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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Como si fuera otra cosa

Salvador Sostres el

Rilke.
Mallorca, 275
‭937 648 952‬
Cocina: 10
Sala: 10
Servicio: 6 (Mireia, 8; Susana, 9,5)

Me cuesta resistirme al empuje de lo nuevo en parte porque yo he venido al mundo a celebrar la vida pero también porque detesto la habitual apatía de los críticos gastronómicos de hoy. Presumiendo de unos conocimientos técnicos que en el fondo no tienen, porque nacieron pobres y conocieron el lujo haciendo encuestas, se instalan en un discurso pretencioso y pedante que mucho se suele parecer al insufrible cliente que se hace el entendido en vinos y no tiene ni puñetera idea. “A este vino, cómo le noto la cereza”. ¡Calla, burro!

Otra vez Rilke merece esta página. Con todo mi entusiasmo. Sin ninguna afectada distancia. Sólo los mediocres se hacen la estrecha. Es doña Bernarda Alba escribir una sola vez de cada restaurante. ¿Dónde quedó el ingenio? ¿Cuándo perdimos la Gracia? Otra vez Rilke merece esta página y la merecería por cada uno de sus platos. Pero algo sublime desborda de entrada: las croquetas. De pollo y de ternera. Es difícil competir y casi imposible ganar con las croquetas, porque todos venimos de una abuela o de una madre, de una esposa o de una suegra, y en cualquier caso del Hispania. Es difícil que alguien te dispare las alarmas con lo que tanto te identifica y tanto has comparado.

En Rilke (Rafa Peña y Jaime Tejedor) las croquetas llegan y ganan con su delicadeza y su intensidad, sin quererse pasar de pedantes con demasiado sabor a jamón ibérico y sin ser sosas como tantas veces ocurre con los que creen que el producto basta y no hace falta talento. El crujiente de la fritura está en su punto exacto. La suavidad de la pasta te permite cogerla con los dedos y lamerla como si fuera otra cosa.

Las croquetas de Rilke son un final de trayecto en sí mismas y justifican una vida. Son una lección de cocina moderna porque el talento, el producto y la técnica reposan en el preciso equilibrio en que ningún elemento desafina y se proyecta en su prodigiosa armonía el conjunto.

Solíamos vivir en Rilke, sí, y eso que el restaurante lleva poco más de una semana abierto. Desde el primer día tuve una profunda, reconfortante sensación de regreso, como si de alguna manera todo lo vivido -salvo El Bulli y su mundo- hubiera sido el rodeo de Dios para traernos hasta aquí.

Rilke de mi vida. Me haces tan feliz que me faltan páginas para decírtelo.

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