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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Romper el techo de cristal. Una obligación de la sociedad para con las mujeres

Gema Lendoiro el

Hoy, antes de que me lean, les pido encarecidamente que vean este vídeo. Y, después, ya leen.

 

 

A veces en este blog escribo reflexiones que no tienen estrictamente que ver sobre la maternidad aunque sí con las mujeres. A medida que pasa el tiempo me va interesando cada vez más el espectro femenino porque encuentro que dispone de unos matices, buenos y peores, que son dignos de comentar. Nada comparables a los del género masculino. Con esto no quiero decir que seamos mejores. No me gustan esas guerras. Somos diferentes. Mucho. Y lo bueno y deseable sería que estas diferencias se convirtieran en sinergias en lugar de en enfrentamientos.

Ayer acudí a la sede de la CEOE a unas jornadas organizadas por WomanCEO sobre la igualdad, la tan cacareada igualdad, esta vez en los consejos de administración de las empresas cotizadas. Habló gente muy importante con unos currículos que cuando los lees debes pasar página porque son muy largos, han hecho de todo y, además, lo han hecho bien.  Mujeres en muchos casos que están entre los cuarenta y los cincuenta. Mujeres que han pasado por las mejores escuelas de negocios, que hablan bien dos o tres idiomas y con unos sueldos de esos que, a la mayoría de los mortales nos parecen inexistentes pero que, créanme, existen.

Cuando las escucho hablar, con ese tipo de lenguaje tan incomprensible para mí, cuando veo que han llegado donde están por méritos propios, me siento muy orgullosa de comprobar que, a pesar de lo que se diga, en España hay talento. Muchísimas mujeres con cabezas extraordinarias que han llegado muy lejos. Más de lo que sus abuelas algún día ni siquiera se atrevieron a soñar. Mujeres que provienen de familias de clase media, en ocasiones con muy pocos recursos pero que, a base de talento y esfuerzo y a que la educación pública es una realidad (aunque tenga sus lagunas) lograron llegar a las universidades, sacar sus carreras con éxito y hoy día sientan sus honorables posaderas en puestos de muy alta responsabilidad.

¡Un momento!

¿He dicho de muy alta responsabilidad? Pues me desdigo. No sé si intuyen por donde voy. Por si acaso voy al grano. El dichoso techo de cristal. Mujeres que van ascendiendo por MÉRITOS PROFESIONALES PROPIOS que, finalmente, no avanzan más.

Bien, esto es una realidad constatable. Las que rompen ese techo son pocas. Y no, no es que haya menos mujeres válidas que hombres válidos. Ni tampoco se ha demostrado científicamente que el cerebro femenino no esté igual de capacitado que el masculino. Ni tampoco más, ni tampoco menos. A mí me van a perdonar pero ayer eché de menos en las jornadas que nadie, ninguno de los maravillosos ponentes, nombrara cuál es, en realidad, el motivo por el que esto sucede.

Sí, exacto. Porque somos madres.

Es una realidad indiscutible desde el punto de vista biológico, social, de tradición, de lo que sea. Pero es así. Y las mujeres que no tienen hijos están, igualmente, bajo la sempiterna guadaña de un jefe que tiembla ante la frase: “Tengo que hablar contigo” y que, a continuación, anuncia embarazo. Sobre todo si la marcha de la trabajadora supone un descalabro en el buen funcionamiento de la empresa, ergo, dinero. Esta la realidad.

Yo no voy a entrar en cuestiones de si esto es o no machismo. En realidad en este momento me importa más bien poco. Me parece más útil y productivo hablar de qué soluciones vamos a aportar para que esto cambie. Porque, imagino que ¿no pretenderán ustedes, señores que mandan, prescindir de la mitad de la población? Es que ni es justo ni tampoco nos lo podemos permitir. Y quién pueda permitirse quedarse en casa a criar a sus hijos, bien por ella si eso es lo que ha elegido DESDE LA LIBERTAD, no porque no le haya quedado más opciones.

Quede claro que esto que escribo son reflexiones de una ciudadana que es madre, que es periodista y que una vez perdió una excelente oportunidad laboral (Dircom de una multinacional para toda Latinoamérica con base en NY) porque estaba en edad difícil= procrear (palabras que la seleccionadora me confesó una vez salió de aquella empresa). ¿Es justo perder un trabajo por tu condición sexual? ¿Sería justo perderlo porque eres rubia o de raza blanca? ¿O porque eres alta o baja?

Esto tiene difícil arreglo. Pero que sea difícil no implica que sea imposible. Bastaría con mirar modelos societarios que sí parece que funcionan mejor. Efectivamente, hablo de los países nórdicos. En esto nos llevan ventaja. Porque está claro que algo debemos hacer. Y esas medidas no pasan por:

-Que las mujeres tengamos a los hijos de manera extrauterina.

