El Museo Nacional del Prado abrió al público sus puertas por primera vez el 19 de noviembre de 1819. En su interior, colgadas de sus paredes se encontraban 311 pinturas de la Colección Real, todas de autores españoles, aunque para entonces en el Museo se guardaban ya 1.510 obras procedentes de los Reales Sitios. A lo largo de sus ya 200 años de historia, el edifico que hoy sirve de sede del Museo, ha pasado por múltiples vicisitudes. Diseñado por el arquitecto Juan de Villanueva (1739-1811) en 1785, como Gabinete de Ciencias Naturales, por orden de Carlos III, el destino final de esta construcción no estaría claro hasta que su nieto Fernando VII, impulsado por su esposa la reina María Isabel de Braganza, tomó la decisión de destinarlo a la creación de un Real Museo, que pasaría pronto a denominarse Museo Nacional de Pintura y Escultura y posteriormente Museo Nacional del Prado.
Un edificio que con el paso de los años se ha convertido en uno de los principales depositarios de la memoria pictórica europea, y en punto de referencia fundamental de la cultura española. Su dilatada vida se ha visto alterada en numerosas ocasiones, desde la no muy reciente ampliación realizada por Moneo, hasta ser testigo de todos aquellos acontecimientos históricos por las que atravesó el país en múltiples décadas como por ejemplo la de 1930, en la que tuvieron un reflejo directo en la vida del Museo del Prado. En concreto, en 1933 se promulgó una ley -pionera en sus tiempos- de patrimonio y que sentó las bases de la actual que está vigente. Estaba naciendo así la idea de patrimonio cultural en el mismo momento en que éste estaba sufriendo un gran embate al principio de la contemporaneidad, ya que años más tarde, durante la Guerra Civil se tomó la decisión de evacuar los cuadros más importantes del museo, que iniciaron así un periplo de traslado de las obras de arte a Valencia, y finalmente a Ginebra tras la caída de Cataluña en febrero de 1939. «Para evitar el riesgo de abandonar los depósitos a merced de previsibles expolios y destrucciones, el recién creado Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles logra, el 3 de febrero, la firma del Acuerdo de Figueras por el que el Gobierno de la República se compromete a poner en manos de la Sociedad de Naciones nuestro Tesoro para que al final de la contienda éste sea devuelto a España».
Además de quedarse sin su tesoros más preciados, su estructura estuvo amenazada por «algunas bombas de aviación, arrojadas el día 16 de noviembre de 1936 sobre Madrid, cayendo en el Museo del Prado y su entorno. Gracias a las medidas de emergencia previamente tomadas por los responsables del Museo, el bombardeo sólo afectó en su interior a un relieve del siglo XVI, pero el edificio acusó, los efectos causados por las ondas expansivas de las explosiones cercanas. Las muestras de estupor e indignación ante tan inconcebible ataque desataron una guerra de propaganda sobre la veracidad de estos hechos, de los que dejaron constancia planos, actas notariales y fotografías. A pesar de que los imperativos de la situación bélica impidieron la reparación completa del edificio hasta el final de la guerra, se intensificaron las tareas de protección y mejora del Museo, especialmente aquellas que facilitaban la adecuada conservación de las obras» (1). Siendo este uno de los episodios más dramáticos de la vida del Prado, y de los que mejor muestran hasta qué punto los destinos de la nación y los de su principal Museo han ido con mucha frecuencia de la mano.
Tanto ha sido, es y será querido el Museo, que aquellos que veían peligrar hurdían estratagemas para llamar la atención de los gobiernos para que tomasen nota de lo que pudiera ocurrirle, entonces protagonizó lo que fue una de las primeras fake news de nuestro país, ya que en 1891 el periodista Mariano De Cavia se «adelantó» a lo que hizo Orson Welles en la radio el 30 de octubre de 1938 con la «La guerra de los mundos». De Cavia lo que hizo fue quemar ficticiamente el Museo del Prado en prensa para alertar así sobre su escasa prevención. En una nota publicada por el diario Liberal se relataba lo siguiente: «A las dos de la madrugada, cuando ya no nos faltaban para cerrar la presente edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas del Gobierno civil, nos telefoneaban desde este centro oficial las siguientes palabras siniestras y aterradoras: El Museo del Prado está ardiendo. Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hubo que hacer a media noche, una colilla indiscreta… y ¡adiós, Pasmo de Sicilia! ¡adiós cuadro de Las lanzas!». Tal información generó un estupor entre los vecinos de Madrid hasta el punto de que muchos se acercaron al edificio para contemplar de primera mano la tragedia. Cuál sería su sorpresa al comprobar que ahí seguía, sin alteración alguna.
Con este episodio, comienza un cómic esplendido sobre parte de esas anécdotas que ha sufrido la historia del Museo. Con motivo de su Bicentenario, se ha publicado «Historietas del Museo del Prado» realizado por el maravilloso Sento (Valencia, 1953), basado en una idea de José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas y responsable de la línea editorial de cómics del Museo.
El cómic, reúne siete relatos, «se inicia con la ficción de la visita de Goya el primer día de apertura y continúa con historias reales sobre los visitantes, los vigilantes, los restauradores, los conservadores, los directores, las visitas oficiales, la prensa y las exposiciones. Un libro que aproxima al lector al estrecho vínculo que se ha forjado entre las obras de arte que alberga el Prado y los profesionales que tienen el privilegio de trabajar en contacto directo con ellas. Una conexión que ha trascendido este ámbito y alcanza por igual a sus visitantes, que sienten como suya esta institución bicentenaria».
Son 99 páginas a todo color que de la mano de Etelvino Gayangós -conserje perpetuo de este museo e interlocutor de pintores, trabajadores y visitantes-, narran esa visión diferente de la que se ofrece en los relatos oficiales, pero no menos real, y basada en hechos documentados como la historia del robo de piezas del Tesoro del Delfín que, hace cien años, puso a prueba al «laboratorio de criminalística»; la bomba que no explotó y que cayó cerca de la institución en la Guerra Civil y que, guardaba durante décadas un particular, y hoy forma parte de su catálogo; o la visita fugaz de una mandataria de corte inglés; o cómo dan vida los restauradores a las obras; o la historia del visitante anónimo que durante años guardó las postales recuerdo de su visita.
Toda una antología gráfica emotiva y muy divulgativa de gran calado, que junto al maravilloso trazo detallista de Sento convierte a este cómic en un canto de amor por todo aquello que alberga la institución bicentenaria, abriendo así una ventana más a su conocimiento e Historia, para con este formato llegar a un público más amplio, y sobre todo, jóven, para que valoren realmente de lo que tienen al alcance de su mano, o mejor dicho de su vista.
(1) Arte protegido. Memoria de la junta del tesoro artístico durante la guerra civil. Museo del Prado
«Historietas del Museo del Prado» // Sento // Museo del Prado // 2019 // 15 euros
Cómic