La profesora, politóloga y columnista Máriam Martínez-Bascuñán ofrece en su último ensayo El fin del mundo común (Taurus), un planteamiento tan urgente como riguroso sobre la crisis contemporánea de la verdad. No se trata —la autora insiste en ello— de un libro sobre «fake news», sino sobre algo mucho más profundo: la fractura del suelo simbólico que compartimos como sociedad, el espacio común que permite el debate público, la confianza y la deliberación democrática. Desde el inicio, la autora nos alerta sobre la posverdad y sus definiciones: no es una anécdota política ni un mal menor, sino un fenómeno que amenaza la estructura misma de las democracias. Y lo analiza desde una perspectiva que combina teoría política, filosofía y observación periodística de la actualidad.
Martínez-Bascuñán parte de un hecho que hemos normalizado: vivimos en un ecosistema donde los hechos compiten con ficciones diseñadas para activar emociones y reforzar identidades. Pero la novedad no es la mentira —que siempre ha existido en política—, sino la indiferencia social frente a la verdad. Es un diagnóstico especialmente relevante en un momento en que las campañas políticas se libran en redes sociales, con discursos fragmentados y algoritmos que amplifican sesgos y refuerzan prejuicios.
El libro dialoga de manera constante con la filósofa y escritora alemana y nacionalizada estadounidense Hannah Arendt (1906-1975), cuya obra se convierte en una columna vertebral del argumento. La autora vuelve a tres ideas esenciales de la filósofa alemana: la verdad factual como condición de la política. El juicio como la capacidad de pensar desde la perspectiva de los otros. El espacio público como esfera compartida donde los ciudadanos debaten a partir de un mundo común. De Arendt recupera la siguiente advertencia: cuando los hechos dejan de importar, cuando las palabras ya no representan la realidad, la política se transforma en propaganda y espectáculo.
Otro de los ejes del libro es el análisis del papel que desempeñan las emociones en la política contemporánea. Martínez-Bascuñán muestra cómo los movimientos populistas han entendido mejor que nadie la potencia del resentimiento, el miedo y la identidad colectiva, y cómo estos afectos —legítimos en origen— han sido explotados para polarizar el espacio público. Uno de los capítulos más potentes del libro aborda la crisis del lenguaje. Martínez-Bascuñán explica cómo el uso político de términos vaciados —“patriotas”, “traidores”, “pueblo”, “élite”— deteriora la comprensión mutua y rompe la posibilidad de sostener un diálogo democrático. El lenguaje deja de ser un puente para convertirse en una barricada. La autora nos traslada que la palabra es el primer territorio que se conquista o se pierde en una democracia.
En la parte final, lejos de instalarse en el pesimismo, Martínez-Bascuñán propone una salida: reeducar el juicio. La autora sostiene que, si queremos reconstruir un mundo común, debemos enseñar a pensar, a comparar, a escuchar y a dudar. No es una solución rápida, sino estructural. Esta defensa de la educación cívica se conecta directamente con la crisis del periodismo, la aceleración informativa y la saturación digital. Para la autora, reconstruir el mundo común no es un proyecto político, sino un proyecto social de largo aliento.
Martínez-Bascuñán escribe con un equilibrio poco habitual, dando como resultado un texto que informa, orienta y, sobre todo, interpela. Su mirada es crítica pero no catastrofista; reflexiva pero accesible; firme en sus diagnósticos, pero también comprometida con la posibilidad de cambio.
El fin del mundo común es un libro que coloca el foco allí donde suele evitarse: en las condiciones de posibilidad de la democracia. Su análisis es profundo, su escritura, precisa, y su advertencia, clara: sin un mundo en común, sin un lenguaje compartido y sin un mínimo acuerdo sobre los hechos, las sociedades democráticas se deslizan hacia la polarización irreconciliable. Así, la autora nos propone reconstruir el juicio, defender el lenguaje y recuperar la conversación. En tiempos de ruido y confusión, su ensayo es un recordatorio de que pensar el ahora sigue siendo un acto político, pero enriquecedor.
