“Aquella mujer venía con frecuencia. Yo acababa de perder a mi marido en un trágico accidente, con solo 24 años, y tenía dos niños, de 6 y 4 años. Peinaba a mujeres informalmente en casa para salir adelante. Se ganó mi confianza poco a poco. Un día, a última hora de la tarde, tras peinarla me pidió que la acompañara al mercado. Me subí con ella al taxi, sin el bolso, solo con mi móvil y lo puesto. Dejaba a los niños en casa ese rato. No paramos. Me resultó extraño pero no podía ni imaginar lo que realmente me estaba sucediendo”. Así empieza el relato de Vivian Ebouaju, una mujer nigeriana que fue secuestrada, llevada a Libia y obligada a ejercer la prostitución.
El tráfico de personas es un grave delito y una flagrante violación de los derechos humanos. Cada año, miles de personas caen en las manos de traficantes, en sus propios países y en el extranjero. Las mujeres representan el 49% y las niñas el 23% de todas las víctimas de la trata. La explotación sexual es la forma más común de explotación. En definitiva, la trata es la esclavitud de nuestro tiempo. Según datos de la UNODC se estima que hay 2,5 millones de personas víctimas de la trata, y advierten, sin embargo, que por cada víctima identificada existen otras 20 sin identificar.
“Me dijo que íbamos a otro mercado. Al rato abordaron el taxi dos hombres que me quitaron el móvil y se convirtieron en mis escoltas permanentemente. El coche siguió por carretera noche y día, sin parar hasta llegar al desierto. Yo gritaba “¡Mis hijos, por favor, quiero regresar con mis hijos! Y la mujer me contestó que íbamos a Libia”. ¿Escapar? Era del todo imposible.
Y de la incredulidad y la angustia que le acompañaron en la travesía, pasó al terror al llegar a destino. “Me debes 10,000 dinar y tendrás que trabajar acostándote con hombres para pagarme tu deuda” le explicó su dueño a Vivian. La mujer la había vendido por 5000 dinares pero él le pedía el doble por su libertad. Ella le dijo que no haría eso nunca. Esa noche mientras sollozaba en un cuarto a oscuras, aquel hombre entró en la habitación y la violó. Este infierno siguió durante cuatro días.
Desesperada y asustada tras unas semanas comenzó a trabajar, no tenía opción. “Llega un momento que te resignas por pura supervivencia e intentas sufrir lo menos posible”. Tras seis meses ahí, consiguió escapar. Vivian se atrevió a pedirle ayuda a un cliente habitual sudanés. El accedió. “Yo le pedí que me enviara de vuelta a Nigeria pero me explicó que la ruta de regreso era demasiado arriesgada, que mi camino solo tenía una dirección, hacia delante. Me pagó el billete en una patera y embarqué. No sabía nadar, iba aterrada.” Vivian rezaba a su Dios, y le preguntaba que dónde estaba en todo ese tiempo. “Y lo encontré. Estaba en ese hombre que me salvó”.
Desde el secuestro, Vivi nunca ha sabido hacia dónde iba, pero sí de dónde y de qué huía. “Libia es un lugar donde la crueldad y la impunidad son infinitas”. Cuando cruzaron a aguas internacionales, les rescató el Aquarius de MSF. Fue el 10 de junio de 2018. “Pisé la cubierta y por primera vez en meses sonreí. Me sentí a salvo y aliviada. Nos explicaron que Italia no dejaba desembarcar. Tras unos días varados, nos dieron la noticia: El gobierno español nos aceptaba. Rompimos a llorar, a gritar y a cantar de alegría. Bailamos y nos abrazamos. Nunca olvidaremos ese día”.
“No puedo pensar en el pasado, me destroza. Solo puedo mirar hacia delante. Lucho por encontrar trabajo y por conseguir reunirme con mis hijos”. Vivian está dispuesta a empezar una vida nueva porque la que deja atrás es insoportable. Sin embargo, hay demasiadas mujeres y niñas que siguen atrapadas en las redes de trata y que no han tenido la suerte de encontrar ayuda para escapar o han perdido la esperanza de conseguirlo.
Rocío Gayarre
ÁfricaAquariusEsclavoLibiaNigeria