Fútbol. Si a lo largo del año estamos continuamente viendo y hablando de el -incluso a aquellos que no les gusta-, cuando es año de mundial y este empieza, las hordas informativas deportivas invaden casi en su totalidad las pantallas y los comentarios a nivel mundial. Muy a quien le pese, el fútbol en la mayoría de los países es un deporte que mueve masas, pero en la sociedad actual capitalista ha llegado a un nivel de mercantilización excesiva, en la que aficionados, directivos y jugadores forman parte de un circo deportivo en el que, principalmente se desarrolla fuera del terreno de juego rectangular de dicho deporte. Ahí es donde se debe centrar todo, en ser un deporte, que para aquellos que lo hemos practicado implica algo más que el hecho de dar patadas a un balón para meterlo entre tres palos sin que el contrincante nos lo impida. El fútbol es mucho más, es compañerismo, es deporte, es superación, es desconexión, es compartir.
Pero realmente, en qué pensamos cuando pensamos de fútbol. Frase que da título a un magnífico ensayo escrito recientemente por Simon Critchley, (editado por Sexto Piso) británico y forofo del Liverpool, tras sus ensayos sobre la fe y David Bowie, nos ofrece un punto de vista filosófico y fresco sobre el comportamiento, los sentimientos y formas de pensar que giran alrededor y dentro del fútbol. Desde la perspectiva pragmática de catedrático en la New School for Social Research de Nueva York, comunica esa filosofía de un deporte que mueve millones de cerebros a actuar de una determinada forma, transformándose desde el inicio del pitido que ofrece el árbitro para el comienzo del partido, hasta cuando éste determina que dicho enfrentamiento ha terminado.
Critchley (Hertfordshire, 1960) habla del fútbol como un juego bello que a menudo ha sido descrito como tal, pero sin ahondar demasiado en esa idea. La pregunta es ¿por qué es bello y en qué consiste esa belleza? En el libro, el filósofo se sirve del método que los filósofos denomina «fenomenología» para intentar ofrecer algún tipo de respuesta a esas preguntas. La fenomenología es una tradición filosófica que se inicia a principios del siglo XX con los escritos de Husserl, y que halla su definitiva elaboración existencialista con el trabajo de Heidegger, Sartre y Merleau-Ponty: la fenomenología es la descripción de lo que se presenta ante nosotros en la vida cotidiana. Es un intento de trasladar al terreno del pensamiento, aquello que pasamos por alto en nuestras existencias esencial y felizmente irreflexivas. Es un intento de explicitar el apartado implícito de nuestra experiencia. Una forma de aprender a ver el mundo de nuevo. El planteamiento fenomenológico conducirá hacia una poética del tiempo, del espacio, del drama y de los elementos de aquello que el filósofo estadounidense William James llamó «esa misteriosa vida sensorial», todo lo cual conforma la diversidad de la experiencia futbolística.
Y aquí está el quid del ensayo, mostrar al lector que otra perspectiva del fútbol es posible. Hay muchos libros que hablan de fútbol y de aquellos que lo componen, pero son pocos los textos brillantes -como este- que hacen pensar y enfrentarse de forma diferente, y sobre todo, muy enriquecedora en la que se aportan ideas y visiones de un deporte mercantilizado en exceso, pero en donde esa poética sigue estando en el fondo, por lo que hay que rascar un poquito para que aflore.
El fútbol es un juego que nos subyuga y deleita en la misma medida en que nos repele y exaspera, afirma Critchley. El deleite y la repulsión son reacciones igualmente justificadas y se alternan con regularidad en todos los partidos que vemos, por lo que el filósofo británico nos lleva con sus palabras hacia ese deleite y esa poética del fútbol, hacía una fenomenología del juego bello. Por tanto, no ha pretendido realizar «una filosofía del fútbol» en el sentido de confeccionar una serie de axiomas, categorías o principios -y mucho menos en un sistema- que puedan derivarse de la observación del juego. Con la fenomenología, Critchley se acerca a lo más posible al núcleo del fútbol, a su textura, a la matriz existencial de la experiencia tal y como nos viene dada, y permitir así que las palabras presten resonancia a esa experiencia de manera que se permita observarla bajo una nueva luz.
