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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Walt Whitman, el pontífice yankee de la barba blanca

El dibujante Tyto Alba, autor de biografías en cómic de artistas como Picasso, Fellini o Balthus, se adentra ahora en la vida del poeta estadounidense Walt Whitman

Walt Whitman, el pontífice yankee de la barba blanca
Pablo Delgado el

Ruben Darío hablaba de Walt Whitman, como aquel poeta que poseía «una magia incomparable que hacia ver unos Estados Unidos vivos y palpitantes, con su sol y sus almas. Aquella “Nación” colosal, la “sabana” de antaño, presentaba en sus columnas, a cada correo de Nueva York, espesas inundaciones de tinta. […] Mi memoria se pierde en aquella montaña de imágenes, pero bien recuerdo […] un Walt Whitman patriarcal, prestigioso, líricamente augusto, […] que ha aparecido en las regiones del porvenir y de la libertad, y cuya voz empieza a resonar por todas partes, porque es él hoy el primer poeta del mundo y ama a la humanidad con amor inmenso: […] me refiero a Whitman, el pontífice yankee de la barba blanca».

Tyto Alba (Badalona, 1975) que ya tiene a sus espaldas varias biografías gráficas sobre diversos artistas -de muy alto nivel-, no solo por el personaje que aborda, sino por el rigor histórico y documental a los que traslada y da significado mediante sus trazos dentro del arte secuencial, el cómic. Acaba de publicar una biografía sobre el autor del famoso poema dedicado a Abraham Lincoln, «¡Oh, Capitán, mi Capitán!», el poeta Walt Whitman (Astiberri), el escritor de Hojas de hierba.

Alba nos lleva por la memoria del poeta, por su alabanza y exaltación de la vida, por los sentidos, las imágenes, y la representación de un nuevo país. Una vida -la de Whitman (1819–1892).-, por en la que tuvo que hacerse a sí mismo, de padre carpintero, desde joven tuvo que buscarse el pan con empleos de diversa índole, desde recadero, pasando por cajista en una imprenta, hasta convertirse en periodista; pero a él lo que de verdad le gustaba era salir y ver. Mirar todo aquello que le rodeaba, contar laque veía, y así poco a poco, fue consiguiendo él mismo autopublicárse su obra Hojas de hierba. Una obra que estuvo actualizando hasta poco antes de morir.

El 12 de abril de 1861, cuando la fortuna empezaba a sonreírle, estalló la Guerra Civil, lo que le supuso, entre otras calamidades, un prolongado perjuicio editorial. Después de conseguir que le publicasen su obra, Thayer y Eldridge se arruinaron y vendieron las planchas de su edición de Hojas de hierba a otro editor de Boston, Richard Worthington, que se dedicó a piratear el libro durante décadas, en competencia desleal con las ediciones posteriores, a las que restó difusión y ventas. Además, dos hermanos de Whitman, George y Andrew, se alistaron de inmediato en el ejército de la Unión; no así Walt, que ya había cumplido los cuarenta años, y que se quedó en Brooklyn y Nueva York. Allí sigue publicando en los periódicos, pero pronto empieza a visitar los hospitales de la ciudad en los que se ingresa a los heridos de guerra. Su labor con los enfermos es acompañarlos, consolarlos, escribir cartas por ellos, llevarles regalos. En diciembre de ese año se traslada al campo de batalla de Fredeicksburg preocupado por la suerte de su hermano George. Hasta que por fin llega, después de que se quedase sin dinero porque le robaron la cartera, fue el viaje donde conoce todo el horror de la guerra. En esta parte se centra principalmente el cómic de Alba.

También muestra el cómic, cómo Hojas de hierba, que se erige en una gran epopeya democrática, en la que Whitman se decantó por el poema épico, cuya amplitud vesicular y hondura oratoria le permitían cantar la grandeza extraordinaria de un mundo nuevo, y también de un hombre nuevo, en el que todos -desde el esclavo hasta el presidente de la nación- son protagonistas, y todos aportan su perspectiva individual, igualmente valiosa, a una visión caleidoscópica de la realidad. No todo fueron alagos desde un principio a su obra. Recibió muchas críticas tras su primera edición y las posteriores que Whitman iba actualizando. Críticas por falta de entendimiento o por el puritanismo victoriano por el que estaba influida la mayor parte de la sociedad de los Estados -como calificaba Whitman a su reciente país-. El primero que empezó a salir en su defensa fue Ralph Waldo Emerson: «el que dice, nombra y representa la belleza; el soberano, el que está en el centro; […] el que anuncia lo nunca profetizado; el único sanador verdadero; […] el dios que libera».

La democracia americana está apenas consolidada -tras la guerra de 1812 con la antigua potencia colonial, Gran Bretaña, hizo falta llegar hasta la presidencia de Andrew Jackson, que concluye en 1837, para que pueda hablarse de solidez institucional- y sigue sometida a retos formidables: la conquista del oeste, los conflictos fronterizos, la llegada masiva de inmigrantes de todos los continentes y, sobre todo, las diferencias en los modos de vida y los sistemas de producción de los estados que componen la Unión. Es el mundo conocido por Whitman, el que se extiende a lo largo de la mayor parte del siglo XIX.

Whitman era un creyente de la sociedad abierta, dinámica, de pensamiento libre, inspirado en la naturaleza y la propia interrogación de la conciencia, plasmados con frecuencia en sus poemas. Un gran andarín, que captaba las imágenes y urdía versos en sus caminatas, reales o recordadas. Orador en potencia, para enardecer a sus compatriotas con las prédicas de una nueva moral, democrática, fraterna, comprometida, y las visiones de un mundo nuevo; una pretensión que, además de esta respiración prolongada, legó a Hojas de hierba.

El poeta ha sido calificado como el «bardo de la democracia», autor identificado con el «destino manifiesto» de los Estados Unidos, que consistía en instaurar, por primera vez en la historia, un poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sin el bagaje nefasto de las cartas aristocráticas y los privilegios feudales; un poder desligado de todo poder extranjero. Es el poeta del cuerpo y del espíritu, de la mujer y del hombre, del bien y del mal, del amor y del odio, de la vida y la muerte; sus binomios reflejan las diversas Epifanías del ser, pero, al mismo tiempo, su unidad esencial: todo forma parte de la naturaleza, es decir, del yo.

El cómic de Alba es un estallido gráfico de una personalidad singular, que crece al mismo tiempo que su país, que convive con sus sombras y sus deseo ocultos, como un país, y que descubre, con el tiempo, su identidad psicológica, su verdadero yo, enmarcado en el sobrecogido escenario de un contiene nuevo. Apoyada en esos dos ejes: América y el yo. Un cómic que acerca de forma eficiente la figura de uno de los poetas más influyentes y que abre una ventana al conocimiento de su obra, leer o releer Hojas de hierba.

Cuando leí el libro, la famosa biografía,
me dije: así que esto es lo que el autor llama la vida de hombre ¿Y así escribirá alguien también de mi vida cuando yo haya muerto?
(Como si alguien supiera algo de movida, a menudo pienso que ni siquiera yo sé nada, o muy poco, de mi
verdadera vida:
apenas unos atisbos, un puñado de indicios fugaces, difusos e
indirectos,
que quiero investigar aquí, para mi provecho)
Cuando leí el libro. Walt Whitman.

Whitman // Tyto Alba // Astiberri // 2021 // 18 euros

 

 

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