Hace unos años, no recuerdo cuántos, todavía estaba casado pero aún no habíamos tenido a Maria, volviendo a casa tuve la idea de pasar por Montse Esteve y comprarle a mi mujer una perla gris. Montse ha tenido siempre unas perlas muy hermosas. Y unos diamantes sensacionales, claro. Pero una perla siempre se ha ajustado mucho más que ver con lo que yo puedo hacer una tarde cualquiera volviendo a casa. A través de un pequeño agujero le pasó una cadena a modo de collar y éste fue mi regalo inesperado, sin que fuera ninguna ocasión especial, ningún aniversario.
Han pasado diez o quizá más años. Estoy haciendo unas pequeñas obras en casa y antes de tirar el mueble de la tele -y la tele- he vaciado los cajones y he encontrado la perla. Creo que nunca llegó a ponérsela y me la he puesto yo. No sé si fui un buen marido, ni si soy un buen amigo, ni si mi hija pensará de mí, cuando pase el tiempo, que he sido un buen padre. Pero nunca he dejado de buscar la perla aunque acabara olvidada en los cajones. Mi vida podría contarse así, por eso me la he colgado. Asumo que luego soy raro, pesado, contradictorio, y lo de las metáforas. Pero siempre pensaba en algo cuando volvía a casa, aunque al llegar me girara por cualquier cosa y lo estropeara. En muchos cajones encontraría mis momentos de luz extraviados, las buenas ideas que no sirvieron para nada. Fragmentos del yo pisoteado. Estados de ánimo de predisposición total, de inclinación sincera, de que me gustaras y las ganas de gustarte, pero que nunca encontraron su cauce. El mueble de la tele es un buen lugar para que una perla duerma diez años. Un buen lugar para que cuando la vuelvas a encontrar, te caiga completa la metáfora.
No me quejo, agradezco cada segundo, cada día, todos estos años. No sé qué parezco con esta perla colgando, pero me parezco a mí, soy un trocito de yo encontrado. En el salón sin muebles, vacío, esperando ser pintado, resuena el eco de cada paso. Este silencio es la música que más me ha acompañado.
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