Decir que Chema de Isidro es uno de los grandes chefs españoles es cierto, pero se queda corto, muy corto. Está orgulloso de haber nacido en Vallecas, “un barrio que marca mucho, de gente humilde y guerrera, a partes iguales. Gente que lo pasa mal pero que resiste unida. Todos teníamos movidas: amigos con adicciones, amigos presos, amigos muertos. Asumías estas situaciones extremas como normales. Es una manera de ver la vida que te marca, sin duda. La solidaridad en mi barrio es abrumadora”.
¿Qué queda de aquel niño inquieto y pillo que aprendía a cocinar con su abuela en su minúscula cocina de carbón? “Era un pieza, un personaje… como lo soy ahora. ¿Qué si era un tipo duro? Me he pegado con todo mi barrio, pero luego, éramos colegas”. Gracias a la educación que le dieron sus padres, siempre tuvo claras unas líneas rojas, unos límites. “No estaba a gusto con algunas cosas, las veía mal, moralmente no iban conmigo. Si te despistabas un poquito, caías en cosas peligrosas”. Con diecisiete años apareció su mentor. “Yo estoy aquí porque Iñaki Izaguirre creyó en mi y me sacó de la calle. Siento que le debo eso a la vida, que tengo que hacer lo mismo”.
Para los más de 3.000 chicos que han pasado por su escuela solidaria de cocina, Chema es un súper héroe que les enseña a vivir sin miedo. “Es el mal del mundo. Paraliza todo. Para un tío que se ha criado pensando que no valía nada y que no iba a llegar a los 18 años, como me decían a mi, cada día es un regalo. Mi esperanza de vida es mañana o pasado. Y así vivo el presente con intensidad, me adapto a todo. No tengo metas como tal. Vivo haciendo”.
Es consciente de que no lidera un proyecto, sino un movimiento. Ha puesto la gastronomía al servicio de las necesidades de los más vulnerables. La ong CESAL le ha fichado como director Gastronómico. Saben que Chema es un alquimista que transforma a su ejército de pandilleros, menas, camellos, sicarios, presidiarios o delincuentes en cotizados cocineros, jefes de cocina o camareros. Su proyecto más inmediato es montar un restaurante en El Salvador para apoyar a los jóvenes que están en las maras. “Yo me dedico a la inserción. Creo en la educación y la formación como mejor herramienta transformadora”.
Chema es hábil, divertido, pícaro, un punto canalla y habla sin tapujos. Enamora, convence y arrastra tras de sí a quien tiene la suerte de conocerle. “La magia no está en la cocina en si. Se trata sencillamente de darles una oportunidad. Los sistemas formativos son rígidos. Funcionan para un 70 porciento pero el otro 30 porciento, queda excluido”. Su receta: tiene una enorme intuición, escanea al grupo y personaliza la educación para cada alumno.
Sus chavales saben que pueden llamarle a cualquier hora. Siempre contesta y se moja por ellos. “Yo también aprendo mucho de ellos. Se quien soy gracias a ellos. Y tengo un buen concepto de la vida gracias a ellos. Me enseñan a no juzgar a nadie y a agradecer todo”. No les pregunta mucho sobre su pasado, les recibe con un: “¿Tú quieres aprender a cocinar? Pues, para dentro”. El otro pilar es la libertad: tanto para entrar como para irse. “Tengo un ratio de reinserción total”.
Está montando un evento gastronómico para recaudar fondos para los refugiados de Ucrania y ya cuenta con casi 60 cocineros de los mejores de España. “Nada me para. No entiendo la gente que vive a disgusto en su trabajo o con su pareja. Si no te mueves no cambia nada. Hay que arriesgarse, aunque puedas equivocarte, pero no dejar que las cosas sigan igual… de mal”.
Chema y su equipo lo hacen muy bien. “No es un trabajo sino una forma de vida”. Sus chicos llegan muy rotos, pero cicatrizan. Lloran y comparten sus recuerdos más dolorosos. “Les digo que el pasado no lo pueden cambiar, que es el que es, pero que, sin embargo, pueden cambiar su presente y su futuro. Creer en ellos es transformador”. Aclara que estos chavales no han tenido oportunidades, “que no es lo mismo que no tener talento”. Al contrario.
Entre los numerosos tatuajes que exhibe orgulloso – y que, en cierto modo, recogen su esencia – no faltan el ratón de Ratatouille, o el yin y el yang. “No creo que todo sea ni bueno ni malo. Como una salsa o un guiso, lo que importa al final es que exista un equilibrio”. A la vida no le pide nada, solo que sus hijas sean felices. “No voy ni delante ni detrás, voy con ellas, acompañándolas, a su lado”. Y lo mismo hace con sus chavales, para los que siempre será su Sensei, quien predica con su ejemplo el “Hallaré un camino o me lo abriré” de Aníbal.
Rocío Gayarre
CESALIntegración