Sus Majestades los Reyes Magos le trajeron ayer a mi hija toda clase de muñecas y demás juguetes sexistas, muy femeninos, muy de color rosa, porque saben que mi niña es una princesa y no una camionera de camisa de cuadros y eructo cervecero.
Los sexos son distintos, hay distintos roles, y ni somos iguales ni tenemos ningunas ganas de serlo.
Me gusta que mi hija sea femenina, que se peine ante el espejo, que vaya formando su criterio sobre lo que le queda bien y lo que le queda mal, y que se esfuerce como su madre por comportarse siempre -o casi siempre- como una reina.
Todo ello resulta perfectamente compatible, en contra de lo que las feministas pretenden, con ser inteligente, con ser brillante en la escuela, y con ser feliz y pensar que el mundo es un lugar maravilloso.
Las niñas son niñas y los niños son niños. A mi ahijado, los Reyes de mi casa le trajeron un juego de no sé qué consola, con un protagonista que todo lo incendia y mata a los enemigos. Y ni mi ahijado es un chico violento por gustarle estos juegos, ni es machista por reírse de las películas de niñas que tanto le gustan a su hermana. Simplemente es un hombre.
La diferencia es el principio de la libertad. El igualitarismo es totalitario y atroz. Los llamados juguetes sexistas ahorran muchas horas de psiquiatra, muchas adolescencias controvertidas, y mucha desorientación gratuita, dolorosa y perfectamente evitable.
Dios creó hombres y creó mujeres. Los comunistas, populistas y otros invertebrados, nunca han creado nada, todo lo que han tocado lo han convertido en hambre, miseria y muerte, y cuando ellos han ganado la Humanidad siempre ha acabado trágicamente derrotada.
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