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Parar el mundo

Salvador Sostres el

Parar el mundo va a ser más grave y letal que el coronavirus. El paisaje que va a quedar tras el confinamiento va a ser catastrófico. Oponer la economía a la salud es un tremendo disparate. La primera emergencia sanitaria del mundo, ahora y siempre, es la economía. Sin economía no hay nada. La histórica diferencia entre los índices de mortalidad de África y el Occidente libre no se deben a que los africanos sean negros, o más débiles, o haga más calor, sino a que nosotros podemos pagar los medicamentos. No hay virus más devastador que la miseria. Nuestras economías ya de por sí muy frágiles, y muy dependientes de cualquier circunstancia, no se pueden permitir estos cierres. Bajo ninguna circunstancia podemos detener la creación de riqueza. Podemos prohibir las manifestaciones, las grandes concentraciones de público en los estadios, pero no podemos parar las fábricas ni cerrar los comercios. Podemos y debemos ser responsables, exigentes en nuestros hábitos de higiene personal, sensatos a la hora de evitar riesgos innecesarios; pero tenemos que ser también conscientes de cómo funciona el mundo, de cómo se sostiene, de cómo vivimos y sobre todo cómo sobrevivimos. No es razonable arrasar la economía mundial para tratar de evitar el colapso sanitario. No es razonable, es contrario a los intereses de la Humanidad y el altísimo precio que vamos a pagar causaría un pavor paralizante a quien pudiera llegar a calcularlo. Boris Johnson está haciendo lo contrario y si aguanta y no tiembla, al Reino Unido le irá mejor.

Tenemos que acostumbrarnos a que el Mal existe y aprende, y que cada vez que la Policía establece un control, los delincuentes aprenden a saltárselo; y que cada vez que la Civilización inventa o descubre algo que enorgullece a aquella generación, aparece un enemigo más temible que atenta contra nuestro modo de vida libre. También los virus se adaptan para sobrevivir, y erradicar la viruela fue considerado el logro humanitario del siglo. Seguro que lo podremos hacer de nuevo. Pero no podemos pretender vivir en un mundo de riesgo cero, ni pensar que lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia no va a afectarnos, ni acusar de racistas a los que exijan unas mismas normas de juego a los que quieran mezclarse y convivir libremente con nosotros: porque la bomba que se fabrica, se diseña o se ordena en Pakistán estalla en Londres, en Madrid o en París, y el virus de la más recóndita región china destruye los pulmones de un abuelo de Puigcerdà, de Milán o de Berlín. No nos podemos permitir a unos gobernantes mediocres, sin capacidad de anticipación, capaces de exponer a la población a un contagio masivo por motivos ideológicos o por contentar a sus socios, y que además no entiendan cómo funciona el sistema, qué es una empresa y la vital importancia de mantener, proteger y estimular la actividad económica para que cada país pueda hacer frente a sus necesidades.

Derrotaremos al coronavirus y probablemente más rápido y en mejores condiciones de lo que aventuran los oscuros presagios que están ahora en circulación. Nos costará mucho más sobreponernos al colapso y a la ruina que nos habremos provocado tratando de contener una enfermedad que, pese a su gravedad, va a quedar reducida en semanas o meses a una referencia estadística, mientras los efectos de su presunto remedio nos continuarán, y por mucho tiempo, afectando. Conoceremos otros virus, y otras devastadoras circunstancias, y tendremos que aprender a continuar funcionando, como economía y como sociedad, mientras nos enfrentamos a las consecuencias de nuestro maravilloso progreso y bienestar. El avance de la Humanidad va inevitablemente ligado al avance del Mal, en todas sus versiones y con toda su capacidad de lastimarnos. La creación económica es la que permite todo lo demás tal como lo contrario a la libertad no es ni siquiera la tiranía, sino el caos.

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