George F. Kennan escribió, el 5 de febrero de 1997, en un artículo -muy breve, de sólo ocho párrafos-, publicado por The New York Times, llamado “A Fateful Error” -un error fatídico, en español-, que expandir la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la Guerra Fría -“(…) expanding NATO would be the most fateful error of American policy in the entire post-cold-war era”, en su versión original-.
Kennan fue un diplomático estadounidense que, en 1946, nada más terminar la II Guerra Mundial, estaba destinado como Encargado de Negocios en la embajada de Estados Unidos (EE. UU.) en Moscú.
El 22 de febrero de aquel año Kennan envió un telegrama de 8.000 palabras al Departamento de Estado de EE. UU. -que ha pasado a la historia de la diplomacia y de las relaciones internacionales como el llamado “telegrama largo”-, en el que describía la naturaleza agresiva de la política exterior de Josef Stalin, secretario general del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Posteriormente, Kennan publicó, en julio de 1947, en la revista Foreign Affairs, un ensayo, “The Sources of Soviet Conduct” -que firmó escondido tras el seudónimo “X”, lo que le convirtió, durante los años que duró el misterio de su autoría, en Mr. X-, en el que esbozaba su filosofía sobre la necesaria contención que EE. UU. debía desplegar hacia la URSS y cuya conclusión era que “el elemento principal de cualquier política de los EE. UU. hacia la Unión Soviética debe ser el de una contención paciente en el largo plazo, pero firme y vigilante de las tendencias expansivas rusas”.
El concepto de la contención creado por Kennan marcó cuarenta años de política exterior estadounidense hacia la URSS.
Desgraciadamente, su aviso de 1997 sobre el “error fatídico” de la política estadounidense no fue tomado tan en serio por las élites que han formulado y ejecutado la política exterior de EE. UU. desde la desaparición de la URSS como, en su día, sus antecesores aceptaron la formulación del concepto de la “contención”.
Así, las raíces y las razones de la crisis actual en torno a Ucrania y de los problemas de seguridad de EE. UU. y de la Federación Rusa en Europa tienen que ver con la decisión de EE. UU. de tratar de convertir a Ucrania en un valladar defensivo en la misma frontera occidental de Rusia, siendo ésta el origen de una de las amenazas existenciales más críticas para la nación rusa, desde la creación, a finales del siglo IX, del Estado de Rus’, como materializaron, de forma dramática, entre otros, a lo largo de la historia, Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler.
Esa estrategia estadounidense de crear un valladar defensivo ucraniano frente a Rusia contenía tres elementos.
El primero era la intención, desde 2012, de EE. UU. y de sus aliados de extender la huella de la Unión Europea (UE) hacia el este para incluir a Ucrania.
El segundo, y más importante, desde la declaración de la OTAN, en su Cumbre de Bucarest, de 2008, consistía en incorporar a Ucrania dentro de la organización militar.
Por último, aquella estrategia contaba con el plan para ejecutar, inicialmente, dentro de Ucrania y contra el gobierno y las instituciones del país, una revolución de colores -en este caso, la llamada “Revolución Naranja” de 2004 y 2005-, es decir, uno de los elementos básicos de las guerras híbridas, a través de las cuales se dirimen las Guerras de Cuarta Generación del siglo XXI, para organizar, posteriormente, entre 2013 y 2014, una revolución violenta, seguida de un putsch contra el presidente de la República ucraniana.
Cualquiera de estas tres líneas de intervención de EE. UU. sobre Ucrania eran inaceptables para Rusia.
Nadie debería sorprenderse por lo que ocurrió en Ucrania en 2014 cuando confluyeron los tres elementos anteriores.
