las restricciones a las ciber operaciones.
En definitiva, aquel encuentro entre Putin y Biden concluyó, significativamente, sin que se abordaran los problemas de la seguridad de Europa.
Pareciera que EE. UU. quisiera, exclusivamente, apostar por la firmeza: firmeza en los asuntos en negociación, actualmente en curso, con Rusia y firmeza con la UE, que quiere avanzar más rápidamente en este asunto de la seguridad europea, especialmente, dentro de ella, Francia y Alemania.
En realidad, para EE. UU., el interés por la seguridad europea es manifiestamente decreciente dado que sus prioridades geopolÃticas están girando hacia Asia y, más especÃficamente, se centran en su rivalidad estratégica con China.
Fiel reflejo de este viraje es el reciente incidente que ha tenido lugar entre EE. UU. y el Reino Unido, por un lado, y Francia, por otro -y que, por extensión e indirectamente, ha salpicado a la UE, que ha estado ausente por completo de la gestión, del desarrollo y de la conclusión, por el momento, de este asunto-, con motivo de la disputa sobre la adjudicación de un contrato, por un valor total de 31 millardos de euros, para el suministro de tecnologÃa, de conocimiento y, eventualmente, de submarinos propulsados con energÃa nuclear a Australia, que ha renunciado, por sorpresa, al acuerdo que ya tenÃa firmado con una compañÃa francesa, Naval Group, en favor de compañÃas estadounidenses e inglesas.
Simultáneamente, como si se quisiera echar sal sobre la herida, dicha disputa comercial y diplomática se ha acompañado con el anuncio del refuerzo de los lazos de cooperación militar, ya existentes, de EE. UU. con el Reino Unido y con Australia, a través de una nueva estructura de asociación, llamada AUKUS -acrónimo de Australia, United Kingdom, United States, en inglés-, de obvias resonancias anglosajonas.
Efectivamente, la diplomacia es realismo y, al final, la responsabilidad del éxito o del fracaso de este empeño no recae, exclusivamente, sobre EE. UU., sino, también, sobre Rusia y sobre la UE.
En Rusia, se reconoce la complejidad de los asuntos de seguridad actuales de Europa, a la vez que no se acepta la proposición, muy simplista, por otra parte, de que se le haga responsable de todo lo que ha ocurrido en Europa desde 2014, cuando la crisis de Ucrania no es la raÃz del problema, sino, su manifestación.
Asimismo, en Rusia existe el convencimiento de que, en la UE y en EE. UU., no existe una visión y una hoja de ruta para llegar al lugar y al resultado deseados.
Por último, a Rusia le gustarÃa que el asunto de la seguridad de Europa no solo se resolviera sobre la base de los intereses de las tres partes involucradas en el proceso, sino que, también, se cuadrara el cÃrculo de los valores respectivos de todas ellas.
El punto de vista de Rusia es que la seguridad no es solo una cuestión de intereses y que los valores de cada uno no pueden ser ignorados, a sabiendas de que, aunque la convergencia en los valores serÃa un objetivo ideal para alcanzar, conjuntamente, por Rusia, por la UE y por EE. UU., la ausencia de un acuerdo entre los tres actores sobre los valores compartidos tampoco deberÃa ser un obstáculo para seguir avanzando en la búsqueda de un entendimiento deseable.
En el terreno práctico de la diplomacia, Rusia, por su parte, deberÃa evitar la tentación de caer en el error de hablar con EE. UU. sobre la seguridad europea a espaldas de la UE, por mucho que esta no cuente con autonomÃa de seguridad propia.
A la vez que negocia con EE. UU., Rusia deberÃa fajarse e involucrarse en la negociación con la UE, a pesar de que esta no haya mostrado interés por mantener encuentros de alto nivel con el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin.
De forma complementaria a lo anterior, Rusia, además, deberÃa rehuir el dejarse llevar por la tentación de seleccionar sus interlocutores entre los socios europeos sobre la base de su propia conveniencia y comodidad, ya sean Francia, Alemania o Italia.
Aún más, Rusia deberÃa, igualmente, buscar la interlocución con aquellos paÃses de Europa que le son crÃticos, como es el caso de los bálticos o de los de Europa Central.
La única lÃnea roja que Rusia sà ha marcado para este proceso con Occidente es la que Putin le trazó a Biden durante su conversación de junio en Ginebra, es decir, que Occidente abandone cualquier ambición de inmiscuirse en los asuntos polÃticos internos de Rusia.
Para concluir, la perspectiva europea sobre su propia seguridad está influida por la sensación de encontrarse en medio de un campo de batalla disputado entre dos grandes potencias y por la obsesión, comprensible, de evitar repetir la historia y los errores trágicos de 1939.
Sobre todo, el proyecto europeo está anclado en torno a los principios.
Por encima de cualquier otros, estos se podrÃan encapsular en dos, es decir, el respeto por los derechos humanos y el respeto por la inviolabilidad de las fronteras nacionales.
Asà es como estos quedaron reflejados en el Acta Final de Helsinki -de carácter no vinculante, al no tratarse de un tratado-, aprobada por la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) o Conferencia de Helsinki, el 1 de agosto de 1975, y de la que fueron signatarios 35 paÃses, entre ellos, EE. UU., la Unión Soviética y todos los paÃses europeos, incluyendo a TurquÃa y excluyendo a Albania y a Andorra.
Sin embargo, este anclaje europeo es, cada vez, más débil e insuficiente como para que la UE sea tomada en cuenta y en serio por otros actores internacionales.
Los signos de decadencia de la influencia internacional de la UE son manifiestos.
El papel vergonzoso, cuando no, cómplice, que la polÃtica exterior de la UE está desempeñando en relación con los regÃmenes narco comunistas y con sus gobiernos adláteres en América Latina está perjudicando notablemente la credibilidad europea y acrecienta la percepción del declive del poder y de la influencia de la UE en el mundo.
Para poder avanzar en ese proceso de diálogo para una restauración de la seguridad europea, con garantÃas de éxito, lo que es práctico, necesario y preciso, en estos momentos, es reducir riesgos, evitar amenazas o enfrentamientos militares, entender mejor las razones y las narrativas de las contra partes y abandonar las condiciones previas -como, por ejemplo, esperar de Rusia que deje de ser Rusia-, antes, incluso, de que ese diálogo comience, y que la UE, en definitiva, recupere el respeto perdido ante los grandes actores internacionales, especialmente, EE. UU.
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