Crecà con un eslogan publicitario repetido hasta la saciedad en el único canal de televisión que habÃa. Eran los tiempos del «busque, compare, y si encuentra algo mejor, cómprelo». No sé si este machaque constante acabó por alterar mi subconsciente, o si ha sido la vida misma la que me ha llevado a ser un firme defensor de la oferta, la demanda y el libre mercado. Para mi el consumidor es el que, con su elección de esta o aquella marca, tiene el poder de convertirse en juez y acabar decidiendo qué funciona y qué no. Siguiendo esta lÃnea de pensamiento, es lÃcito emprender y tratar de hacer negocio, pero como las cosas no son o blanco o negro, si entramos en el territorio de la salud, un objetivo de lucro personal no puede pasar por encima de algo tan valioso. Debe haber lÃmites.
Enero es el mes de los propósitos de cambio. Igual este enero de 2021 lo es más todavÃa. Y el mercado lo sabe. Se renuevan suscripciones, se publican nuevos coleccionables, se retoman las academias y llegan las rebajas ahora que se complica seguir gastando al mismo ritmo tras los excesos de las Navidades. Dentro de todo este aluvión de ofertas, llegan también los gimnasios y las apps de entrenamiento. FaltarÃa más que ellos no puedan, sobre todo siendo los centros deportivos otro de los sectores que ha sido muy castigado por las medidas restrictivas de la pandemia del Covid19, pero hablamos de salud y de la misma manera que defendà el «no al cierre de gimnasios e instalaciones deportivas», también me gustarÃa hablar de lo que se esconde detrás de algunas de las campañas de captación de algunos gimnasios, polideportivos o, ahora también, apps para ponerte en forma en el salón de tu casa.
Todos conocemos a alguien que está apuntado al gimnasio y ha ido dos veces. Lo mejor es que confiesan que no lo usan, pero para lo que les cuesta prefieren tener siempre abierta esa posibilidad. Hay quienes incluso pasean una mochila con la ropa deportiva, pero un dÃa tras otro, no encuentran entre sus apretadas agendas el momento adecuado para ir a hacer ejercicio. Y esta manera de actuar, la conocen los empresarios del sector. El comportamiento impulsivo o irracional es una realidad. Las marcas de gran consumo saben que si ponen su producto en la cabecera de góndola de un supermercado, con un 2×1 enorme, vas a comprar algo que no tenÃas pensado e incluso ni necesitas. Y aquà llega el problema. Que acumules diez litros de suavizante no hace daño a nadie, al menos mientras tengas espacio para guardarlo. Que quieras cambiar tu estilo de vida sedentario, pero el desconocimiento, o una campaña de publicidad agresiva, te lleve a caer «en manos» de alguien que no te va a prestar ni la atención ni el apoyo mÃnimo que una persona que esta empezando necesita… eso es jugar con la salud de las personas.
Pero he aquà el dilema ¿Es culpa del malvado capitalismo que inventa una cuota muy muy barata, sabiendo que más de la mitad de los que se inscriben seguirán pagando unos cuantos meses sin hacer uso del gimnasio? Por el contrario ¿Es el autoengaño del cliente, que quiere calmar su conciencia diciendo que se ha apuntado al gimnasio, quien hace que estas prácticas sean posibles y funcionen? Bueno, intentando ser coherente, yo afirmaba al principio que es el consumidor quien creo que deberÃa acabar poniendo cada cosa en su sitio. Si cuando firmas una hipoteca te lo piensas mucho (pero mucho), o estás dispuesto a subir la letra mensual del coche por llevar unas llantas o una tapicerÃa concreta, que busques el gimnasio más barato posible aun sin saber si vas a estar a gusto por el tipo de personas que lo frecuentan, si las instalaciones están mantenidas adecuadamente, si tiene una perfecta higiene, si tiene suficiente personal cualificado para atender a sus socios… si todo eso te da igual, si buscas la tranquilidad de tener un gimnasio pagando lo mÃnimo, estás empezando mal. Porque lo que poco vale o poco esfuerzo cuesta, poco se valora. Que la fuerza te acompañe.
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