Ernst Junger en su Tempestades de acero donde narra sus memorias como oficial alemán en el frente occidental durante la primera guerra mundial, siendo este relato como uno de los primeros testimonios personales sobre la guerra en aparecer. En esa descripción gráfica de la guerra de trincheras o guerra de posición que fue una de las nuevas formas de hacer una guerra, en la cual los ejércitos combatientes mantenían esas líneas estáticas de fortificaciones cavadas en el suelo; Junger escribió sobre las trincheras, esos agujeros de lucha y muerte que tenían “una profundidad de dos o tres hombres. Por tanto, los defensores se mueven en ella como por el fondo de un pozo, y, para poder observar el terreno que tienen delante o disparar contra el enemigo, los soldados tienen que subir por escalones practicados en la tierra o por escaleras de madera al puesto de observación (…)”.
En ese contexto particular de trincheras y en general de la Primera Guerra Mundial, se vuelve inmediatamente “legible” o detectable a través de un universo en el que solo hay devastación; los autores del cómic Nuestra madre la guerra (Ponent Mon), Maël y Kris nos “invitan” ha hacer un viaje al pasado. Pero no a un pasado cualquiera, es un pasado muy oscuro, llevado por la voz de un hombre, que a las puertas de la muerte, confiesa en 1935 todo un relato épico y misterioso. Roland Vialatte es teniente de gendarmería, católico practicante, humanista y progresista que dirige una investigación extraña e ilógica en 1915 en las llanuras estériles de la Champaña. Europa llevaba ya seis meses destruyéndose. Pero en ese lugar sin sentido al que llaman el frente sembrado de trincheras, son los cuerpos de tres mujeres asesinadas a sangre fría los que reciben la atención del Estado Mayor.
Un pretexto que sirve para hacer todo un retrato gráfico original y antibélico en el que los autores muestran toda su maestría tanto en la estructura narrativa de una acción insólita, ya que la mayoría de las historias que envuelven a las guerras mundiales tratan a estas desde el punto de vista bélico, pero aquí van en paralelo dos estructuras, una la histórica y bélica y por el otro lado una historia al más puro estilo noir pero sacado de esa estética negra conocida, que sirve para denunciar cómo una guerra no solo devasta el paisaje de las ciudades sino que también es un elemento catastrófico para todas aquellas personas que le ha tocado vivir en primera línea una guerra provocada por unos y combatida por otros.
Desde las connotaciones de un título complejo, refiriéndose tanto a la expresión “la madre de las batallas” como a las ideas combinadas del universo original, el bautismo obligatorio de fuego y el dominio religioso. Existen temas de exposición más poderosos que otros, como la alegría, el sufrimiento, la violencia (física o psicológica) y sobre todo la muerte. Sabemos cómo los artistas del siglo XX como Otto Dix, Picasso, Jean Renoir o también desde el cómic como Tardi, han denunciado la guerra y sus horrores, sabiendo renovar sus respectivas artes mediante el empleo de nuevas técnicas o por la constancia de un “compromiso en contra”. Sin dejar de lado las reflexiones que plantea este recorrido histórico, literario y filosófico, el álbum “Nuestra madre la guerra” ilustrado por Maël y escrito por Kris, tiene una de las sagas contemporáneas más trepidantes tomando como marco el primer conflicto mundial desde la persepectiva del ejército francés contra los boches.
Esta obra proporciona al cómic histórico un ángulo de reinterpretación de diferentes filtros culturales y de memoria. Una notable evolución que permite hoy un retorno necesario del trabajo histórico, entre el discurso científico y el discurso semiológico de las contribuciones específicas del cómic. Desde la elección de colores alternativamente terrosos y grises (volúmenes 1 y 2) y de sepia (volúmenes 3 y 4) connotan de nuevo a la muerte masiva e inhumana que proporciona la Guerra, entendida como universo descrito, más individualizado y probablemente más criminal que golpea al ser humano con demasiada precisión, ya sea una joven enfermera, un luchador, una viuda, un teniente, un soldado, un comandante o simplemente un ratero.
En la narración gráfica de Maël y Kris, se expone esa ausencia notable del soldado héroe o el típico investigador esperado y locuaz. La narración de la guerra es expuesta y acompañada por una imaginería religiosa no constitutiva, que ve pasa frente a ella la representación del salvajismo físico de los enfrentamientos, a favor de un discurso comprometido, anclado en la propensión psicológica de la guerra para destruir el alma humana. Hombre o mujer, joven o viejo, todos y cada uno se encuentran moralmente involucrados en un teatro de las sombras donde los actores deben aceptar a pesar de sí mismos, el trágico destino que les pertenece.
La historia abre así una tierra devastada donde todo se tambalea y se derrumba, incluso la casa de Dios. No más ideales o certezas para el narrador principal, el teniente Vialatte, que es golpeado por la realidad bélica y que debe cumplir con su deber de investigar esos misteriosos asesinatos por lo que se embarca en esa guerra que quiere con cierta ingenuidad tomarle la medida.
Maël y Kris consiguen crear una atmósfera gráfica cargada de detalles, convirtiendo así su obra en un referente actual dentro del cómic histórico, por su dibujo, por su estructura, y por su denuncia bélica y humanista en donde no paran las balas que van camino de unos cuerpos que si no son alcanzadas por estas pueden llegar a explotar por los obuses caídos desde el cielo.
Una obra épica que retrata la constante tensión ante la presencia del frío, la humedad del largo invierno, el barro, la mala alimentación, la proliferación de ratas, la falta de higiene, la incomodidad y sobre todo la cercanía de un enemigo visible e invisible, exterior o interior que van pasando factura, física y psíquicamente a los soldados rasos que se encontraban en tales circunstancias.
Es la secuela de una caída anunciada, la alegoría de un guerrero que ya no cierra sus brazos como un cuerpo inerte bajo una bandera hecha jirones antes de convertirse en un cadáver descuartizado. Son cuatro volúmenes que acaban aplastando al lector entre historias personales, dramas, thriller policíaco y sobre todo, hombres confrontados sin coraje o voluntad, en los que solo están el miedo, la resignación, la cobardía y una elusiva camaradería sin desconfianza. Una poesía gráfica alegórica necesaria y contundente del ser humano ante la guerra, ofrecida por toda una serie de realidades relativamente inhumanas.
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