Asha nació hace cinco décadas en Kenia. “Tan sólo tenía cinco años cuando llegó el gran día, me dijeron que me iban a purificar y yo estaba muy feliz, sabía que era algo muy importante, que cambiaría mi vida, y tal era mi emoción la víspera, que apenas pude dormir”. Imposible olvidar como su abuela le sujetaba mientras su madre daba instrucciones a la mujer que le cortó con una cuchilla. Sintió el dolor más atroz imaginable, que siguió mientras le cosió con aguja e hilo comunes, sin anestesia alguna. A partir de entonces, la vida de las niñas cambia. Comienza un camino de dolores, problemas físicos y psicológicos, vergüenzas, miedos, y todo ello ahogado por el silencio. “Fui creciendo y todo era una pesadilla, ir al baño era doloroso, tuve infecciones, y menstruaciones muy dolorosas. Y la noche de bodas, otro momento de dolor y sufrimiento aterrador”. Cuando dio a luz a su primera hija, hace treinta años, tomó la decisión más importante de su vida. No iba a dejar que le hicieran lo mismo, jamás. A esa niña le puso el nombre de Hayat, que significa “vida”.
La mutilación genital femenina es una forma de violencia de género que afecta a 200 millones de mujeres y niñas en el mundo, y en España se estima que hay más de 70.000 mujeres, entre ellas 18.000 niñas, provenientes de comunidades afectadas por esta práctica. Es la eliminación de tejido de cualquier parte de los genitales femeninos por razones culturales, religiosas o cualquier otra sin fundamento médico.
La pérdida casi total de sensibilidad es la principal consecuencia para las afectadas con el añadido – y no menos doloroso – trauma psicológico. Asha y Hayat explican que hay mujeres que mueren desagradas o por infección en las semanas posteriores a la mutilación, ya que casi siempre se realiza de manera rudimentaria, a cargo de curanderas o mujeres mayores y con herramientas como cristales, cuchillos o cuchillas de afeitar.
“Hay que ir a la raíz del problema. Si no, la cifra de mujeres y niñas mutiladas va a seguir en aumento. No vale cualquier acción, hay que atacar las causas e implementar soluciones efectivas y permanentes. Tenemos que aprender a escuchar más, crear espacios seguros de conversación donde escucharlas a ellas, a las supervivientes”. Asha y su hija dirigen la ong “Save a girl, save a generation” y Asha sabe que dar testimonio, mostrar sus cicatrices, se ha convertido en su mejor arma en esta lucha.
Son optimistas. “hay un movimiento increíble que está surgiendo de la gente joven. A la cabeza de este movimiento están mujeres valientes y comprometidas como mi madre, las que se han atrevido a romper las tradiciones y la cultura que impone esta práctica”. Asha añade, “la herramienta más potente es la educación. Además tiene que haber una regulación legal, y por encima de todo recursos económicos y humanos que hagan este cambio posible”. Las supervivientes tienen la llave. El gran paso empieza por hablar de esta violación de los derechos de la mujer, dándole visibilidad.
“De mi madre admiro su visión. Cuando todo el mundo está pensando en el ahora, ella está pensando en el siguiente paso. Tiene clara la meta y va haciendo camino al andar. Y le estoy muy agradecida porque soy consciente del privilegio que me ha regalado, el de poder elegir.” Asha asiente y explica que quieren extender su trabajo a Kenia. “Ahora somos más necesarias allá”.
Hayat también es madre de dos niñas y siente la responsabilidad de ser ejemplo para ellas y de enseñarles que se puede cambiar el mundo, recogiendo así el testigo de su madre.
El silencio es el mayor aliado de la mutilación genital femenina y por eso ellas alzan su voz, para caminar con paso firme y combativo hacia un mundo libre de esta práctica.
Rocio Gayarre
AblacionÁfricaKeniaONGSomalia