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Blogs French 75 por Salvador Sostres

El niño profundo

Salvador Sostres el

Entender a Isidro Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, es no premiarlo. Entender al presidente Fainé es dejarle trabajar. El montón de premios y reconocimientos que está recibiendo en los últimos meses -y que ayer culminó con la medalla conmemorativa de los 250 años de Foment- son menos importantes que él y le distraen de su trabajo.

No hay ningún premio ni medalla en España más importante que el propio Fainé, de modo que estas fiestas que se organizan en su homenaje son en realidad estrategias de promoción de las empresas o instituciones que hacen ver que quieren agasajarle. Si alguien de verdad desea premiar o agradecer o reconocer al presidente Fainé su trayectoria, que done un millón de euros a la Fundación y que lo haga en silencio. Esto es entender y premiar al presidente Fainé. Los hombres libres muestran su agradecimiento pagando. Regalando. Y sobre todo callando. Todo lo demás es postureo interesado -y algo patético cuando ya se tiene una edad.

Ni las élites ni la turba parecen capaces de asumir, como si haciéndolo temieran que les fuera a explotar el cerebro, que el presidente continúa siendo, fundamentalmente, el niño pobre que con su primer salario como bancario enseñó a leer y a escribir a sus padres; y que parte de ahí cada mañana cuando se levanta, y de su voluntad de contribuir a calmar el dolor tan atroz de los que sufren como él sufrió.

Por ello la fundación que preside es la tercera del mundo y ofrece un presupuesto de más de 500 millones de euros al año. La dureza de Fainé negociando, su paciencia, sus relaciones políticas, empresariales y hasta confidenciales tienen el único propósito de acumular recursos para regalarlos. Es fácil confundirse con él, y yo lo entiendo, porque por su timidez y su modestia, y su entendimiento profundo de la generosidad, que nunca es exhibicionista, sólo trasciende su vertiente más ejecutiva y letal, los beneficios que genera a las empresas que preside, o cuando ha de ponerse duro y aguantar posiciones que al principio nadie entiende -porque nadie maneja tanta información como él- pero que al final todo el mundo acaba agradeciendo, y beneficiándose de ellas, como ha sido el caso de su tenaz resistencia con Naturgy.

Lo que diferencia a Isidro Fainé de los demás banqueros, grandes accionistas y altos ejecutivos es que sus habilidades profesionales no son para él una finalidad en sí mismas, sino una herramienta para financiar el gran proyecto de su vida, su gran amor -además de su familia-, que es la Fundación La Caixa.

La obsesión del presidente es garantizar la financiación de la entidad para los próximos 100 años. A pesar de ser uno de los protagonistas indiscutibles de la vida pública española, y de que todo el mundo le quiere a su lado en las empresas y en las fotografías, tengo la sensación de que muy pocos le conocen y que muy a menudo tiene la sensación de estar solo.

Que Fainé se relacione con las élites no significa que participe de su gusto por la opulencia y la exposición mediática, ni siquiera por un tren de vida por el que siente un total y absoluto desinterés, por no decir desprecio. Se da la increíble paradoja -y digo paradoja por decir lo menos- que al fin del mes gasto yo más que él en restaurantes.

El presidente Fainé vive en su niño profundo, que nació en Manresa y estudió de noche en L’Hospitalet porque de día tenía que llevar dinero a casa, y jamás se ha sentido parte de la alta sociedad catalana, ni de la española, ni acude a sus fiestas, ni participa de sus excesos. Negocia con ellos cuando tiene que hacerlo, y ganarles es todo lo que necesita para celebrarlo. Y volver a su trabajo. 500 millones al año. Cada año. Y 100 años más.

Del otro lado, pero bajo el mismo mecanismo mental, y humano, tampoco el presidente se siente parte de la turba populista y gritona, ni asume sus postulados. Que en el fondo de su corazón sea aún un niño pobre no significa que sea un resentido, ni que odie a nadie, ni que no entienda cómo se crea riqueza y cómo de verdad se ayuda a los que más sufren.

La fina línea por la que transita Fainé le ha generado más de una incomprensión también en la vieja disputa entre Cataluña y el resto de España. El presidente es catalán y adora Cataluña, y ha visto como en los últimos años, la deplorable actuación de los que más se proclamaban los soldados de la patria, ha resultado devastadora para los intereses, el bienestar, el prestigio y la autoestima de los catalanes.

Por intentar proteger todo ello, en la medida de sus posibilidades, ha sido acusado de traidor precisamente por los que más han traicionado su deber de servir al pueblo catalán, asomándolo al más desolador precipicio de su historia reciente. Igualmente, desde sectores poco evolucionados del resto de España, se le ha acusado también de tibio, de ambiguo y hasta de colaboracionista de los independentistas, y una vez más Fainé se ha quedado solo en su difícil camino, que como en tantas otras tantas ocasiones, al final se ha demostrado que era el único posible y adecuado.

Una sociedad decadente es inevitablemente una sociedad cínica y empalagosa. Que una de las mayores virtudes del presidente Fainé sea la paciencia no debería resultar una invitación a abusar de ella, porque la discreción no significa falta de inteligencia ni de capacidad para entender y tomar nota de lo que en realidad sucede. Estamos acostumbrados a vivir entre holgazanes y farsantes que dedican un día tras otro a hacer nada. Fantasmas que no sólo agradecen que les inviten a fiestas y les cuelguen medallas sino que es su única razón de ser. Es hasta comprensible que haya quien tome al presidente por uno de ellos, aunque sólo sea por la casi exótica rareza de un hombre que en este país y en este tiempo se dedica a crear y sólo a crear, ha comprendido que la ternura es la metáfora de la solución universal y tiene por toda vanidad ver cómo crece su esfuerzo en la vida y en la felicidad de los demás.

Yo creo que Isidro se ha ganado que le dejen trabajar en paz.

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