Salvador Sostres el 06 jun, 2021 Esto viene de muy lejos, y ha sido muy duro y muy intenso. Como tiene que ser entre hombres libres que aspiran a vivir y a hacer vivir de su talento. Yo tenía 17 años la noche que fui por vez primera a El Bulli. Al día siguiente cumplía los 18. Fue el regalo de mi madre, el más importante de mi vida. El Bulli fue desde aquella noche mi manera de pensar, de querer, de creer y de escribir. El Bulli no fue para mí un restaurante sino una arquitectura para poder crecer por fin a salvo de la intemperie, pero siendo más consciente que nunca de la angustia, del miedo y de que efectivamente la intemperie existía. Para mí hacerme mayor fue ir a El Bulli y entender que Ferran era un genio, y que como todos los genios desde Jesucristo, el mundo que tanto se beneficia de ellos, es una perfecta orquestación para destruirlos. Yo no soy un genio, pero si a algún empeño he dedicado mi vida ha sido a identificar, explicar, proyectar y defender a los genios para que puedan hacer su trabajo. Por supuesto que Ferran es mi amigo, por descontado que le quiero. Pero si no fuera así, él continuaría siendo un genio y mi deber de hombre libre, y agradecido, continuaría siendo el de defenderlo. No podemos, ni siquiera para darnos un respiro, pretender que El Bulli o tu casa son neutros o que no significan -y con una radicalidad mucho más hiriente que cualquiera de mis artículos- una salvaje, épica y maravillosa enmienda a la totalidad al mundo que previamente existía. Uno puede ir una vez a tu restaurante. Pero si va la segunda vez, no “va”, sino que milita. Yo a ti te quiero mucho, pero mi fe en tu arte purísimo, la misma fe que en Ferran, no es un acto de amor sino de guerra, porque el talento, como la libertad, retrocede cuando no avanza, y todos en el mundo, sobre todo aquellos a los que tú llamas tus compañeros, están dispuestos para que te rindas y acabes sirviendo chuletones. Yo entiendo que son largos y tristes los caminos solitarios, pero aprendimos de Capote que cuando Dios te concede un talento, también te da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse. ¿Qué quiso decir con eso? Que cuando Dios le concede a uno un don, cualquiera que sea, por mucho placer que aquello pueda producir, es algo muy doloroso para tenerlo toda la vida. Este dolor es tu compañero, querido amigo. Tu compañero es Ferran y la soledad. Tu compañera es la brutalidad de tu genialidad. Tu compañera es la muerte, y ese resquicio de vida y de luz con que sólo un genio como tú puede desbaratar sus planes. Yo entiendo que no te quieras sentir tan solo. Yo entiendo que al final todos necesitamos pertenecer, mezclarnos, hacer promedio por abajo. Pero hablan por mí todos y cada uno de tus platos cuando te digo que tu talento es una contestación a lo que es y representa la cocina tradicional, pedante, redundante; y que las metáforas que yo uso para explicarte, aunque dejen por el camino víctimas colaterales, son necesarias y son las exactas. Yo podría no haber escrito este o cualquier artículo, pero la verdad ahí estaba, y ahí está, y cualquier inteligencia razonadora, libre prejuicios, o libre por lo menos de los prejuicios más bajos, no sólo ha de darme la razón sino que ha de sentirse interpelada por esta razón. Yo no escribo para agradarte, ni para complacerte, ni porque te quiera, que te quiero mucho. Escribo porque es mi trabajo, porque es mi deber, mi deber de hombre libre. Escribo porque lo importante necesita ser dicho. Escribo sobre ti porque eres un genio, porque es gracias a los genios que avanza el mundo y porque es la misión de cualquier persona consciente y valerosa cuidar de los que sois capaces de tirar un poco más allá los límites de la Humanidad. Escribo porque soy el testigo, y muchas veces el único testigo, de algo extraordinario que está sucediendo en mi era y que mis contemporáneos -¡tus compañeros!