Rajoy salió ganador ante un hemiciclo derrotado de entrada. Fiel a su estilo, no quiso hacer ni más ni menos de lo imprescindible, y pronunció un discurso breve, previsible y razonable. Los que tanta pirotecnia le reclamaban, acudieron cautivos y desarmados, y con la pólvora mojada. Han sido muchas las lecciones las que todo este tiempo han querido darle. Ayer lo volvieron a intentar, pero ya menos, al notar cómo la realidad empezaba a aplastarles.
He tenido que aguantar a una interminable colección de idiotas estos últimos cinco años. Una agotadora lista de presuntuosos que cada cual sabía lo que Rajoy tenía que hacer y se lo decían con la cobarde arrogancia de quien sabe que su interlocutor no le va a responder. La primera fue aquella intensa peluquera a la que llamábamos Rosa Díez y que desapareció, en una metáfora/premonición de lo que ha pasado con los demás listillos.
No es sólo que Rajoy volverá a ser presidente. Sino que por el camino de ha cargado a Mas y a Convergència, a Pedro Sánchez y al PSOE; a Albert Rivera lo ha dejado tiritando ante el espejo y Ciudadanos que aspiraba a ganar las elecciones es hoy mera atrezzatura de Halloween; y a Pablo Iglesias, con el partido roto por la mitad, le ha mostrado lo lejos que le queda el cielo que quería tomar por asalto.
Aunque ayer Rajoy ofreciera diálogo y confesara debilidad, tanto Ciudadanos como el PSOE son muy conscientes del inmenso y caritativo favor que el Partido Popular les está haciendo aceptando esta precaria investidura en lugar de seguirle la cuerda -con lo fácil que era- al pobre incapaz de Pedro Sánchez, para conseguir en las terceras elecciones entre 160 y 170 diputados, con el PSOE por los suelos y con Ciudadanos reducido a la mínima expresión, hasta poderlo utilizar de llavero.
Lo mismo ha sucedido con tanto columnista justiciero, colado por el sumidero de su vanidad estéril. Eso por no hablar de El País, que es el más confortable felpudo mediático que tiene el Gobierno. Tampoco en Moncloa están disgustados de cómo en Cataluña se comporta El Periódico. No ha sido censura, ha sido su decisión. Prefirieron a sus acreedores a sus lectores, en una elección que les retrata para siempre. De fondo, la sombra mítica de Rajoy, que ha demostrado conocer a sus adversarios mucho mejor que ellos a él. No ha alardeado, ni les ha dado ninguna lección. Simplemente ha hecho que se movieran mientras él estaba quieto. “¡Es que Rajoy no hace nada!”. Pero dime, criatura: ¿tú te crees eso?
No es sólo que Rajoy vuelva a ser presidente, sino que los de las lecciones han hecho un ridículo de todos los tiempos y los que querían matarle han muerto. Es tanto el resentimiento de los derrotados que no se dan cuenta de hasta qué punto, insistiendo en su desprecio, contribuyen a volver más severa su propia humillación. No es sólo que Rajoy vuelva a ser presidente: es que ha habido unos idiotas de solemnidad que han sido materialmente empalados por su propia mediocridad, mientras Rajoy asistía, quieto, al espectáculo de ver como el palo empezaba a asomarles por la boca. ¿Por qué tendría que moverse si ya le dan el espectáculo hecho? Se mueven los que no están donde tienen que estar y -como ha quedado demostrado- nunca lo acaban estando.
Pero ninguno de ellos dirá “yo fui un idiota, lo siento”, ninguno tendrá la humildad de darse cuenta de ello, lo que sin duda es una magnífica noticia para Rajoy, porque significa que lo continuarán siendo. Y que se seguirán moviendo.
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