Como bien se sabe y se ha anunciado, 2016 es el año del V centenario de la muerte del Bosco (Jheronimus van Aken, 1450-1516). En el transcurso de este año se han producido númerosos actos, exposiciones y se han escrito infinidad de líneas sobre la figura de este pintor neerlandés, considerado uno de los artistas más enigmáticos e influyentes del Renacimiento. Su figura está envuelta en un halo de misterio por la gran obra pictórica que dejó y nada sobre ella escrita -sobre su pensamiento, su forma de pensar o cómo trabajaba-. Su obra está cargada de figuras místicas que inundan unos lienzos cargados de una gran belleza.
A través del Museo del Prado hemos podido ver parte de su gran obra, y por suerte a día de hoy podemos seguir contemplando, ya que tras el éxito que ha alcanzado la muestra, esta se ha prorrogado hasta el 25 de septiembre. La pintura del Bosco está cargada de magníficos matices, de colores vivos, de historias que se muestran y otras que quedan ocultas. “Su inmensa capacidad de invención queda patente en la renovación que experimenta en sus manos la técnica pictórica, con su personal tratamiento de la superficie, que se suma a la que muestran sus contenidos, en ocasiones difíciles –o casi imposibles- de descifrar, al haberse perdido en nuestro días muchas de las claves para interpretarlas”. En ella podemos ver ocho pinturas de su mano que se conservan en España junto a excelentes obras procedentes de colecciones y museos de todo el mundo, que invita al público a adentrarse en su personal visión del mundo a través de un montaje expositivo espectacular que presenta exentos sus trípticos más relevantes para que se puedan contemplar tanto el anverso como el reverso. Gracias al interés que mostró por el Bosco Felipe II, España conserva el mayor conjunto de originales suyos y todos ellos figuran en la exposición. El Prado, custodia seis obras entre las que destacan los trípticos de “El jardín de las delicias”, la “Adoración de los magos” y el “Carro de heno”.
Después de la experiencia visual al contemplar los cuadros, podemos experimentar otra experiencia intelectual, a través de los escritos que se han realizado en torno a El Bosco. Escritos como el que realizó en 2015 el escritor e hispanista Cees Nooteboom y que ha publicado en español este año la editorial Siruela. “El Bosco” nos invita a repasar las pinturas del genial pintor a través de los recuerdos que el escritor ha ido atesorando en los últimos sesenta años.
Foto: Museo del Prado
Nooteboom con 21 años visitó por primera vez el Museo del Prado y desde entonces hasta hoy, nos presenta una importante reflexión sobre cómo somos las personas ante algo que vimos anteriormente y nos presentamos años después a contemplarlo. “¿Qué tienen en común un escritor del siglo XXI y un pintor del XV? ¿Quién debió de ser El Bosco?” Sus imágenes oníricas se relacionan con las expresiones literarias y plásticas de su época, pero cómo entender ese asombroso desbordamiento de imaginación, esa increíble suma de los detalles más nimios. Nooteboom se pregunta ¿cómo leer una pintura? y esto es muy intersante ¿cómo la leen los demás? Esta última pregunta abre un nuevo pensamiento intelectual en cada uno de nosotros nos debemos preguntar si somos los mismos cuando vemos una pintura en un momento determinado que cuando la observamos años después. “Un mismo objeto material se transforma en el tiempo con una nueva mirada, la mirada anterior al Renacimiento, a la Revolución francesa, anterior al fascismo, al nazismo, a la mirada de una Iglesia desaprecida, o la mirada de los que jamás leyeron la Biblia”.
En el transcurso de este gran viaje físico, ya que visitó las ciudades de Lisboa, Madrid, Gante, Róterdam y Bolduque para conocer y estudiar siete de sus pinturas, se produce otro viaje, en este caso intelectual, en el que Nooteboom nos guía y sumerge en esas siete obras del Bosco: “El jardín de las delicias”, “Las tentaciones de san Antonio”, “La Adoración de los Magos”, “San Jerónimo en oración”, “El carro de heno”, “San Cristóbal con el Niño Jesús” y con la polémica autoría de “Cristo con la cruz a cuestas” considerada que fué realizada por un discípulo del pintor.
Cada época ha podido interpretar su obra en función de un contexto determinado y determinante, de ahí la magia de ponerse delante de una obra de hace cientos de años, de obras que fueron vistas por los ojos de un rey como Felipe II. Unas obras abiertas a la interpretación y al estudio permanente de un genio visionario. Apunta Nooteboom que “la mirada se pierde en los detalles y en los detalles de los detalles, la mirada desea otorgar un significado”. Todas las interpretaciones que se hacen de las escenas del Bosco pueden ser válidas siempre y cuando “se asocien a la idea de infortunio, el infortunio que, a partir del instante divino de la Creación, se alza como una advertencia a través del caos del mundo”.
Desde la prosa descríptiva de un brillante Nooteboom, la buena edición y producción este texto breve se convierte en una joya en torno al Bosco. Una vez que empiezas a leer las primeras palabras, te trasladas al universo del Bosco pintado por esas letras que salen de la mente de un gran Nooteboom. Unas líneas en las que sentirás como si el propio escritor te cojiera del brazo para acompañarlo por uno de sus grandes recorridos. Bajo este prisma nos ponemos al lado de un ser observador con una mirada inocente que lo ve todo por primera vez y que expresa a la perfección en este retrato íntimo y de una delicadeza exquisita la obra del Bosco en dónde “no hay más respuestas que sus imágenes, unas imágenes que no han dejado de formular misterios absurdos o apocalípticos y que con bastante frecuencia hunden en arenas movedizas las teorías de sus contemporáneos y de las generaciones posteriores”.
El Bosco // Cees Nooteboom // Siruela // Traducción: Isabel-Lara Lorda Vidal // 2016 // 25 euros
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