A veces se tiene la sensación de que las Misiones Humanitarias a cargo de las Fuerzas Armadas son algo relativamente reciente, cuando lo cierto es que han sido tradicionales. Baste como ejemplo el siguiente, de hace más de un siglo, a comienzos de 1909.
Justamente el 28 de diciembre de 1908, un tremendo terremoto, con epicentro en las aguas de Messina, sacudió las costas de Sicilia y de Calabria, seguido de un tsunami. Los efectos fueron terribles, con unos 60.000 muertos, centenares de miles de personas privadas de sus hogares y de todo lo necesario y la desolación total de pueblos y ciudades. Y ello en pleno invierno.
Con algún retraso, el gobierno y el parlamento español decidieron enviar al crucero “Princesa de Asturias” a prestar toda la ayuda posible, a pesar de la mala mar reinante, siempre peligrosa en el Golfo de León, ruta prescrita para el viaje.
El buque era un barco de guerra prácticamente nuevo, pues había entrado en servicio en junio de 1903, pero los retrasos en su construcción en el arsenal de La Carraca, debidos a cambios de proyecto durante las obras, le habían convertido en un buque ya algo obsoleto. Pero así y todo, era un soberbio buque de más de siete mil toneladas, poderosamente artillado y con unos 550 hombres de dotación, al mando del entonces Capitán de Navío D. Antonio Alonso y Rodríguez Sanjurjo, de cuyo parte oficial recogemos los datos siguientes:
Tras llegar de arriba a Cartagena, por el temporal, y tras barajar la costa y nuevas escalas, zarpó de Rosas el 12 de enero, llegando a sus 18 nudos de velocidad máxima a Nápoles a las nueve de la mañana del 14, siendo recibido allí por las más altas autoridades italianas, entre ellas SAR el Duque de Aosta. Embarcado el embajador español, puso de nuevo rumbo al lugar del desastre, quedando horrorizados por las escenas dantescas que presenciaron.
El crucero llevaba 200.000 pesetas de la época (una cantidad considerable) de la primera ayuda, pero además repartió por las devastadas costas nada menos que los siguientes socorros, a poblaciones que tenían por todo refugio el suelo: unas 100 tiendas cónicas de lona, 2.000 mantas y unas 45.000 raciones, lo que no era poco para la depauperada España de entonces.
Sin embargo, ni el dinero ni los materiales eran más que una gota de agua para tal incendio, y con el más generoso afán, se decidió, en palabras del propio comandante, echar mano de las provisiones del buque para ayudar a los damnificados: “en vista de que, entre las raciones que traía, había abundancia de arroz, que consumen poco, y de garbanzos, que desconocen, ordené que del repuesto que se había hecho para la dotación, se entregasen en nombre de la Marina 10.000 kgrs de patatas..”
Y además se repartió ropa, la que se pudo, contándose en los asilos no menos de “4.000 niños cuyos padres han sido muertos o desaparecidos, más de la mitad de ellos menores de tres años, que no saben sus nombres ni aún hablan”.
El cuadro no podía ser más dantesco, tras fondear ante Messina, describe: “ Aquella ya no es población, sino solamente un monstruoso montón de escombros, que da horror pensar en los miles de almas en ellos sepultados…” Y anota que apenas unos pocos han podido ser inhumados debidamente, lo que produce (por los aún no enterrados) un olor insoportable, a pesar de los carros de cloruro de sal que llevan echados”.
Sin duda fueron las penosas condiciones sanitarias las que ocasionaron la muerte de un marinero español, D. Antonio Ruiz López, que quedó enterrado en Nápoles, compartiendo así hasta el final la suerte de los que habían ido a ayudar.
El crucero tocó en varios puntos, como Palermo, Catania, etc, hasta que al final, cumplida su misión y agotados todos los medios de ayuda, luchando siempre con un mar tempestuoso, zarpó de vuelta a España el 6 de febrero, llegando felizmente a su base de Cartagena poco después.
El agradecimiento de los italianos no conoció límites, en palabras del general Escardi, gobernador militar de la zona: “llegado a esta zona con parte de las tropas a mis órdenes para cumplir el piadoso deber de proporcionarles los primeros socorros, no podía acaecerme mayor ventura que la de recoger tan espléndido donativo y, especialmente, la ha de haber tenido el honor de recibir a VE y asistir a su lado al conmovedor espectáculo de soldados y marineros de las dos naciones amigas y hermanas…realizando a la vez la obra benéfica.”
El Ministro de Marina italiano, Vicealmirante Luigi Mirabello por su parte, se expresaba en los siguientes términos: “La obra altamente generosa y filantrópica que nuestros compañeros en el mar, pertenecientes a la valerosa Marina española, han realizado a favor de infelices poblaciones, recientes víctimas de la desgracia, devastadas por el terremoto, es digna de todo elogio y de la mayor gratitud de la nación. Me es sumamente grato por tanto, expresar a VS, como colega, los sentimientos de mi profunda admiración por el inteligente trabajo y el ánimo caritativo demostrados por los bravos marinos del “Princesa de Asturias”.
El diario “Il Mattino” de Nápoles, en su número del 5 al 6 de febrero del mismo año, se hacía eco de todo ello, y de los recibimientos dispensados a los marinos españoles.
Pero como lo cortés no quita lo valiente, en ese mismo año, el “Princesa de Asturias” (entonces lo era la popular “Chata”, apodo que le dieron los castizos) tuvo que acudir con toda presteza a Melilla, donde habían estallado duros combates con las cábilas rebeldes.
Que para unas y otras misiones, aunque tan distintas, siempre han estado dispuestos nuestros marinos.
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