-Que las mujeres congelemos los óvulos para cuando ya estemos asentadas en nuestros puestos. ¿Y si eso sucede con 50 años? ¿Te vas a poner a ser madre a la edad de ser abuela? Sí, sí, ya lo sé, la esperanza de vida es ahora más larga pero, ¿se merecen eso nuestros hijos? Tener una madre cansada porque no se aguantan noches en vela igual a los 30 que a los 50?

-Que las mujeres no tengamos hijos. Fin de la historia.

-Que las mujeres que tengamos hijos no trabajemos.

-Que las mujeres que tengamos hijos trabajemos desde casa. ¡Ah qué maravillosa idea! ¿Y cómo trabaja desde casa la señora que tiene una tienda? ¿O la que tiene un bar?, ¿o la que es cirujana?, ¿la jueza? ¿La que limpia las casas de otras? Inviable, también.

-Que las mujeres se reincorporen a trabajar a los 7 días de dar a luz y que, además, se le descuente de sus vacaciones. ¿Y los derechos de los bebés? Porque los bebés, como seres humanos, también tienen sus derechos. Aunque no los reivindiquen porque no sepan hablar.

-Que los empresarios, como dijo Mónica Oriol en sus declaraciones, no contraten mujeres entre 25 y 45 años porque, estadísticamente es cuando se quedan embarazadas la mayoría.

Obviamente, nada de lo expuesto hasta aquí es viable. Ni deseable. Cualquiera de las soluciones nos llevaría a un sociedad terrible, podrida, nada deseable.

Y ahora están ustedes esperando a que yo les diga la solución. Pues van aviados porque yo tampoco la tengo. Eso sí, hay algo que parece que, cada vez que hablamos de estos temas, a los famosos expertos se les escapa. Se llama EDUCACIÓN.

La educación por parte de la sociedad pero, sobre todo y por encima de todo, desde los colegios y los hogares. Educar en igualdad no es una utopía. Funciona. Vaya si lo hace. Educar en que seamos idénticos en derechos y obligaciones aunque seamos tan diferentes hombres y mujeres. Educar en que una mujer que se queda embarazada y cría a sus hijos para evitar que otra lo haga por ella o para evitar que estén plantificados con 5 meses dentro de una cuna en una guardería, no vea amenazada su carrera profesional, no se sienta menospreciada o, lo que es peor, tenga que elegir entre dos cosas que, en teoría, deberían ser perfectamente compatibles: carrera profesional y trabajo. 

La educación es básica y estoy segura de ello porque es lo único que garantiza el avance en todos los aspectos. Miren, con todos mis respetos, ayer hablaron varios hombres en las jornadas de WomenCEO y los que sobrepasaban los cincuenta años seguían con ese discurso más cavernario que avanzado y el único que rondaba los cuarenta estaba ya en otro plano. Síntoma de que las cosas cambian. Poco a poco pero cambian. Y esto es gracias a la educación sin complejos, a los esfuerzos que se hacen día a día y que, no pocas veces, generan hilaridad. Pero los frutos están ahí.

Yo no tengo la solución. Tan solo intento aportar un pequeñísimo grano de arena en este inmenso desierto de arena que es la utópica conciliación. Por no decir, inexistente. Pero algo tendremos que hacer porque no podemos permitirnos el lujo de:

1) Prescindir de la mitad de la población en nuestro modelo productivo

2) Que las mujeres no tengan hijos. 

3) Que los niños pierdan el derecho fundamental a estar atendidos por sus madres durante al menos el primer año de vida. Y ojo, digo madre a propósito porque está demostrado científicamente que el bebé necesita estar próximo a su madre, ser acunado en brazos, protegido y cuidado. Y fue demostrado por el psicólogo John Bowlby que demostró con sus investigaciones que el apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres , muy especialmente con su madre por razones de índole biológico, fundamentalmente porque la madre da el pecho. Aunque muchas no lo hagan, el vínculo no desaparece.

Y ahora usted, probablemente me está leyendo y es posible que diga: ¿Y a esta tía cómo es que se le va tanto la olla? ¿qué tendrá que ver una cosa con otra? Pues mire, tiene todo, absolutamente todo que ver y además es que a mí me gusta ver siempre las cosas desde un punto de vista antropológico. Y es que, lo queramos a no, todos somos el resultado de nuestras infancias. Y un bebé criado en brazos con amor crecerá con mayores capacidades para todo. Obviamente se tendrán que dar muchas más cosas pero ésa es la base. Una casa es el conjunto de muchas cosas y muchos materiales pero sin unos buenos cimientos todo se cae. Aquí, igual. Bueno, igual, no. Multiplicado por cinco.

Educación desde la base que acabe con este modelo tan injusto y tan tirano con la mitad de la población mundial. Oiga, mire, si a nadie se le ocurre ya no contratar a nadie por motivos religiosos, de raza o de orientación sexual, ¿cómo es posible que sigamos siendo discriminadas por el hecho de ser mujeres? Creo que dentro de 100 años los nietos de nuestros nietos estudiarán esto como nosotros hemos estudiado la esclavitud. Sin entender nada.

O no. ¡Quién sabe!

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