- tratan de sepultar desde su mediocridad de carril central y de su modo innoble, barato y rastrero de competir. Si fueran tus amigos, si fueran tus compañeros, no permitirían que Michelin te tratara mal y tirarían sus estrellas a la basura hasta que tú tuvieras las que mereces. Esto es lo que hacen los amigos, los compañeros, y no plegarse como juncos, y como fulanas, para proteger su pequeña farsa vacía de progreso, de esperanza y de Gracia. No son tus compañeros. No son hombres libres. No son hombres dignos. No defienden a los genios: bueno, al genio, porque ya sólo quedas tú antes de que el gran silencio vuelva a reinar sobre la llanura. Y además de no defenderte, sus restaurantes, su desidia, su vulgaridad y su relato son un ataque frontal a lo que desde hace tanto tiempo tú intentas llevar a cabo. No está bien que te lo diga yo, pero te escribí un artículo que no es que fuera bueno, es que era buenísimo. Te escribí un artículo de la única manera que se puede escribir sobre lo que tú haces, que es explicando la angustia, el dolor y el júbilo, y yendo a proteger la frontera. La frontera que tú eres en cada uno de tus platos. Cada uno de tus platos es un atentado y mucho más sanguinario que cualquiera de mis frases. Cada uno de tus platos contiene una mala leche que sobrepasa en mucho la de cualquiera de mis metáforas. Claro que luego las reacciones son torrenciales. También a mi director y a mi editor les llaman para decirles que lo que he escrito es inaceptable. ¿Crees que me llaman para contármelo? ¿Crees que le dedican el periódico del día siguiente a cualquiera que salió retratado? No. Hacen lo que tienen que hacer, que es protegerme para que yo pueda escribir tranquilo. No nos podemos tambalear, no podemos. Y no porque me quieras, y no porque sea indigno tener miedo o sentirse abrumado por el circo que se arma alrededor de lo que escribimos o creamos (que es exactamente lo que somos); no podemos tambalearnos por respeto al genio, al látigo, al talento. Yo a ti te quiero mucho, pero tanto tú como yo le debemos una lealtad sagrada al genio que hay en ti, y a su obra. Tú también, tú también le debes la más absoluta de las entregas al genio que hay en ti: recuerda siempre que no eres su propietario, sino su custodio, y aunque el resumen sea el dolor, Dios va a pedirte cuentas por el don que te entregó. No te puedes tambalear por las personas que trabajan contigo y que vuelven tu arte comprensible, no te puedes tambalear por todos los clientes que se enfadaron porque no entendieron lo que comían y se fueron a medio servicio, y por todos los que por fin hemos podido volver a ser felices al modo en que lo éramos en El Bulli. Tú siempre serás una frontera delicada, beligerante, de una extrema violencia, y es el deber de los hombres libres defenderla. Tus chicos salen en cada servicio a defenderla, explicando a los clientes que han de comer con las manos, tal como yo salí a explicarles a mis lectores, o para ser más exactos, a los lectores de ABC, que han de comer con el cerebro y no con los pies. Claro que somos brutales, claro que el talento es cegador y muchas veces apenas podemos controlarlo; y por supuesto que la turba querría verlo destruido, inutilizado, fracasado, y poder vivir de nuevo sin la tensión ni la angustia de alguien que te muestra un resquicio por el que aún se puede vivir. ¡Con lo fácil, confortable y multitudinario que es vivir muerto y que sólo lo obvio prevalezca! Ferran tuvo cientos de miles de ocasiones de tambalearse, y yo a él le escribí muchos más artículos y mucho mucho más bestias, y no sólo nunca me dijo nada, sino que de noche se venía conmigo a vendimiar la frontera. Hay que ser exactos en lo esencial. Hay que entender el alcance nuclear de las metáforas que nos explican, nos proyectan y nos llevan hasta el que es nuestro asiento en la gran platea. Desde tu asiento, ¿has visto qué bien se ve? Que no haya impostores que te lo intenten arrebatar en nombre de un talento que simplemente no les fue concedido, es exactamente lo que yo he venido a hacer en este mundo. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 06 jun, 2021