Salvador Sostres el 11 dic, 2019 Maria se ha negado a participar en la fiesta de Navidad del colegio. Se ve que la representación de este año va sobre las edades del hombre y a su clase le ha tocado representar a los jóvenes y les obligan a disfrazarse de skaters, y a salir al escenario con un patinete. Me ha dicho también que la música de la canción es vulgar, entre el reguetón y el trap. Es decir, entre la “minyona” que plancha una camisa y su hija que se la pone para salir a bailar. Intento educar a mi hija en la obediencia y en el respeto, pero también en el fortalecimiento de su personalidad, en la resistencia de su yo -aunque muchas veces, por defender lo que es correcto, se sienta sola- y en la justificación de un criterio sólido y claro para clara decisión que tome; y ante el indiscutible despropósito se siente profundamente ofendida por la obra y particularmente decepcionada porque la directora no se haya dado cuenta de que estos no son los valores, ni la estética, ni la calidad literaria que puedan ser dignos de la brillante tradición ni de los excelentes profesores de la escuela. En casa con mi mujer hemos abierto un debate sobre qué respuesta darle a Maria. Anna cree que hay que forzarla a ir la fiesta porque es peligroso cuestionar la autoridad del colegio y un abismo que la niña interprete -no tanto en este caso como en otros que inevitablemente van a darse y en los que haya más en juego- que sus obligaciones son opcionales, y que use su habilidad argumental para hacer pasar por “criterio sólido y claro” lo que en el fondo no es más que la expresión de un desdén, de una chulería o de un capricho. Es un argumento perfectamente válido y es también mi argumento: o, por decirlo de un modo menos inexacto, uno de mis argumentos, aunque no el que tiene más peso. Evidentemente Anna tiene razón en señalar este peligro, y es prudente que lo haga, pero yo pienso que lo que nos ha dado mejor resultado -un resultado del que los dos estamos muy orgullosos- es escuchar a Maria, acompañarla en sus razonamientos, animarla a pensar, darle códigos y pautas para que poco a poco vaya distinguiendo con claridad las categorías, la verdad de las mentiras, la belleza y de lo que es zafio, aquello de lo que podrá siempre sentirse orgullosa, ella mismamente y su familia de ella; de aquello que, aunque puede ser divertido y más fácil que lo anterior, conduce sólo a la angustia, al error y al arrepentimiento, además de a la profunda decepción. Además mi hi hija tiene muy interiorizada la jerarquía, y cumple con puntualidad las órdenes y las directrices; reconoce nuestra autoridad sin la sombra de una duda y a pesar de que le damos todo el tiempo del mundo para que nos convenza de cualquier cosa que haya pensado, si la final nuestra decisión es la contraria, la acepta sin protestar ni poner malas caras. El peligro que señala Anna -aunque es cierto que existe siempre durante la formación de un carácter, y de una personalidad, y que no podemos dejar de estar atentos- podemos decir que no es de momento la característica de nuestra hija. Más bien Maria, con sus inmejorables notas y su conducta ejemplar tanto en el colegio como en casa y con los abuelos, cuando va invitada con sus amiguitos o en los grandes restaurantes, se ha ganado el derecho a empezar a definir su espacio, a explicar sus razonamientos y a ser escuchada, y a que le reconzcamos que tiene razón cuando la tiene, y a mí me parece no sólo bien sino estrictamente necesario que empiece a muscular el alma con asuntos de poca importancia; que no le importe quedarse sola si es para poner acentos de luz en lo que cree, para defender lo que es justo y a las personas a las que quiere; porque de todas las cosas que he visto en el mundo, la que más me ha impresionado, y la que más he admirado y me ha servido, es cómo una persona se vuelve a poner en pie por mucho que intenten tumbarla, y cómo nuestra fuerza es ilimitada cuando nos aferramos a nuestra integridad y nuestro amor, buscando aún la salvación. No creo que ninguno de sus amiguitos haya ni siquiera reflexionado sobre la función de Navidad, no creo que ninguno de ellos tenga ni siquiera una opinión, buena o mala, de la música y de la letra de la canción o de tener que salir nada menos que con un patinete al escenario. Y lo más grave: ni siquiera los profesores ni la directora han reflexionado sobre ello, y si lo han hecho, es todavía mucho peor que hallen aceptable semejante bodrio. Enseñar a pensar es enseñar a vivir. Enseñar a nombrar es enseñar a nombrar. Manda quien decide el nombre de cada cosa; y quien lo acepta sin cuestionarlo, obedece, y es una oveja. Educar es tomar riesgos. Vivir es arriesgado, también amar lo es, sobre todo cuando se hace plenamente. Un poema -Derrida lo dice- corre el riesgo de no ser nada, pero no sería nada sin este riesgo. Es más fácil ser un idiota, quedarse en casa, no defender nada concreto, no cuestionarse nada, seguir la corriente, no comprometerse ni con las ideas ni con las personas. Es siempre mucho más fácil, salvo cuando llega la noche y te preguntas qué clase de día ha sido y qué sentido tiene tu vida y la esperanza que Dios puso en ti. Anna y yo tenemos una conversación pendiente para acabar de decidir sobre qué le decimos a Maria. Solemos estar de acuerdo en cómo educar en nuestra hija, y además, cuando la niña nos plantea esta clase de conflictos, le digo lo que pienso pero no la ayudo, porque creo que es fundamental que aprenda a apañarse ella sola, que aprenda a asumir las consecuencias de sus decisiones, que las tienen, y no siempre son agradables, por mucha razón que tengas. Pero en este caso pienso dar algo más que mi opinión y la ayudaré a defender su argumento con más fuerza y audacia, porque pienso que es bueno, porque pienso que es el bueno, porque en ella ha recaído entero el peso entero de una reflexión que correspondía a unos adultos que no han estado a la altura; y en lugar de esconderse, de desentenderse o de fluir con el grupo como si fuera una oveja, se ha levantado, ha dicho muy bien dicho lo que pensaba, ha defendido su pequeña humanidad con grandeza, su luz con más luz todavía, y no sólo merece mi complicidad como padre sino que sinceramente creo que merece la discreta sonrisa de los hombres y las mujeres libres. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 11 dic, 2019