Salvador Sostres el 02 ene, 2021 Podemos quejarnos pero también aprender que celebrar el Fin de Año es una horterada. El silencio en las calles de las ciudades más importantes lo han interpretado muchos como el símbolo de la soledad, cuando es en realidad una maravillosa forma de civilización, de cultura y de aseo. Lo mismo que el Concierto de Año Nuevo, sensacional sin el público que suele tener de japoneses, rusos, chinos y demás nuevos ricos que nada tienen que ver con Strauss, con la música o con la altura moral de Riccardo Muti. Los lamentos son estériles y sólo vives si aprendes. El tumulto es deprimente. Las fechas señaladas son un tópico, y Fin de Año y San Juan son las celebraciones más demenciales y vulgares. Para celebrar no hay nada mejor que un martes de febrero. Sólo es agradable estar donde la masa no ha sido convocada. El gregarismo es más contagioso que el Covid, y más letal. El cliché es el rastro que hay que esforzarse en borrar. El silencio es casi siempre la mejor música tal como cuando hay rusos, japoneses y chinos intentando emular el lujo europeo, la mejor alternativa es un plato de sopa fría y la mejor compañía, la soledad. Hay que aprovechar las crisis para evolucionar. Hay que pensar alejándose del lugar común, de la inercia y de lo que se dice sin intención, sin vocación, sin misión. Volveremos, claro que volveremos. Pero tendríamos que intentar volver mejor, sabiendo más, haciendo menos el ridículo, con una idea más alta de nuestro lugar en el mundo. Las fotos solitarias del Fin de Año en Londres, Madrid, París o Nueva York no son trágicas sino hermosas. Lo que tardemos en aprenderlo es lo que tardaremos en superar, ni que sólo sea un poco, nuestra verdadera enfermedad. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 02 ene, 2021