Una periodista que por lo visto se llama Samanta Villar, y que también por lo visto goza de una cierta popularidad en determinados ambientes, ha dicho que ser madre le ha quitado calidad de vida y que la maternidad no es un estado idílico.
Me da pena esta chica. Me da pena que se sienta así, y que a su edad y habiendo sido madre, todavía piense en términos estrictamente autoreferenciales cuando habla de “calidad de vida” o de que sus hijos no la dejan dormir.
Soy padre de una niña de cinco años y su vida es mi calidad de vida, y con ella me duermo y me despierto, y cuando hace algún tiempo me levantaba en medio de la noche para darle un biberón era el hombre más feliz del mundo.
Ser padre es salir de uno mismo y entender que la generosidad es el mayor egoísmo. Ser padre es cambiar tu centro de gravedad y construir sobre tus hijos. Entre muchas otras satisfacciones, mi hija me ha librado de la terrible vulgaridad de ser yo, a mi escandalosa edad, lo más importante de mi vida.
No sé en qué piensa esta periodista Samanta cuando habla de la maternidad y de su calidad de vida. Tampoco sé si ha pensado lo que ha dicho antes de decirlo.
Pero si realmente estos son sus sentimientos, lo lamento por ella. Por lo triste, arrastrada y miserable que tiene que tener el alma si todavía vive encerrada en el cascarón de nuez de la pupita que le hace su dedito, si cuando mira a sus hijos no siente que la única calidad posible es su seguridad, su salud y su alegría, y que todo lo demás es agotada retórica de cuando nuestras vidas eran tan banales, intrascentes y absurdas que lo más importante éramos nosotros mismos.
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