Sergi Guardiola es un jugador de fútbol de Segunda División al que el Barcelona B fichó ayer, y ayer mismo despachó, tan sólo unas horas más tarde, al descubrir unos mensajes ofensivos que supuestamente el chico había escrito en Twitter contra el Barça y contra Cataluña.
Twitter es el gran retrete de la Humanidad, un submundo de cloacas y macarras en el que cualquier persona decente acaba por mancharse. Es una comunidad virtual que no supone ninguna representación de la realidad, y que todo lo desfigura para rebajarlo y pisotearlo sin remedio y sin piedad.
Precisamente por ello, nada de lo que allí ocurra, salvo lo penalmente denunciable, que es mucho, tendría que tomarse en cuenta. Despachar a un jugador porque hace dos años escribió un comentario equivocado, o incluso insultante, en esta red social, me parece, por lo tanto, exagerado, desproporcionado y equivocado.
Más allá de Twitter, y del caso concreto de este jugador, es como mínimo aventurado poner con tanta severidad la lupa sobre la vida de la gente.
Nuestras vidas son imperfectas, y más las de estos chicos de capacidad intelectual normalmente limitada que se dedican al fútbol. Tendrían que bastar las disculpas del jugador y es absurdo que sus comentarios se hayan sacado del contexto del submundo de Twitter y de la rivalidad deportiva.
Tampoco los que somos más listos, y más inteligentes, y más cultos, nos libramos a lo largo de nuestras vidas de meter la pata; y lo importante no es lo que pensábamos hace dos o cinco o veinte años, sino lo que en todo este tiempo hemos aprendido, y lo que por lo tanto pensamos hoy y pensaremos mañana.
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