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Tener Julianín

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A medida que Julianín (Julián Contreras) iba avanzando en el relato de sus dificultades, empezó a tomar cuerpo un temor: que Julianín muriera haciendo un Carmina. Julianín parece un ser humano parado en el estadio del hijo. Es hijo-hijo. Hijo convertido en padre de su madre e hijo que estar a partir un piñón, en la categoría del amigo, del hermano, con el padre.

 

Ayer descubrimos también que Julianín no tiene los treinta años, ¡si lleva décadas siendo Julianín! Pero es que fue siempre un niño viejo, intenso (existe ya el verbo intensear), redicho. Ayer fue como el contrapeso lírico del poderío verbal de Pablemos. Nadie habla así de bien en la tele. Pablemos lírico: “Necesito disfrutar de la belleza de los aterdeceres” o “Aún no tengo treinta años y he perdido el color de mis ojos, teñidos de tristeza”.

 

No sólo fue un paso más allá en el tono de las confesiones televisivas. Es que pasó por la derecha a todos los hijos-de. Porque no hay mejor hijo, hijo más hijo de sus padres que el. Hasta exceder los límites del hijo, subiéndose a la categoría del padre o del hermano. Varado en lo filial (“todavía no sé quién soy), atenazado por el trauma, hijo viudo, no avanza vitalmente Julianín y desarrolla una manera de ser hijo invasiva, expansiva. Edípico y gordito, Julianín ha sigo biógrafo de su madre y está desgarrado por la pérdida hasta extremos delicados (“Veo a mi madre en ti”, le dijo a Kiko Matamoros”).

 

Anoche supimos que pasó una semana sin agua, gas ni luz (una semana en el motor de un autobús). Julianín, ser sin suministros, mintiendo sobre el termostato para pedir la ducha ajena. Confesó que toma diez pastillas, que sigue el ritual de su madre (¡cumbre edípica la de ensayar la muerte idéntica a la madre!). A ese abismo, a lo más bajo, cayó en verano, cuando conoció la noticia del sucidio de Robin Williams. “Cómo podía sufrir tanto por dentro… Ese día no quise seguir”. Hubiera sido atroz. Morir empujado por el ejemplo de Robin Williams (¿y si hubiera un Club de los Poetas Muertos de verdad? ¡Suicidas imitativos por el nefasto cómico!) hacia un ritual de muerte incestuosa. Estremedor.

 

Julianín, sin embargo, controla el ramalazo edípico porque no mata la padre sino que lo ama profundamente, consagratoriamente. Y se le nota también que el amor es invasivo, creciente y que puede, si se descuida Julián Senior, acabar invirtiendo el rol.

 

No sé de psicología, seguro que ya lo hay, pero Julianín podría dar nombre a un Complejo de inversión de roles paternofiliales: “Sí, señora, es normal que el niño se les meta en la cama de matrimonio: Tiene Julianín”.

 

Hubo otra cosa de ayer que sí fue alegre, al menos una. Parte de los males de Julianín se desencadenaron con motivo de una inversión en hostelería. Tiene un restaurante, por el que sufre no pocas penurias y por el que también se tortura. Así que sí, Julián Conteras jr lleva un paso más el concepto Cocinero-artista. ¿Vosotros licuáis la croqueta? Pues para intenso de la restauración, él.

 

El Sálvame debería llamarse el Válgame. Julianín dijo aquí estoy ya. “Mañana me afeitaré y seguiré navegando entre la tormenta”.

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