Se solía pensar que el fútbol apenas era merecedor de una acercamiento filosófico por tratarse de una actividad menor, popular, ciertamente cotidiana y vulgar. No obstante, las cosas han cambiado y, a lo largo de los últimos veinticinco años más o menos, el fútbol se ha consolidado como sujeto legítimo de la literatura más seria. El fútbol a lo largo de las últimas décadas también ha podido verse reducido a una disciplina deportiva que muchos consideran banal, pero Critchley persuade con unas afirmaciones rotundas, sentimentales y llenas de criterio en las que persuade al lector de que la pasión del fútbol no está sujeta a estigmas preconcebidos de un deporte en el que la socialización entre personas está garantizada. Obviamente se puede tratar de una actitud ilusoria y empíricamente errónea. Cuando la devoción degenera en dogmatismo o se traslada hacia la violencia verbal e incluso física, no puede decirse simplemente que se haya torcido algo. Es más bien que se ha extraviado el sentido básico del fútbol.
En definitiva, Critchley nos muestra que con el fútbol se despliega una dimensión especial de la experiencia temporal. La mejor manera de percibirla es viendo un partido en directo. Al hacerlo quedamos atrapados, nos encerramos por completo en un suspense. Nos suspendemos en el tiempo presente del partido mirando cómo se mueven los jugadores y el balón, mirando lo que sucede en cada instante de ese presente, el futuro es incierto, esperando el gol. Un gol que cuando sucede la gente -formal, adulta, inteligente, considerada, algunos de ellos con carreras universitarias y entrados en la mediana edad, a veces mayores incluso- se da besos, choca los cinco y se abraza entusiasmada. Durante ese momento entre los momentos del partido, de algún modo, nos elevamos, nos transformamos. Intentamos recuperar el aliento y percibir que está pasando. Algo parecido a un hechizo que nos arranca de lo cotidiano y nos traslada a un estado de euforia, fugaz y compartido.
Hay quien considera que el fútbol es aburrido. Se trata de un error. Los aburridos son ellos que piensan así, afirma Critchley. Mirar un partido es como adentrarse en un universo animista donde todo tiene vida, donde todos los elementos están dotados de algún tipo de alma: los jugadores, sus camisetas, el campo, las bufandas, banderas y pancartas, las inmensas pantallas de televisión del estadio. Da la sensación de que todo está vivo. Hasta el balón parece que tiene vida propia, dotado de alma y que posee inteligencia y en el que a veces proyectamos nuestra suerte y la del equipo con afirmaciones como «si el balón no quiere entrar». Es cuasi-objeto, está lleno de implicaciones emocionales, fluctúa entre lo animado y lo inanimado.
Afirmaciones como que el fútbol es un acto constante de mímesis productiva, o de imitación que se produce a sí misma en nuevos partidos. El fútbol no es sólo mediación hasta el final: su naturaleza consiste únicamente en la reproducción, en una sucesión interminable de actos miméticos y creativos, es el teatro de la identidad, de la diferenciación de esa identidad que se desarrolla mientras jugadores e hinchas representan su propio drama supervisados por las fuerzas del destino.
Por tanto, Critchley traza una visión devota y poética de la experiencia del fútbol, «el ballet de la clase trabajadora». El fútbol como experiencia embelesadora, de ruptura extática, fugaz y, todavía más importante, compartida. En su mejor versión, el fútbol presenta alteraciones en la intensidad de esa experiencia, la maximiza, como este gran ensayo deportivo y filosófico. Una vez leído, el fútbol se aprecia, y además, confirma para muchos lo que realmente significa un sentimiento nuclear a través del cual giran muchas experiencias personales de cada seguidor e hincha.
En qué pensamos cuando pensamos en fútbol // Simon Critchley // Traducción de Milo J. Krmpotic // Sexto Piso // 168 páginas // 2018 // 17.90 euros
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