A petición de la CUP, la Generalitat retirará la acusación contra los delincuentes callejeros, también llamados activistas, detenidos en siete procesos judiciales, que incluyen las dos huelgas generales de 2012 y los incidentes tras el desalojo de Can Vies el mes de mayo de 2014.
El vandalismo se ha instalado en el gobierno de Cataluña, y tal como la supuesta liberación sexual de las mujeres les propició más sexo, pero no más libertad; el independentismo está provocando el caos, que es el principal enemigo de la libertad, mientras España nos mira a lo lejos, con más vergüenza ajena y compasión que cualquier sensación de que vayamos a romperla.
Los soberanistas de derechas, los soberanistas razonables que tienen familia y empresa, y mucho que perder si toman el poder los antisistema, tendrían que reflexionar sobre si continúan prefiriendo el descalabro político y moral que Mas creó y nos ha dejado, o aceptan la realidad inapelable de que con lo que de momento tienen, no les alcanza para su propósito.
Desde que el llamado proceso secesionista comenzó no ha habido ningún progreso en la separación y, en cambio, el populismo y los delincuentes de la extrema izquierda -valga la redundancia- han ido mermando la dignidad y el buen funcionamiento de nuestras instituciones democráticas. El partido no ha terminado, pero están ganando los bandidos, los malos.
La primera victoria de la nefasta estrategia de Artur Mas fue que Ada Colau se hiciera con el ayuntamiento de Barcelona. Y a partir de ahí todo se ha ido degradando, hasta que el propio Mas ha preferido retirarse que enfrentarse a la derrota segura de unas nuevas elecciones.
Mas ha destruido el centro-derecha que Convergència i Unió representaba. Y un país sin un centro-derecha vertebrador y estable es un país condenado a la miseria y al caos. Cuando un gobierno encumbra a los delincuentes en lugar de perseguirlos, la destrucción de cualquier convivencia es su único destino posible.
Nada de todo esto habría sido posible sin la penosa complicidad de tantos catalanes que en privado se hacen los escandalizados pero que en público callan, con el pretexto de no meterse en líos.
Bien y mal existen. Y si el bien es muy frágil, y necesita muchos cuidados; un país de cínicos y cobardes es el escenario perfecto para que ganen los malos.
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