No es una broma. Es una oportunidad. Un grupo de arqueólogos e historiadores quieren romper los límites. Están pidiendo que se protejan los recursos culturales fuera de la Tierra, incluyendo la preservación de los sitios de alunizaje de la NASA en la Luna como lugares de “interés histórico nacional”, y por supuesto los pecios de las naves espaciales e incluso se habla de incluir algunas piezas de basura espacial.
Se trata, sin duda de la metáfora perfecta para poner sobre la mesa en la opinión pública de Estados Unidos. La exploración espacial está interiorizada de tal forma en el inconsciente colectivo que serviría como palanca para poner en su lugar a los amigos de buscar tesoros en los pecios de la historia naval española en América. Una vez nos lo explicó el gran arqueólogo Filipe Vieira de Castro, de la Universidad Texas A&M, que excavar un pecio con fines comerciales sería como destruir los restos del Apollo 11 para vender un componente de metal precioso presente en su construcción. Con la diferencia añadida de que las misiones espaciales están muy documentadas mientras que de las flotas de Indias naufragaron apenas nos quedan algunos documentos en los archivos. El libro es el mismo pecio, cargado con la historia y los ajuares de quienes se hundieron con él, los ropajes y otros elementos que retratan una sociedad mestiza y jerarquizada que navegaba en el espacio que llamábamos la “mar oceana”. Venderlo es borrarlo.
Ahora en Estados Unidos son conscientes de que la exploración es un hecho cultural sin precedentes. Y pensar en discutir el valor mercante o de Estado de las naves espaciales parece un debate sin sustancia. Lo importante para los más cualificados académicos es no permitir que se destruyan las huellas de quienes hollaron (hollarán) esos caminos espaciales, como lo hicieron los navegantes en los siglos XV y siguientes.
Beth O’Leary, profesora asociado de antropología en la Universidad de Nuevo México en Las Cruces afirma en Space.com: “El paisaje cultural del espacio incluye dos sitios y objetos dentro y fuera de la Tierra. Es necesario evaluar la importancia de los últimos para tratarlos como objetos y lugares importantes, dignos de investigación arqueológica legítima.” O’Leary encabezó el proyecto financiado por la NASA para que el lugar de aterrizaje del Apollo 11 en la Luna fuera declarado un monumento histórico nacional. Ella y otros expertos en el campo emergente de la arqueología espacial se reunieron este mes de abril en la asamblea de la Society for American Archaeology (SAA), celebrada este abril en Honolulu.
Lisa Westwood, otra investigadora de la Universidad de California, dijo que en 1972 – al acabar el programa Apollo – la UNESCO adoptó la Convención del Patrimonio Mundial, en un esfuerzo pionero para proteger los monumentos de importancia universal, edificios, sitios arqueológicos, y los paisajes naturales y culturales de agotarse. “En ese momento y en ese contexto, el patrimonio cultural se define por su ubicación en relación con las fronteras políticas vigentes en ese momento en la Tierra. Ahora podemos ampliar esa visión para incluir otros lugares y objetos en la Tierra, la Luna y más allá”, dijo Westwood. Ampliémosla también visión hacia las profundidades.
Mientras la Ley del Espacio y la legislación internacional construyen esa prometedora posibilidad, las potencias navales históricas (incluido EE.UU. donde el debate sobre la destrucción del patrimonio no vence la admiración que causan los tesoros y quienes los hallan sin protocolos arqueológicos para ganar dinero) tienen un ejemplo perfecto para cambiar de una vez por todas los términos de la ecuación que ha destruido buena parte de nuestra historia y nuestro patrimonio compartido.
¿Vender una nave Apollo por piezas? Es una idea intolerable. Y con los navíos de línea nos pasa lo mismo.
CazatesorosPecios