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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Dos amigos

Salvador Sostres el

Dos amigos, un heterosexual y el otro no. El primero (22) tiene una cita a las 17:00, trabajada hace días, a través de una red social convencional. Su temor es que algo se tuerza, que la chica a la final no quiera, ensuciados los ceniceros y agotadas las cervezas; su expectativa es una tarde agradable y su esperanza es que ha quedado conmigo para cenar a las 20:30 aunque dadas las circunstancias, y el ímpetu con el que los 22 todo se alarga, le he dicho que no me importa si llega tarde.

El segundo amigo (32), tenía una cita también hoy, a mediodía, conseguida a través de la red social de contactos gays llamada Grindr. Tenía, digo, porque no se ha producido. Sin conocerse de nada han empezado a hablar, con un chico de Gracia, por tal aplicación, con el tono en que se hablan los que ya quieren quedar directos al tajo, y según el relato de mi amigo, ha cometido el error de hablar demasiado, de dar demasiados detalles, por lo que el otro chico ha resuelto con el onanismo la su furor y una vez saciado ha bloqueado mi amigo y no ha querido saber nada más de él. El romance ha durado 12 minutos, desde la primera interacción hasta la última, siempre online.

Incluso en estos tiempos, en los que el sexo se da y se toma como un plato de macarrones, una chica aún puede girarse, y siempre es un misterio, y no puedes nunca dar nada por supuesto. Con nosotros, puedes descontar lo que quieras, porque de una manera u otra, con más o menos gente delante, un hombre siempre concluye en lo más básico. Los hombres como mecanos somos muy simples. Y si nos desmontan y nos vuelven a montar, cada vez sobra una pieza, porque cada vez somos más elementales, y cuando estamos entre nosotros, ni siquiera tenemos que guardar las formas, y todo lo resolvemos al instante. Yo tengo muchos amigos homosexuales que sólo pueden ser homosexuales, pero tengo la impresión de que tengo otros se decantaron por la increíble facilidad de el terreno, en claro contraste con lo árduo que puede resultarle a un hombre, cuando el tiempo pasa, aguantar una mujer (me imagino que al revés ha de ser lo mismo); dejando a un lado que, a partir de una edad, el morbo es más realista que el enamoramiento y las situaciones excitan más que las personas.

El amigo gay también viene a cenar. El de la chica está contento, porque su esfuerzo de días ha sido finalmente gratificado. No es que quiera casarse pero un camino se ha abierto y todo dependerá de los próximos días y los próximos encuentros. Le pregunto si piensa llevarla a cenar y me dice que para eso todavía no hay confianza. “De momento, sólo follamos”.

Mi amigo gay está enfadado porque siente que no ha aplicado bien la técnica, de sobra conocida por él, y una presa se le ha escapado. No está enfadado con el muchachito sino consigo mismo, por no haber establecido correctamente el cálculo. Para quitarse la espina clavada, busca la aplicación si hay alguien disponible a menos de 100 metros del restaurante y enseguida le llega el mensaje de un twink belga que se ofrece a tenerle unas atenciones orales en ese mismo instante, sin tener que decirse nada ni de hacer ningún previa. Nos pide que lo disculpemos uno instante y decido cronometrarlo, porque en estas cosas, pensando ya en el artículo, me gusta ser exacto. Tarda exactamente 18 minutos y 39 segundos en volver a sentarse a la mesa. Río, bebe vino. Ya no está enfadado. La presa no se le ha escapado esta vez. ¡Qué buen escopetazo!

Yo ya tengo 46 años. Las dos historias me quedan tan, tan lejanas, que cuando muy de vez en cuando todavía tengo alguna noche afortunada, pienso que es una del asunto o una trampa. El grado de exigencia y dificultad que cuando yo era joven tenía para concretar, era un suplicio comparado con estas facilidades que ahora tienen mis jóvenes amigos, tanto con las chicas como entre los chicos. Pero no me parece que su nivel de insatisfacción sea menor que el mío, ni que sus proezas -sin entrar en detalles- tengan nada de desconocido ni de revelador.

Han cambiado las costumbres, porque las costumbres siempre cambian, pero el sentimiento permanece. Me parece que las conversaciones, salvo los tópicos y las modas, son las mismas que hace 50 años, y las cosas nos afectan más o menos de la misma manera, aunque hayamos mejorado o por lo menos facilitado los accesos. Entre hombres y mujeres, a pesar de la tiranía del igualitarismo atroz, siguen existiendo las mismas diferencias, aunque internet nos traiga los cuerpos y los encargos del súper con un solo clic, que suele ser el mismo. Hemos ganado en inmediatez, pero la angustia y la soledad son las que eran, y estamos igual de perdidos. La mano abierta del deseo lo quiere todo y los días se derrumban sobre las noches aterciopeladas.

Salimos del restaurante, tomo la bici eléctrica, el aire tibio del verano en la cara, la quietud de la ciudad, y Paul Simon aún me canta al oído que cree que todos seremos recibidos en Graceland.

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