En el momento presente, da la sensación de que Biden y su equipo no han abandonado la estrategia del valladar defensivo ucraniano, dado que EE. UU. y la OTAN, aunque la Alianza Atlántica comienza a agrietarse en este asunto porque no todos sus miembros parecen ser de la misma opinión -Alemania, Francia, Croacia o Bulgaria, por citar algunos, están mostrando abiertamente sus discrepancias y su ausencia de voluntad de seguir a EE. UU. en este proyecto-, siguen pensando que la OTAN debe seguir abierta a aceptar a que cualquier país, incluida Ucrania, que quiera ejercer su derecho a incorporarse a ella, ahora o en el futuro, pueda hacerlo.
Además, en la práctica, EE. UU. y algunos de sus aliados -de nuevo, no todos- siguen enviando material militar a las fuerzas militares ucranianas.
El 2 de diciembre de 1823, el presidente estadounidense James Monroe, durante un discurso ante el Congreso de EE. UU., advirtió al mundo de que EE. UU. no iba a permitir que alguna potencia intentara incrementar su presencia colonizadora, o interfiriera de otra manera, en el continente americano –The Western Hemisphere, en inglés-, y afirmó que iba a asumir cualquier injerencia de este tipo como un acto potencialmente hostil para EE. UU.
Esta declaración, que, más tarde, acabaría pasando a la Historia como la Doctrina Monroe, cristalizó en un principio que acabaría por convertirse en una piedra angular de la diplomacia estadounidense durante generaciones y que incluía la idea de que “América es para los americanos”, es decir, que EE. UU. no estaba dispuesta a aceptar ninguna alianza militar de ninguna potencia ajena al continente americano con países que pertenecieran al mismo o que ninguna de esas potencias no americanas ubicaran activos militares en América, de norte a sur.
La lógica de aquel equilibrio de poder que subyacía a la Doctrina Monroe es la misma que se encuentra en el sustrato del pensamiento estratégico ruso sobre la posibilidad de que Ucrania acabe convirtiéndose en un valladar defensivo en la frontera occidental de la Federación Rusa.
EE. UU. rechaza, en definitiva, aceptar que Rusia tenga su propia Doctrina Monroe.
En este cruce de caminos es dónde se encuentran las grandes potencias del mundo, en estos momentos, y podrían hacerse algunas predicciones sobre qué ruta van a tomar cada una.
Por una parte, EE. UU. no conseguirá sus objetivos, en el largo plazo, porque Rusia le da más importancia a Ucrania que EE. UU.
Asimismo, China está observando atentamente los acontecimientos que se están desarrollando en Europa, mientras considera si éste es su momento de oportunidad para, en coordinación con Rusia, hacerse con Taiwán y convertir en un hecho consumado su principio de Una China.
Por último, Biden se encuentra enredado en un problema político interno muy serio ya que los índices de aprobación de su gestión continúan desplomándose, la percepción de que él no está cualificado cognitivamente para seguir al frente de sus responsabilidades actuales sigue extendiéndose y la legitimidad democrática de su victoria de 2020 sigue estando seriamente cuestionada.
Hace semanas, Vladimir Putin afirmó que, si la reacción de EE. UU. a las demandas de seguridad de Rusia no fuera satisfactoria, “Rusia respondería de forma dura, rápida y asimétrica”.
Por fin, el 26 de enero de 2022, EE. UU. y la OTAN entregaron a Rusia sus respuestas respectivas a las propuestas de tratados de garantías mutuas de seguridad, que ésta les había enviado el 15 de diciembre e hizo públicas el 17 de diciembre
Como se anticipaba, el contenido de dichas contestaciones carece de “reacción positiva”, por el momento, al menos, a las dos demandas principales de Rusia, es decir, la paralización de la ampliación de la OTAN, especialmente, en lo que respecta a Ucrania, y la retirada del armamento estratégico que la organización militar ha ido ubicando en países que se incorporaron a la Alianza Atlántica con posterioridad a 1997.
Después de esta aparente negativa de EE. UU. a la demanda de Rusia de formalizar un reaseguro compartido que comprometiera legalmente a todas las partes, el mundo queda a la espera del siguiente movimiento de Rusia.
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