Cualquier propietario de un gimnasio sabe que existen ciertos momentos valle en los que parece que a sus socios se les pasa su entusiasmo, pero también son conscientes de aquellas fechas claves para la captación de nuevos clientes. Septiembre es tradicionalmente un buen mes, hay que quemar los excesos del verano y retomar rutinas. Abril es otro buen momento, el verano se ve más cerca y empezamos a guardar los abrigos y a dejar un poco más a la vista nuestras curvas de felicidad. Llegan las prisas y los gimnasios se llenan. Pero si hay algo simbólico y poderoso en nuestras mentes es el cambio de año, los grandes propósitos. Seré mejor persona, dejaré de fumar, visitaré más a mi tía Paqui y haré ejercicio. Sin conocer a tu tía Paqui, me atrevo a decir que todas ellas son buenas intenciones para 2023, pero vamos con eso de ‘voy a hacer ejercicio’.
Para hacer ejercicio no hace falta un gimnasio sino un buen plan que genere adherencia, pero es cierto que hay algo que a todos nos funciona como palanca de motivación, no es otra cosa que pagar una cuota, que nos duela en el bolsillo. Eso de estar pagando por un producto que no utilizamos es bastante inquietante para cualquier conciencia mínimamente decente. Aunque quizás es otro de nuestros autoengaños porque ¿cuánta gente conocéis que paga un gimnasio para no ir? Pues bastante, y he aquí la trampa de las grandes ofertas destinadas a todas las personas que saben que pagarán y nunca irán en lugar de al público que saca partido a su cuota.
Cualquier suscripción tiene un patrón de comportamiento parecido. Hay un grupo de usuarios para quienes es una prioridad el producto por el que pagan. Son fieles. Hay otro grupo con dudas al que hay que intentar retener de la mejor manera posible. Y está el último bloque, el más nutrido, y que básicamente viven en la búsqueda de cuanto más barato mejor o me apunto hasta que el cargo de conciencia me lleva a darme de baja. El reclamo de ofrecer una cuota mensual bajísima bajo cuya letra pequeña se esconde un pago por adelantado de todo el año, o un compromiso mínimo de ‘x’ meses, no son más que un atractivo disfraz para conseguir un ingreso mínimo garantizado y poco más.
Hay muchos motivos por los que un gimnasio objetivamente bueno, puede no ser el que tú necesitas. Un horario de clases que no te cuadre, que te pille a desmano, que las horas a las que puedas ir sean aquellas en las que no cabe ni un alfiler, que el ambiente general sea de un tipo o de otro… Valora todos estos aspectos. No te dejes deslumbrar por la cantidad de máquinas sofisticadas, pide que te enseñen la zona de peso libre y pregunta por qué allí no hay ningún entrenador de sala vigilando o ayudando si es que eso ocurre. Vestuarios. Limpieza. Atención… valora todo con calma y no te mientas diciéndote ‘si es que es una cuota muy baja’. Pagar veinte euros al mes para luego no ir es mucho más caro que una cuota de cincuenta euros en otro gimnasio del que sí vas a hacer uso. Las matemáticas no engañan y nuestras cabezas casi siempre. Si tu propósito es real, te estás planteando un cambio de vida y no un amago de un mes. Piénsatelo con calma y que la fuerza te acompañe.
EntrenamientoSalud