Salvador Sostres el 07 sep, 2015 Mi mujer se ha ido unos días a la playa, con sus amigas, y la niña y yo nos hemos quedado en Barcelona, abandonados como los muelles en el alma. Nos hemos dedicado a vivir sin normas, a hacer todo lo que está prohibido, a comer cuando hemos tenido hambre, a dormir cuando hemos tenido sueño y a comprar muñecos sin ningún tipo de control, siempre de Disney, que es la primera pedagogía del mundo libre. He sentido la tentación de escribir un artículo sobre las escenas más graciosas, que han sido unas cuantas, sobre lo divertido que es concedérselo todo a tu hija y vivir como si fuéramos Baloo en el Libro de la Selva. Pero he de decir la verdad y es fría y angustiosa una casa sin una madre. Es terrible la intemperie. Y puede parecer mezquino, y puede parecer árabe, pero no me he sentido bien sin mi mujer, y he de confesar que más que nostalgia he sentido rabia. La rabia de la soledad, la rabia del abandonado. Yo no soy nada de necesitar mi espacio, odio dormir fuera de casa, y cualquier cosa prefiero hacerla con mi mujer que sin ella. Ya no digamos pasar casi una semana. No me sienta nada bien que mi mujer se vaya, es como si el vacío fuera agua y me inundara. No me ha sido nada grato que nos haya abandonado, y aunque comprendo muy bien que necesitara unos días de descanso, sin ella lo he pasado fatal, me ha parecido una pensión mi casa, y a pesar de que con la niña nos hemos reído y hemos hecho el bestia todo lo que hemos querido, de fondo siempre resonaba la ausencia de la familia incompleta. Mucho más que Maria -que se lo ha pasado en grande- me he sentido estos días un niño abandonado. Me he mordido noche y día las uñas del rencor, y es curioso porque es lo que más se podía parecer a una canción de amor. Siempre he pensado que mis artículos sobre cómo quiero a mi hija son encriptadas cartas a mi mujer explicándole cómo querría que me quisiera. Cuando una madre se va, falta una madre. Y una esposa, y un orden que podamos jugar a quebrantar, pero que ahuyente el caos. Cuando una madre se va, la sordidez gana terreno entre las cosas absurdas que compramos en el súper, las instrucciones inconexas que damos a la doméstica, y las extrañas combinaciones con que permitimos que la niña salga de casa. Con un poco de suerte mi mujer regresará mañana. Por la noche pero mañana. Ella tiene derecho a divertirse, y a descansar, a ir donde le dé la gana. Pero la casa y yo discrepamos de su ausencia, y en este momento estamos rabiosamente en contra de todo y a favor de nada. Me gustaría tener seis años para romper algo. Habrán sido unos días que por lo menos a ella, espero que le hayan gustado. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 07 sep, 2015