Poeta, traductor y ensayista prolífico, Mark Strand (1934-2014) es, según Harold Bloom, uno de los poetas estadounidenses más venerados de la segunda mitad del siglo XX. En opinión de Bloom, su contribución a la poesía estadounidense ha sido descomunal.
Strand quiso realizarse como pintor pero finalmente tuvo que optar por las palabras en lugar de los pinceles. Esto le ayudó como crítico de arte y, más concretamente, a adentrarse en ese pintor que tanto ha influido en su poesía como fue Edward Hopper (1880-1967), tanto temática como estilísticamente. Strand no reconoce abiertamente la influencia de Hopper en su poesía, pero no es de extrañar que recurriera a él antes que a cualquier otro pintor en busca de inspiración. Como explica Strand en su introducción a Hopper, el mundo representado por el pintor estadounidense es similar al que él vio de niño en la década de 1940.
El magnífico ensayo que escribió Strand sobre Hopper (Lumen), eligiendo algunas de sus obras más representativas, detalla, representa e interpreta ese espacio como metáfora del tiempo. Nos acerca esa luz y geometría que ocupan un lugar central en la concepción de los paisajes y espacios exteriores pintados por Hopper. Pero los lienzos de Hopper también son imágenes de domesticidad e interiores: espacios públicos, semiprivados o privados como habitaciones de casas u hoteles, cafés y restaurantes, cines y bares. En sus últimos trabajos, estas estancias están desprovistas de presencia humana, lo que constituye una decisión deliberada.
Strand reconoce al pintor como su «doble estético», y la base de la fascinación del poeta por el pintor es el reconocimiento de lo siniestro o la zona crepuscular de la experiencia. Ambos artistas utilizan una iconografía muy similar y su obra engendra una sensación de quietud atrapada en un espacio construido artificialmente; ambos crean una experiencia de realidad, una doble sensibilidad personal y difícil de describir o representar. Y lo que es más importante, ambos artistas muestran una especial afinidad por la evocación de lo extraño, ya que recurren a objetos y lugares familiares y los transforman de lo reconocido familiar a lo extrañamente desconocido.
El resultado es un arte que crea la experiencia de una realidad interior personal de lo sublime e intenta hacer tangible una dimensión oculta de lo que se ve. Acudiendo a imágenes cotidianas que sugieren la normalidad de la vida mediante una narración que se niega a adherirse a la tradición de principio, medio y fin, donde los personajes nunca pueden ser identificados o contados, y el tiempo se niega a moverse de forma lineal, añadiendo incluso una emoción común como los sueños.
Dice Strand que los cuadros de Hopper «representan un mundo que parece diferente del nuestro, pero las satisfacciones y los desencantos vinculados a los cambios que la vida norteamericana ha experimentado a lo largo de la primera mitad del siglo XX no pueden, por sí mismos, explicar la intensidad de la reacción de la mayoría de los espectadores (…) sus cuadros trascienden el mero parecido con la realidad de una época y transportan al espectador a un espacio virtual en el que la influencia de los sentimientos y la disposición de entregarse a ellos predominan».
En los cuadros de Hopper la ciudad es idealizada. «La gente aún duerme. No hay tráfico. Una maravillosa suma de quietud y silencio hace que parezca que un momento mágico está teniendo lugar, y que somos sus privilegiados testigos». Son imágenes que hacen que el espectador se pregunte qué sucederá después o qué ha sucedido antes. Atrapan y absorben al espectador en esa idea de tránsito.
En palabras de John Updike Hopper es «tranquilo, silencioso, estoico, silencioso, luminoso, clásico», una sensación de lejanía que prevalece en el mundo de Hopper, comparable al extrañamiento de un niño que se enfrenta a un mundo, escribe en el prólogo de esta edición Juan Antonio Montiel, que ha sido capaz de trasladar al castellano toda la riqueza de matices y acentos del original inglés.
En definitiva, Hopper es una pequeña gran joya del ensayo crítico de arte. La gran gema de las palabras y la pintura en la que Strand y Hopper contemplan el mundo con una mirada inquisitiva y atrapan momentos con absoluta claridad para demostrar que el yo es un misterio y que los seres humanos somos criaturas efímeras que anhelan un momento de revelación o una fugaz protección ante la confusión reinante que se encuentra silenciosa a su alrededor.
Hopper // Mark Strand // Lumen // 2023 // 17,90 euros
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