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Blogs French 75 por Salvador Sostres

El señor Pons de Lérida

Salvador Sostres el

Paramos a comer en Lérida, camino de Mugaritz. En la mesa de al lado, un hombre de unos 80 años. Peinado como Anasagasti y acompañado de una mujer negra, que estrena la cuarentena, y de su hijo -de la señora- que quizá tiene 20.

Pons -me lo explica el chef- es un empresario local y rico, que hace muchos años frecuentaba un burdel de los alrededores de Alcarrás, donde conoció a esta chica. El empresario, y hay que decir que esto los ricos catalanes lo tenien, y es dulce y digno que así sea, convirtió el vicio en capricho, la sacó de la prostitución y la convirtió en su secretaria. Continuaron teniendo relaciones pero ya fuera del círculo vicioso. Pons nunca ha creado una familia porque se ha dedicado siempre a la empresa, que es una fábrica. Él suele decir que está casado con su trabajo, y lleva más de 60 años dedicándose incansablemente a él.

Pasó el tiempo, y la chica le pidió que acogiera a su hijo, que se había quedado en Senegal, cosa que Pons hizo sin darse ninguna importancia, y con el detalle de que cuando el chico llegó de África, por respeto a la madre, dejaron de ser amantes. Aún es su secretaria, le ha pagado los estudios al chico, y la manutención, y la mutua, y ha respetado el espacio de la madre para que el chaval nunca sospechara su antiguo oficio. Le ha hecho de padre y de padrino, y el chico, que durante el almuerzo juega todo el rato con el móvil, es siempre amable con la madre y con el patrón, con toda la ternura y sin tensión alguna.

Pons encarna al empresario tradicional catalán, fabriquista, terco, dedicado, algo cerdote pero que en el fondo es un sentimental. Solitario, sórdido, pero muy generoso cuando encuentra la forma de poderlo ser sin perjudicar el negocio. Pons es la base del país, el bizcocho de la tarta. Y la parábola que los catalanes, de las piedras hacemos panes, se concreta en él que, de un burdel, hizo su especie familia, aunque siempre a cierta distancia.

La estampa tiene mucho de Lérida, mucha camisa de cuadros, zapatillas con plataformas y anoraks relucientes. Después de comer la gente pide limoncellos y Baileys. Todo rural, provinciano, adinerado pero sin clase, hortera pero sin mala intención. A Pons se le ve el sátiro, y yo creo que de vez en cuando la secretaria aún le tiene alguna atención -como uno dejarse en el abandono- pero es remarcable la consideración de haberla dejado de tener de amante fija y notoria oficial cuando el hijo llegó a España. Es el punto de contención de los católicos, que a través de la redención creamos espacios de luz donde sólo había sombras, y que, siempre a nuestro modo, y sin que nadie venga a decirnos lo que debemos hacer, interpretamos el hecho de que, a diferencia de los protestantes, para nosotros el hombre no sólo se justifica por la fe, sino por las buenas obras.

Esto la izquierda no lo entiende, porque no entiende el alma, ni el misterio, ni lo que hace que la vida sea sagrada; pero lo que Pons hecho por esta mujer y su hijo es más importante que el IVA, y cuando a los empresarios catalanes les han dejado trabajar y ganar dinero, su generosidad ha sido más creativa y productiva que la distribución de riqueza del Estado. Hay un exceso de puritanismo ignorante y la estrechez mental nunca ha pagado ninguna nómina, ni tiene la menor idea de cómo podría hacerlo, pero se cree en condiciones de dictar lecciones de moralidad. Si hoy hiciéramos un referéndum, Pons acabaría condenado por ser empresario, católico y cliente de un burdel; y pocos le valorarían la caridad que tuvo y tiene con su secretaria ex prostituta. ¿Qué hoguera no le encendería la CUP, al pobre Pons? ¿Qué ha hecho la CUP para las prostitutas? ¿Qué estudios le ha pagado a qué chico de Senegal? A mí Pons me representa, salvo en su gusto por las camisas y su peinado Anasagasti.

Ahora todo el mundo se atreve a aleccionarnos en nombre de la corrección política y de los
“colectivos afectados”. Todo el mundo se cree con derecho a proclamarse ek defensor de no sé cuántas causas. Pero no conozco a ninguna feminista de las que me insultan que haya cambiado más pañales que yo, ni que haya dado más biberones, ni que haya redimido a nadie como ha hecho Pons. He tenido que aguantar, créanme, muchas lecciones. Demasiadas lecciones de demasiadas personas que no sólo no son mejores que yo sino que no tienen ninguna idea de generosidad que pueda hacer pensar a Dios que fue un negocio concederles la vida.

En todo esto pienso mientras veo a Pons conversando animadamente con su acompañante y el chef me cuenta su historia. El mundo sería un sitio mucho mejor si hubiera menos feministas y más Pons, dando por supuesto que la prostitución, por mucho que insistamos en prohibirla, seguirá existiendo en todas sus formas e intensidades, algunas muy cercanas y familiares, y tan revestidas de falsa dignidad. Al fin y al cabo, la alta costura no existiría si no fuera por este revestimiento, porque nadie paga cinco mil euros por un bolso si no está comprando otra cosa.

Pons paga y paga sin mirar. Madre e hijo le dan las gracias. Los tres se levantan y se van, porque el patrón vuelve a la fábrica siempre a las cuatro. No sé qué hora será en África.

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