La gran depresión, como bien es conocida, es la crisis económica que empezó con el crack del 29 en Estados Unidos y que se convirtió en un fenómeno mundial. Tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, dónde la inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia, de modo que cayeron la renta nacional, los ingresos fiscales, los beneficios empresariales y los precios.
La vida en este trasfondo histórico se convirtió para los que menos tenían en una lucha constante por la supervivencia diaria. En Estados Unidos, las plantaciones eran un aspecto importante de la historia de este país sobre todo en el período anterior a la Guerra Civil. El clima templado subtropical, las precipitaciones abundantes, y los suelos fértiles del sur permitió el florecimiento de estas grandes superficies de terreno, y un gran número de trabajadores, por lo general esclavos, fueron requeridos para las operaciones agrícolas. Pero la vida en estas plantaciones no era tan idílica como a veces se ha querido pintar (o recordar). Esa imagen de un negro sentado en el cobertizo de una cabaña de madera, con su sombrero y su guitarra, interpretando una melodía con la mirada perdida en el horizonte, tiene más de imaginería mítica que de realidad, después de haber pasado por la abolición de la esclavitud que comenzó durante la guerra con medidas que la ordenaban en todo el territorio y en el distrito federal en 1862.
“Desaparecida” la esclavitud, el racismo no se había terminado de erradicar del todo, sobre todo en las raíces más profundas de la sociedad norteamericana en concreto en los territorios del sur. Ante los momentos difíciles el ser humano suele sacar lo mejor y lo peor de su interior y de un momento difícil provocado por el propio humano, en el que convertía a los pobres cada vez en más pobres, y de un trabajo forzado, salió algo maravilloso, que solo puede salir desde dentro de una persona con una mentalidad diferente, el blues. Un género musical asociado a la melancolía y el lamento, originario de las comunidades afroamericanas de Estados Unidos, se desarrolló a través de las canciones espirituales, de oración, o de trabajo, narradas y de gritos de campo, entre otras.
Como espiritual es el trabajo que han realizado Angux (Juan Manuel Anguas) en su primera historia larga como guionista y Núria Tamarit en la ilustración, consiguen un cómic español con tintes y matices norteamericanos sureños lo convierten en un cómic con un gran alma de blues. “Avery Blues” (Dibbuks) es la historia de un bluesman que quiere ser el mejor de todos los tiempos y para ello es capaz de lo que sea. “Ser alguien, convertirse en un recuerdo que nadie pueda borrar, alguien inmortal. Esto es lo único que importa”. Avery fuma, bebe y se mete en peleas, lo que no hace bastante valiosa su alma para que el diablo le conceda su gran sueño. Sin embargo, acepta hacer realidad su deseo si le lleva un alma pura. En este camino hacia su destino, Avery se encuentra con el joven Johnny, animándolo a abandonar a sus padres alcohólicos y unirse a él en la búsqueda de un futuro mejor.
Una historia en dónde todo no es lo que parece, con una trama muy bien construida, siendo un pequeño granito de arena de un fiel reflejo de una época en la que no solo existía un racismo acérrimo a través de las cacerias del Ku Klux Klan, sino también entre aquellos de un mismo color de piel. Desde un dibujo de trazo sencillo y de gran expresividad, transmite una línea desgarradora y tensa junto a unos colores cálidos y apagados, transportan a ese clima subtropical de la zona sur de los Estados Unidos. Acompaña y refleja el intenso sentimiento de orgullo de la figura de Avery que adquiere la vía fácil para alcanzar el éxito. Los autores cuentan la vida de una época muy dura, mediante matices a través de los cuales nos dejan una muesca de crítica social, algo que llevará al lector a la reflexión, como en el comportamiento humano ante su semejantes y de cómo el egoismo puede arruinar o enriquecer la vida de uno u otro.
Avery, es una caja de sorpresas que además me recuerda a una esencia que hay que buscar a miles de kilómetros de las ciudades norteñas, en esos campos del sur que recorren nuestros protagonistas. Precisamente en ese año 1929 del comienzo del fin, fue un año importante para el blues: un desconocido aparcero, en una lección de confianza, fanfarronería e ingenio, grabó la piedra angular sobre la que se asentaría toda la evolución del blues. El 14 de junio, Charley Patton realizó su histórico debut y consiguió encumbrarse como uno de los fundadores de un nuevo género musical, en su vertiente más rural y primigenia, el conocido como blues del Delta. Una derivación del blues que se caracteriza por aspectos relacionados con el estilo. Registró la enigmática pieza llamada Pony Blues. El estilo Patton se caracterizó por la informalidad y el rechazo a los códigos establecidos del blues clásico y pasó a ser conocido como “El padre del delta blues”.
Avery me recuerda a Patton por la compañía de su inseparable guitarra, su compañía más fiel, además de los excesos con el alcohol y esa capacidad para meterse en peleas que le ocasionaron -a Patton- más de un problema con la policía. Pero cuando cantaba, su voz profunda y potente eclipsaba a toda la plantación. Algo que todavía noa había conseguido Avery.
En definitiva, “Avery Blues” es una historia de trasfondo sociológico, un cómic melódico con una fuerte carga emocional en la que el lector se quedará con la garganta seca porque no parará de leer o incluso cantar desde su primera página, por lo que después de haber leído la historia de Avery necesitará un trago de whisky, de ese barato de contrabando. ¡¡Whisky!! Más whisky y un poco de Patton.
“Avery’s Blues” // Dibbuks // Guión: Angux. Dibujo: Núria Tamarit.// 18 euros // 2016
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