Salvador Sostres el 08 dic, 2015 No hay que torturar a los niños con museos y parques cuando les llevas a las ciudades. ¿Para qué? Barcelona es mucho más su Apple Store que su parque Güell. Somos nuestras tiendas, somos nuestros restaurantes, somos nuestros parques de atracciones. Somos nuestro sistema de felicidad. Yo el Louvre sólo lo cruzo para ir del costes al Atelier de rue du Bac, y puedo aseguraros que mi experiencia de París es más intensa, más personal y más sexy que la de cualquier pedante miracuadros. Prefiero la trufa blanca a la Victoria de Samotracia. Somos la vida alegre. Somos cada estallido de felicidad. A las ciudades, como a las personas, las amaremos si las descubrimos a través de lo que nos gusta. Y las odiaremos si nos fuerzan a perder el tiempo con asuntos que no nos podrían interesar menos. La retórica de museos, parques y monumentos es superficial y repetitiva al lado de lo que una Apple Store tiene preparado para nosotros; o un bar de hotel, o uno de esos restaurantes que si todavía crees que no te van a gustar es porque no me has llamado para que vayamos juntos. No llevar a un niño a la Apple Store de Barcelona porque toca visitar el parque Güell es de una crueldad intolerable. Ya sólo falta que luego le lleves a ver Million Dollar Baby. Steve Jobs hizo mucho más por la Humanidad que Gaudí, y lo que huye de la línea recta hay que ponerlo bajo sospecha. Hemos venido al mundo a dar esperanza y a repartir felicidad. Un iPhone es el principio de cualquier historia de amor de un hombre con nuestro tiempo. Un niño que por encima de cualquier otra cosa quiera visitar la Apple Store de cada ciudad que visita, es un proyecto de ciudadano feliz, educado, culto y libre. Sí, tú niñez, ya fábula de fuentes. Ya nada temo más que mis cuidados. Mi París es mi Costes, mi Ambroisie, mi Ami Louis y mi Robuchon; mi Hemingway en el Ritz con mi Collin Field; mi Duke’s en el Westminster con mi Gerard y sus magníficos tirantes. Mi Londres es mi Nobu, mi bar del Dorchester con mi Giuliando Morandin, mi Cipriani, que ahora se llama CLondon, y mi Cabinet War Museum. De cada ciudad, de cada persona y de cada periódico, lo que me gusta y no lo que me tiene que gustar. Aquí las órdenes siempre las he dado yo, y cuando viajo, y pago, el mundo está para complacerme. Y cualquier teléfono que no sea un iPhone es un teléfono quinqui y equivocado. ¿Dónde iremos a parar? Empieza uno comprando un Samsung y acaba votando a la CUP. Android dice que es más transparente: como Ciudadanos. Va, hombre va. ¡Por el amor de Dios! Niños del mundo, arrastrad a vuestros padres al Apple Store, que es el gran museo de nuestro tiempo. Cien mil iPhones saludan a la nueva era, ellos son los oráculos y las banderas. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 08 dic, 2015