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Afganistán se deshace y amenaza a Asia Central

Afganistán se deshace y amenaza a Asia Central
Jorge Cachinero el

La frontera de Afganistán con tres de las cinco repúblicas de Asia Central -Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán- es de 2.400 kilómetros de longitud.

Esta divisoria es larga y no está suficientemente bien protegida desde el lado centroasiático.

Por ello, la porosidad de esa linde está sometida a los riesgos del tráfico de armas, del tráfico de opio, del tráfico de seres humanos y de la recluta de jóvenes, a ambos lados de la línea de separación administrativa, para la causa del islamismo radical y terrorista.

De hecho, esas repúblicas centroasiáticas hacen frente a un número significativo de células durmientes criminales, que el yihadismo afgano ha implantado en sus territorios con el propósito de que, en estos momentos, comiencen a ser despertadas y a ser movilizadas para la comisión de actos terroristas dentro de esos países.

El vacío estratégico y de seguridad en el que se ha convertido Afganistán, tras la huida precipitada de Estados Unidos (EE. UU.) y de sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), está succionando a todos sus vecinos hacia un agujero negro de consecuencias catastróficas, por otra parte, fácilmente predecibles e imaginables.

La responsabilidad de Occidente en que esto esté sucediendo es directa y se agravó con el llamado proceso de Doha, culminado con el Acuerdo de Doha, firmado el 29 de febrero de 2020, entre EE. UU. y el Talibán, que dejó, de forma incomprensible, al gobierno de Afganistán, supuestamente apoyado por EE. UU. y sus aliados, fuera de aquél.

Representante Especial de EE. UU. para la Reconstrucción de Afganistán, Khalilzad (i), y cofundador del Talibán, Mullah Abdul Ghani Baradar (d), tras firmar el Acuerdo de Paz entre EE. UU. y el Talibán, Doha, Qatar, 29 February 2020.

Aquel entendimiento elevó al Talibán al estatus de representantes oficiales de un Estado, de igual a igual con los de EE. UU., y fue un anticipo claro del desastre que estaba por venir.

EE. UU. olvidó o desconocía algo que los afganos saben muy bien y es que, a su pesar, los líderes de su país no buscan acuerdos, pero que, si los alcanzan, nunca los respetan.

En la actualidad, desde la toma del poder en Afganistán por parte del Talibán, en agosto de 2021, el papel de Afganistán como un espacio de contención y de seguridad en la región está bajo cuestión, ya que el Estado en Afganistán no es que haya fallado, sino que ha colapsado.

En realidad, el gobierno afgano -cuyo ministro de Interior está en la lista de los más buscados por el Federal Bureau of Investigation (FBI) estadounidense- ha sido apropiado por un grupo de mulás extremistas pastunes, una de las numerosas tribus que pueblan Afganistán, en un país cuyo tejido social es poliédrico, ya que está compuesto por numerosas minorías étnicas y tribales.

La toma del poder por el Talibán no fue el cumplimiento de una maldición inevitable.

Sin embargo, con sus actos, EE. UU. la aceleró y la permitió.

El mosaico de grupos extremistas dentro de Afganistán, algunos de los cuales tienen como objetivo el introducirse en algunos de sus países vecinos, no se limita al Talibán e incluye, además, al:

  • Estado Islámico de la Provincia de Khorasan, ISKP, por sus siglas en inglés,
  • Tehreek-e-Taliban-e-Pakistan (TTP),
  • Movimiento Islámico de Uzbekistán,
  • Jamaat AnsarullahTalibán Tayikistán y
  • Partido Islámico de Turquestán, anteriormente conocido como Movimiento Islámico del Turquestán Oriental.
Niños reclutados por el ISKP.

Durante los últimos meses, la situación de seguridad en Afganistán se ha agravado.

Los extremistas islámicos han llevado a cabo acciones violentas contra objetivos, civiles y diplomáticos, de gran relevancia.

De hecho, las embajadas de Rusia y de Pakistán y algunos civiles chinos han sufrido ataques terroristas.

Anteriormente, las embajadas de Egipto, del Reino de Arabia Saudí y de los Estados Árabes Unidos (EAU) ante el nuevo gobierno en Kabul habían cerrado sus legaciones por razones preventivas.

Asimismo, la información que llega desde Afganistán anticipa escenarios de conflictos armados:

  • entre grupos rivales dentro del propio movimiento Talibán,
  • de activismo del ISKP o de grupos salafistas para aprovechar esas disputas entre talibanes para hacer crecer su presencia y su influencia dentro del país y
  • de una campaña de primavera armada entre el Talibán y los remanentes del gobierno anterior.

A esta preocupación creciente sobre la evolución futura del terrorismo islámico dentro de Afganistán y su impacto sobre sus vecinos centroasiáticos se suma la información de que EE. UU., con motivo de la guerra que provocó en Ucrania, estaría entrenando, en estos momentos, a 60 militantes yihadistas terroristas, en su base militar de Al-Tanf, en Siria.

Base militar de EE. UU., Al-Tanf, Siria.

El fin sería, una vez terminada su formación, trasladarlos a las repúblicas de Asia Central y a Rusia con la misión de convertirse en focos de terror y de desestabilización dentro de esos países.

Los riesgos actuales de seguridad dentro de Afganistán podrían tener un efecto negativo de desborde hacia sus vecinos, especialmente, las repúblicas de Asia Central, dada la naturaleza agresiva y violenta del actual régimen afgano, que busca con intensidad extender su ideología islamita radical y terrorista.

En estos momentos, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva -CSTO, por sus siglas en inglés, que agrupa a Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán- y China son las únicas garantías de que la tumba de los imperios, como se conocía a Afganistán en el pasado, no llegue convertirse en la tumba de Asia Central.

Por desgracia, Afganistán sí que está en camino de convertirse en la tumba de los propios ciudadanos afganos.

 

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