El 80 por ciento de las denuncias sobre violencia de género se archivan o el hombre es declarado inocente. Descontando los errores judiciales, que seguramente los hay, en la medida que todos vivimos vidas de imperfección, si el 80 por ciento de estas denuncias acaban en nada es porque en la inmensa mayoría de los casos no pasó nada y por lo tanto la denuncia era falsa. El dato de que sólo el 0,01% de denuncias feministas son falsas es por lo tanto falaz, otra mentira del marxismo cultural que tras todos sus fracasos previos se aferra al feminismo y al ecologismo para continuar expandiendo su cáncer totalitario. Este 0,01 por ciento es el porcentaje de casos en los que Fiscalía instruye proceso contra la falsa denunciante.
Llamarle a esta verdad incontestable “negacionismo” es otra banalización del Holocausto y una forma de fascismo tan propia de esta izquierda que aún pretende exterminar lo que le estorba en la construcción de su siniestro idealismo, y más simplemente, lo que no le gusta.
Ni el hombre es un agresor en potencia, como se deduce de la Ley de violencia de género, ni cabe en ninguna democracia homologable que nadie tenga que probar su inocencia, que es a lo que esta criminal ley condena al varón.
Una ley que no ha ayudado a resolver ningún problema y que sólo ha servido para que unas cuantas cínicas del lobby feminista se llenen los bolsillos con cuantiosas subvenciones. Son datos de Instituto Andaluz de la mujer, incluidos en el Presupuesto de la Comunidad Autónoma de Andalucía del año 2018, y resumidos por Alvise Pérez en Twitter:
Salarios 9.544.054€
Corrientes 12.219.239€
Inversiones 926.977€
Transf. 20.236.503€
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Total: 42.926.773€
A las víctimas les llega únicamente 1.205.766€: el 2,8% del presupuesto. Esto es cinismo, esto es corrupción, esto es robar escupiendo sobre los cadáveres de las víctimas y es a lo que Vox se refiere cuando tacha este tinglado de infame e intenta erradicarlo. Hay más machismo y más humillación a la mujer en estos presupuestos, y en estas presupuestas, que en cualquier chiste sobre un escote.
Y pese a que cualquier vida es un todo y que a los asesinados no hay que ponerlos uno encima del otro, sino uno al lado del otro, para que siempre nos estremezca la hilera, es necesario recordar que las muertes en España por violencia de género son afortunadamente pocas en comparación a las de tantos países desarollados y que tantas veces se nos ponen como modelo -Suecia, Dinamarca, Finlandia o Estados Unidos-, y desde luego poquísimas al lado de los países que la izquierda más feminista tiene de referentes, como Irán, Irak o Venezuela.
Además, pese a la machacona propaganda apocalíptica, el número de muertes por violencia de género en España es casi marginal en el ranking de decesos por causas violentas: y frente a los 3.679 suicidos, las 3.057 caídas accidentales y los 2.336 atragantamientos, en España, en 2017, las víctimas mortales de la violencia de génerl no llegaron a 50. Un muerto es suficiente para que todo un Estado se comprometa, y ya no digamos 50. Pero el tremendismo interesado, que trafica con subvenciones y resentimientos, de pressentar la violencia de género en España nada menos que como un genocidio o como una epidemia nada tiene que ver con nuestra realidad ni con el modo de ayudarnos a mejorarla.
En el mismo sentido, un estudio del Instituto Georgetown para la Mujer, la Paz y la Seguridad y el Instituto de Investigación sobre la Paz de Oslo que analiza su grado de inclusión, justicia y seguridad en las sociedades de 153 estados, certifica que España es quinto mejor país del mundo donde ser mujer, y donde las mujeres se sienten más seguras.
El feminismo, como trama política, es otro totalitarismo del marxismo cultural, que continúa coleccionando miseria y muerte en su extensísimo museo del fracaso. Tal como está política y socialmente organizado, el feminismo es un tenderete hipócrita y lucrativo, revanchista y profundamente estúpido, que vive de incendiar el conflicto para comparrcer luego como el que viene a apagarlo cuando lo único que hace es continuar exprimiendo el negocio. Y es uno de los mayores enemigos que tiene la mujer libre y digna que quiere vivir según su esfuerzo y sus capacidades, sin convertir su condición femenina en una humillación, en una pócima milagrera para que cuatro -y cuatrocientas-charlatanas sin oficio ni beneficio hagan el agosto excitando el delirio.
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