Abraham Jiménez Enoa, periodista, exilado político cubano, habla aún desde el duelo de la orfandad del refugiado, pero en su tono de voz contundente se adivinan una esperanza y una ilusión incipientes. “Llegué al periodismo por azar, mi gran pasión es el deporte. Quería ser comentarista deportivo y narrar los partidos en radio y televisión. Cuando entré en la universidad me di cuenta de que hablaba rápido, que no tenía buena dicción y que me aterraban las cámaras y los micros. Me tuve que reinventar”.
Siendo que la libertad de expresión es sin duda un pilar de la profesión, sin embargo, en su país era una carrera muy politizada. “Pero en alguna asignatura, tuvimos acceso a ciertos autores, sobre todo americanos, como Truman Capote o Gay Talese, del nuevo periodismo. Eso me volvió loco, me cautivó y quise emularlo”.
Su ruptura con el régimen fue y sigue siendo motivo de distancia y conflicto familiar. “Crecí dentro de una familia de convencidos. No estaba dispuesto a hacer propaganda que es lo que se hace principalmente en Cuba. Yo aposté por un periodismo verídico y real. Mi mirada empezó a cambiar”. Sus primeros pasos en la profesión coincidieron con la llegada de las primeras conexiones a internet a Cuba.
“Fundamos El Estornudo, una revista de periodismo narrativo”. Fue el director los primeros cuatro años. “Los obstáculos eran logísticos, mi oficina era un parque bajo el sol o la lluvia, una hora de internet en ese momento costaba 2 dólares en un momento en el que en el país el sueldo medio era de 30. Había que dejar de comer o de vestirse para comprar internet”.
Los problemas con el régimen no se hicieron esperar. “Llegó la represión del gobierno, los interrogatorios, los secuestros exprés, las prisiones domiciliarias, en algunos interrogatorios nos hacían preguntas sobre algún artículo concreto, pero en realidad nos querían hacer ver que no estábamos en la línea correcta. En Cuba funciona así, el partido comunista por ley es el dueño de todos los medios de comunicación. Estar fuera de eso implicaba violar la ley”.
Explica cómo funciona la policía del régimen. “Es invisible, pero es la que guía los hilos del totalitarismo, la que te detiene, la que presiona a tus amigos, la que expulsa a tus padres de su trabajo. Todo esto me ha pasado a mí”. La persecución y la presión que él mismo tilda de “abominables” comenzaron en el 2016 y se agudizaron en los últimos dos años. “Internet provocó que naciera toda la generación de periodistas y medios independientes de la que yo soy hijo. Ha generado esa pequeña revolución, una nueva sociedad civil, de activistas y opositores, un empoderamiento virtual que salió y tomo las calles. No se puede entender nada de lo que ha pasado en Cuba en los últimos años sin internet”. El país agoniza, se resquebraja. “La única manera que encontraron para tomar las riendas de nuevo y controlar el flujo de información en el país y que no se le tornara en contra fue la represión, a niveles insospechados – más de 1500 presos políticos hoy – la mayoría de esa generación o está en la cárcel o está fuera como yo”.
Retrata su Cuba natal desde una mirada crítica. Es un lugar donde se nace y se convive con el miedo. “Es una sociedad basada en la sospecha y la suspicacia y llegas a un nivel de asfixia que te quiebra. En mi caso me afectó a la salud mental. Tenía claro que yo quería contar el país y que, si no lo hacía yo, poca gente lo iba a hacer”.
Le invitaban a conferencias, talleres o festivales pero las autoridades no le dejaban salir del país como herramienta de presión para que dejase de escribir. Desde el 2019 es columnista del Washington Post. “Iba adquiriendo cierta notoriedad, por lo que finalmente decidieron cambiar de estrategia, me dieron el pasaporte, pero con la amenaza de que me meterían preso si no me marchaba del país. En ese momento ya estaba desesperado por salir”.
“Llegar aquí sin conocer el capitalismo, sin haber tenido tarjeta de crédito o internet en casa, es salir de una dictadura para caer en otra, no ha sido nada fácil, no estoy aún adaptado”. Está escribiendo un nuevo libro, “Aterrizar en el mundo”, hablando de su primer año fuera. “Centrarme en la escritura es una suerte de auto terapia. El migrante tiene un duelo migratorio y si vienes de un contexto autoritario y de represión por motivos políticos, tiene esa carga adicional. Yo cambié de planeta y cambié de realidad por completo y no pude elegir, eso cuesta mucho procesarlo. Lo más duro es la sensación de soledad y orfandad”.
La ilusión de su vida no es volver. “Me gustaría volver para contar el final del régimen no puedo con la idea de perderme eso. No va a ser como la gente espera, será lento, se va a desplomar solo, no va a ser la sociedad civil quien derroque el régimen. Se va a acabar, claro que sí, pero no con otra revolución.” Su ilusión es otra, “volver a despertar el músculo de la felicidad. Creo, por fin, que estoy sintiendo palpitaciones ya, pero no las he sentido en mucho tiempo, me robaron no solo mi libertad, si no con ella, mi felicidad”. Cuba le duele y mucho, la amó en un momento, pero la Cuba de hoy le genera repulsión.
Rocío Gayarre
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